Damien Hirst frente a una de sus obras.

Conocé la fascinante historia de la obra que el inglés creó para enviar al planeta rojo en 2003, en el Beagle 2. La pequeña pieza se perdió junto con la nave luego de su lanzamiento, pero fue reencontrada intacta 12 años después, a kilómetros de donde debía aterrizar. "Tengo una pintura en Marte! ¡Es increíble!", dijo el artista entonces.

El nombre de Damien Hirst no deja de mencionarse en el mundo del arte británico e internacional desde que apareció en escena en 1991, con su tiburón real inmerso en una caja llena de formol, en una obra de título larguísimo y grandilocuente: “La imposibilidad física de la muerte en la mente de alguien vivo”. Formó parte de la camada de artistas conocida como Young British Artists, que a principios de los 90 convulsionó el arte contemporáneo con propuestas revulsivas y escandalosas, auspiciados por el coleccionista y galerista Charles Saatchi.

Ganador del Premio Turner, el más prestigioso de Inglaterra, Hirst recubrió una calavera humana con diamantes, convirtiéndola en la obra más cara del mundo, o simuló haber descubierto en el océano los restos completos de una civilización, recreados en malaquita, oro y piedras preciosas.

En el año 2003 le sería comisionada una obra mucho menos pretenciosa en su tamaño, pero muy significativa en su concepto. La ESA (Agencia Espacial Europea) lo invitó a producir una pieza que sería enviada al espacio a bordo del Beagle 2, una nave no tripulada de la misión Mars Express liderada por Gran Bretaña. Fue bautizada con el nombre del barco que navegó Charles Darwin cuando formuló su teoría de la evolución.

El científico detrás de esta invitación fue Colin Pillinger, quien hizo partícipe a Hirst en el proyecto luego de haber conocido su obra a través de un documental. Por esos días, el profesor Pillinger aseguró que “esta colaboración no se trata de exhibir arte en el espacio sino de descubrir si hay vida en Marte”.

Un artista de otro planeta

A Hirst le fue solicitada entonces una de sus clásicas pinturas de puntos, la cual no sólo tendría una función artística, sino que serviría como un instrumento de calibración de un catálogo de colores. La obra titulada “Marte” debía tener el tamaño aproximado de una tarjeta de crédito y se realizó sobre una placa de metal como base.

La pequeña pieza fue pintada con pigmentos que pudieran soportar las condiciones extremas de la travesía, los cuales se generaron a través una variedad de óxidos metálicos que resisten temperaturas mayores a 2000 grados. Entre los colores se encontraba un blanco hecho de óxido de titanio; un verde producto de un pigmento natural, surgido de la mezcla de silicatos de hierro; amarillo de molibdeno, proveniente del raro mineral wolfenite; azul de cobalto y violeta de manganeso.

  • "Marte", la pequeña obra de Hirst que viajó en el Beagle 2
  • Así se ensambló la obra en la nave.

La obra fue recortada para poder adecuarla al espacio destinado y se la adhirió al módulo de aterrizaje, con la intención de que fuera utilizada como una tabla de referencia para los científicos en la Tierra. La nave viajaba con diversos instrumentos de registro, como cámaras, microscopio y espectrómetro, que se activarían al tomar contacto con el suelo, para enviar la información requerida. El diseño de Hirst servía de punto de comparación para verificar y calibrar estos instrumentos una vez en la superficie de Marte y determinar si habían sufrido durante el vuelo o el aterrizaje y recalibrarlos de ser necesario.

Interrogado por esta invitación, Hirst señaló: “La pintura de puntos se presta a este proyecto y, como artista, todas las cosas que haces quieres que sean útiles en algún nivel”.

Antes de partir, la obra estuvo expuesta durante dos días, en la galería White Cube de Londres, representante del artista en Gran Bretaña. Días más tarde fue adjuntada a la nave espacial. En esas circunstancias, Hirst brindó una conferencia de prensa donde mencionó: “Ni en mis sueños más locos habría pensado en hacer una obra de arte que realmente viajaría al Planeta Rojo”. Añadió que si los marcianos existieran, quedarían muy impresionados con su trabajo. “Si tienen ojos, les encantará”, expresó antes del lanzamiento. 

Los puntos, una marca de su estilo.

La misión fue enviada con éxito el 2 de junio de 2003 desde Kazajstán, país de Asia Central, con la previsión de que llegaría a la superficie de Marte el día de Navidad de ese año. Después de seis meses de viaje, la sonda entraría en una órbita alrededor del planeta. Beagle 2 se separaría del orbitador y aterrizaría en la superficie cerca del ecuador marciano. 

Sin embargo, el contacto con la nave fue completamente interrumpido. El primer contacto por radio con Beagle 2 se esperaba poco después de la hora de aterrizaje programada, pero no se recibió ninguna señal. Su paradero quedó desconocido durante tantos años que se presumió que habría sufrido algún tipo de accidente, siendo quizás golpeada o destruida por un objeto en el espacio en algún momento de su trayecto.

Módulo de aterrizaje Beagle 2.

El descubrimiento

Años más tarde, cuando todas las expectativas de recuperar el Beagle estaban perdidas y pocos recordaban ya su existencia y lanzamiento, en 2015 fue divisado por el Mars Reconnaissance Orbiter de la NASA, que orbitaba la superficie de Marte y avizoró la nave a sólo 5 kilómetros del sitio original previsto para su aterrizaje. La principal dificultad para encontrarla había sido su reducido tamaño de menos de 2 metros de ancho, en el límite de la resolución de las cámaras en órbita alrededor de Marte.

Finalmente se pudo dilucidar cuál había sido el problema. Las imágenes muestran el módulo de aterrizaje parcialmente desplegado. Sólo un par de los cuatro paneles solares lograron abrirse y era necesario el despliegue completo de todos los paneles para exponer la antena de radio a transmitir datos y recibir comandos desde la Tierra. De ahí provenía la interrupción en la comunicación.

Si bien Pillinger, el director del proyecto, había fallecido poco antes del descubrimiento, el resto del equipo manifestó su alegría, ya que supieron que las secuencias de entrada, descenso y aterrizaje funcionaron perfectamente y que sólo tuvo problemas durante las fases finales. En cada Navidad desde el año 2003, todos los pensamientos de los miembros del equipo industrial y científico de Beagle 2 giraban en torno al paradero del Beagle.

No obstante el fracaso de la misión, la pintura de Hirst llegó a su destino intacta. En su página web, Hirst manifestó: “¡Esta es una noticia fantástica! ¡No puedo creer que Beagle 2 haya estado allí todo este tiempo y tengo una pintura en Marte! ¡Es increíble!”

Primer plano del Beagle 2 en Marte Créditos: HiRISE / NASA / JPL / Parker / Leicester


Programas de Arte en las agencias espaciales

Esta no fue la primera vez que un artista es convocado a realizar una obra que sería enviada al espacio, sino que forma parte de una tradición iniciada por la NASA (Administración Nacional de Aeronáutica y del Espacio) décadas atrás. Creada en 1958, cuando llevaba tan solo 4 años de existencia, su administrador, James Webb, decidió que era el momento de crear un programa de arte, dando paso a la primera instancia de colaboración oficial entre arte y ciencia dentro de la organización. 

El primer artista en iniciar este historial de colaboraciones fue Bruce Stevenson, a quien se le comisionó la realización de un retrato de Alan Shepard, el primer estadounidense en el espacio. Luego se le pidió que realizara retratos de todos los astronautas de la NASA. Webb comentó en ese momento: “los artistas pueden interpretar eventos importantes para dar una visión única de aspectos significativos de nuestro avance en el espacio para hacer historia”. Así reconoció la relevancia de capturar las emociones contenidas en estos descubrimientos, como la exaltación y la incertidumbre. 

Una copia de la obra pertenece al Fitzwilliam Museum de Cambridge.

Este Programa de Arte sigue vigente hasta la actualidad. Fue emulado por otras agencias espaciales en el mundo como la ESA. Han trabajado en él artistas de toda índole, desde Andy Warhol a Annie Leibovitz. Si bien en las últimas décadas fue perdiendo impulso y la inversión económica ha disminuido, ya acumula más de 3.000 obras. La mejor colección del mundo de arte y espacio.