Conversamos con el escritor argentino Washington Cucurto, creador y editor de Eloísa Cartonera. En los últimos años comenzó a introducirse en la pintura y en abril inauguró su segunda muestra individual en galería Sendrós, inspirada en Ernest Hemingway.
-Ante todo quería preguntarte cómo te llamo, ¿Washington, Cucurto, Santiago?
Todo el mundo me dice Cucurto. Mi nombre real es Norberto Santiago Vega. Cuando comence a escribir, que era un mundo nuevo para mí, me junté con unos escritores y ellos me empezaron a decir “Cucurto”, y después me pusieron Washington porque soy morocho y es un nombre de morochos uruguayos, era como un chiste. Cucurto me pusieron porque decía mucho “yo no curto para ese lado, yo no curto eso”, y una vez me trabé y dije “yo no cucurto” y se empezaron a reír y ya al otro día me llamaban así. Estos amigos me armaron un librito artesanal con unos poemas y le habían puesto “Washington Cucurto” y el libro empezó a circular así. Cuando saqué mi segundo libro, “La máquina de hacer paraguayitos”, el editor me preguntó con qué nombre lo firmabamos, pero me advirtió que éste sonaba mucho mejor y ahí quedó.
-En abril inauguraste tu segunda muestra individual en la Galería Sendrós. Me genera mucha admiración, porque estabas parado en un lugar seguro, con una trayectoria definida y de repente abrís la puerta a un mundo nuevo donde parece que tenes que empezar de cero
El mundo del conocimiento fue una aventura, algo que me llegó y pude disfrutar de manera alternativa. No vengo de familia letrada, entonces no tenía ninguna presión y podía disfrutar lo que hacía. La literatura siempre fue un sueño y una aventura. Y las pinturas están muy relacionadas con la literatura. No hago muchas diferencia entre escribir, pintar, dibujar, escribir a mano, editar libros; es todo una manera de ser y de vivir. Está muy relacionado con mi vida cotidiana. Nunca tuve un espacio donde iba a hacer, sino que todo sucedía a la vez, mientras trabajaba, criaba a mis hijos o hacía la comida. Cuando empecé a hacer dibujos era más de lo mismo. Empecé en unos cuadernos pegando figuritas o palabras recortadas y abajo escribía dos o tres versos. Entonces completaba los cuadernos con poemas y estos objetos visuales, así los llamaba.
-Llegaste en el momento justo de la historia del arte, donde estás prácticas ya están habilitadas
Está habilitado pero no tanto. Creo que la técnica es importante, yo me siento como una esponja que absorbe de todos lados, soy bastante ingenuo a pesar de mí edad y de pronto no tengo mucho sentido crítico, me gustan muchas cosas distintas, no soy muy exigente y todo me ilusiona. Eso me genera una libertad que me es natural y me permite tomar de muchos lugares. No hay que despreciar nada, todo es material de reelaboración, de pensamiento y reescritura.
La técnica la vas creando, cada uno escribe como es y como puede. Hacer lo propio y no tanto que otro te diga. La tecnica la podés tomar pero tenés que incorporar tú propio ser, porque sino terminás pintando como un académico. La apropiación está bien pero uno tiene que incorporar su mirada, lo que piensa y siente.
-¿Cómo te recibieron en el mundo del arte, que en general es muy endogámico?
Soy nuevo y no hay mucha gente con la que me relacione. Ahora estoy viendo más, antes nunca iba a galerías ni miraba videos de obras por internet ni nada de arte. No me gustaba Picasso ni nada de eso me llamaba la atención, ni siquiera cuando dibujaba con mis hijos porque a ellos les gustaba. Para mí siempre era la literatura. Incluso para Eloísa Cartonera estuve con pintores como Fernanda Laguna, Javier Barilaro, Nahuel Vecino o Vicente Grondona. Pero yo quería leer y escribir. Con los años me empezó a gustar porque veía que era algo nuevo y me hacía sentir como un adolescente.
-Encontraste la forma de entrelazar las dos partes, porque realizaste, por ejemplo, una serie de retratos de escritores y también incorporás mucho texto en las obras, como fragmentos y frases que tomás de otros lugares o escribís vos, incluso recortes de diarios
Creo que la verdadera materia sigue siendo la palabra y no tanto el dibujo o la pintura. En realidad es todo un proceso porque hago lo mismo que cuando escribía, sólo que acá agarro un pincel y pego cosas. Pero el procedimiento no cambia.
-Ahora estás en un taller mítico en el arte de Buenos Aires, BSM, por donde pasaron generaciones enteras de artistas. ¿Cómo fue llegar a ese mundo un tanto comunitario? Imagino que es un espacio más sociable que el de la literatura
Sé de la historia de BSM y que es un lugar que está hace mucho en el barrio de Once, pero a pesar de que soy nuevo en el mundo de las artes visuales, creo que la literatura es más comunitaria. Todos mis amigos son escritores, poetas, editores, siempre trabajé en grupo, leyendo las cosas de otros, pasandoles material para que lean, escribiendo y editando juntos. La literatura es un lugar muy grupal.
A la pintura, por el contrario, la veo más cerrada y solitaria, porque a veces pasa muchas horas solo en una tela y necesita más concentración. Y aparte es más físico. Con una computadora, un cuaderno, un lápiz o una birome, escribís un cuento, una novela, una serie de poemas. En la pintura hay más materiales y tenés que tener más fuerza corporal.
A diferencia de la literatura, la pintura no corta. Quiero decir que sigue funcionando en la cabeza, es mucho más mental que la literatura. Vos podes escribir todo el día pero en un momento cortás, vas a jugar al fútbol, al cine, llevás a tus hijos al colegio. En cambio la pintura no corta nunca. Estás durmiendo y sigue en tu cabeza, te despertás al otro día y ahí está. Eso me resulta muy agresivo a veces, porque no quiero estar todo el día pensando en eso pero todavía no aprendí a manejarlo.
-No sé si en algún momento se aprende. ¡Creo que cuando trabajas en el mundo del arte, eso no corta nunca! La última muestra que hiciste se llama “El viejo y el mar” y está vinculada al libro de Hemingway. Debe haber sido una gran influencia para vos como para que le dediques una muestra
Vengo del mundo de los libros, incorporo a las pinturas los personajes de los libros, algunas cosas de la ciudad, de la vida real, pero básicamente son mis ídolos literarios: Reinaldo Arenas, Lezama Lima, Hemingway, Eva Perón, Alfonsina Storni. Trabajo sobre las épocas y las vidas de estos personajes, que son la gente que leí, son como mí familia.
Hemingway fue muy importante porque tuvo mucha influencia a nivel mundial, era la imagen de Estados Unidos en el mundo. Fue a la guerra y era como un superhombre, el cazador, el pescador, el mujeriego, el valiente, el luchador, el amigo de Fidel Castro. Y además escribía. El viejo en cambio, es un pescador pobre y solitario, que lucha con una bestia en el medio del mar. Un anciano que se enfrenta contra todo el poder de la naturaleza. Es un homenaje a la lucha.
Y aunque finalmente el pez le gana, cuando lo va llevando empieza a sangrar y se lo comen los otros peces, llegando al muelle sin nada. Pero luchó, a pesar de todas sus dificultades. Por eso pinté al viejo, que representa a mucha gente que trabaja día a día, que cobra mal, que es discriminada y tienen una mala vida. Es una lucha constante contra la ciudad, contra la época, contra la sociedad. El viejo es un personaje universal.
- En las dos muestras que hiciste exponés obras muy cargadas y tus montajes también son abrumadoras, casi instalativos. Encuentro un paralelismo y una sintonía con tus libros, donde siempre pasan muchas cosas en simultáneo y siempre hay un poco de caos.
Sí, es algo barroco. Ya la información que hay en los papeles reutilizados, vienen con una carga. Tambien creo que al error y al defecto no hay que taparlo, ni en la vida ni en el arte, sino que hay que convivir con eso. Si me sale un brazo mal o escribo muchas cosas, trato de convivir con eso como una forma de registro. A veces las obras son muy caóticas pero mí defectos me encantan y no me las quiero perder.
Fotos de obra y muestra: Gentileza galería Sendros