Entrevistamos a Victoria Roland, la directora de esta original propuesta que mezcla la fiesta electrónica y la performance que puede verse hasta fines de noviembre en Xirgú. Habló de la novela inspiradora, del trabajo con la actriz Carla Crespo, de cómo la interpela el feminismo, del teatro transformador, entre otras cuestiones.
La espectacular sala del Xirgú UNTREF tiene un pequeño escenario montado que te da la espalda, lo recorrés, te ponés frente a él y la descubrís a ella: espléndida, brillante. Pone música, no sabés qué va a pasar pero te sentás, querés saber, de pronto estar ahí tiene un sentido más fuerte: te consume la intriga. Las luces bajan, la música hace lo opuesto, y ella, Beya, la protagonista de Beya Durmiente (DJ Beya), se mueve. Recita algo que te eriza la piel, pero mientras mezcla sonidos, mirás a tu alrededor: todo empezó y vos formás parte.
Carla Crespo, subida a su tarima de plumas, comparte su descarnado relato. Una chica como cualquiera que fue secuestrada y llevada a un puticlub clandestino. Una chica como cualquiera que, alejada de sus sueños (y de su cuerpo), (se) habla, (se) relata su “camino del héroe” (con el brutal paso por los umbrales hasta la libertad). Una chica como las que lamentamos en las noticias, una chica que (d)escribió a la perfección Gabriela Cabezón Cámara en la novela Le viste la cara a Dios y que toma fuerza en el escenario para resignificar a la mujer, para sacarse el traje de víctima y empoderar su voz: la voz de las que ya no pueden gritar su historia.
La combinación del texto desgarrador con la música interpelan de manera inimaginada. Juntas, combinadas con la performance, generan un mix de emociones que nunca antes sentiste, pero que son necesarias. Un poco te incomodás, cambias de posición en la silla, haces carne su dolor, percibís emociones tan vitales que no podés salir igual. Esa es la misión de una adaptación que convierte un libro basado en sensaciones en un espectáculo que encarna los sentimientos, montado por mujeres, que te cuestiona, te invita a salir del letargo y a convertirte en personaje principal y activo de tu vida.
Zibilia habló con la directora de la obra, Victoria Roland:
Vos ya habías leído la novela ¿cómo fue verla en el escenario?
Cuando uno dirige, es difícil por el nivel de acostumbramiento, es como un cirujano abriendo cuerpos. Pero fue muy movilizante. A Carla (Crespo) le empezó a pasar todo lo que tenía que pasarle con ese texto, lloramos en los ensayos millones de veces. Fue sanador, porque es como una experiencia de meterse dentro de ese mundo y ver que existe. Iluminar un lugar muy oscuro que está tapado y a dos cuadras, que parece surrealista. No puede ser que haya mujeres encerradas en un campo de concentración siendo violadas, es demente.
¿Antes de eso, ya te sentías convocada por estas situaciones?
Este año hice Una obra más real que la del mundo, que tiene que ver también con ver el subsuelo de las cosas, la parte dark, pero desde un lugar que lo ilumina. Estoy super interpelada por el feminismo en estos años, repensando nuestros vínculos con los varones, la desautomatización que estamos haciendo las mujeres, y el texto me pegó así. Me pasaban cosas físicas cuando leía la novela, sentía que era una voz para decirse. Gabriela tiene eso en su literatura, es muy argentina y muy singular, para mí la mejor escritora de nuestro país: pensé que la obra tenía que potenciar esa apuesta de oralidad.
Y lo hiciste con una apuesta 360°, que mezcla lo DJ, con la música, performance…
La novela trabaja sobre algo intransferible, como es la sensación de una persona siendo torturada, era imposible de representar. La fuerza, para mí, está en la voz, que está disociada de su cuerpo. Esto es algo característico de las personas en situaciones traumáticas, que se hablan y ven a sí mismas desde afuera. El teatro y la literatura son muy distintos, hay que hacer algo distinto. Carla es actriz y DJ, y me hizo ver que ella podía estar desdoblada en su rol. Ahí, la forma y contenido van de la mano, ella de disocia durante la obra. Deja listo un track y dice un texto, es psicótico, muy difícil, pero la pone en una situación power. Yo quería eso, que fuera una super performer, no quería que sea una víctima. Beya es un ritual de exorcismo.
¿Cuándo decidiste que Beya era Carla?
Ella vino a ver El mundo es más fuerte que yo y le encantó. Yo, ahí, actúo con un baterista, es una obra que le permite al teatro correrse de su lugar habitual y forzarlo en un género mixto. Conectamos con eso y justo me llamaron para dirigir en el Xirgú UNTREF, fue todo muy intuitivo. A ella le pareció un desafío enorme, lo es, y me gusta trabajar la actuación desde un desafío, algo que no podías hacer antes de esa obra. Ahí pasa algo interesante para la propia obra: alguien conquistando un nuevo territorio mientras la hace. Me gusta pensar el lenguaje teatral, no lo doy por hecho. Me interesa intensificar al teatro como experiencia, más allá del relato, porque en Beya hay una re historia. Distintos espectadores pueden entrar por distintos lugares, pero me gusta reforzar un hecho vivo, una experiencia comunitaria.
¿Esa mixtura se te ocurrió cuando supiste que era DJ?
Vengo interesada en estos cruces. Ella se loopea en vivo, se acompaña siendo DJ, deja de estar sola. Canta un fragmento de PJ Harvey y empieza a gritar, y su canto es un grito histérico o un orgasmo, se graba, se escucha y dice “ya va a haber una flor, vas a ver que no te miento”. Ella puede escucharse a sí misma, como si se viera desde otro plano. Cuando lo vi, pensé: “esto es la obra”. Fue un flash.
¿Cómo te atravesó hacerte cargo de que Beya no fuera víctima?
Si nos dimos cuenta de que no somos subordinadas, ni inferiores, no tenemos porqué estar en una posición subalterna, y tenemos que tomar la posta. Yo soy directora, y es un proyecto hecho por mujeres. Tenemos que tomar la voz, los escenarios. No hay vuelta atrás cuando se te abre la mirada. Hacerte cargo significa que ya no sos víctima, no es un lugar interesante. Por tu propio peso tenés que plantarte como sujeto. Esta es una voz silenciada, literalmente, como las mujeres que matan y tiran a la basura, que dejan de tener voz. Entonces es un acto político hacer que esa voz se escuche. La novela tiene una mezcla de cosas super cultas y otras populares; tiene referencias a los versos de San Juan y El Matadero (Esteban Echeverría), pero lo combina con Kill Bill y “No way José”. Combinamos Chopin con Pablo Lescano. El mundo aparece con las músicas.
En el texto hay una interpelación directa...
Investigamos mucho de feminismo, y algo que me iluminó fueron las histéricas del siglo XIX, que en los hospitales de París hacían shows para la clase alta. Esas minas habían sido violadas y como no tenían un lugar para expresar lo que les pasaba, lo único que les quedaba era tener ataques, escupir y tirar cosas: literalmente una explosión del cuerpo. Para mí ella hace un show histérico, resignificando la palabra, no en el sentido peyorativo. “No me quieren ver ni escuchar, ¡miren!”.
También con un escenario muy chico y cercano…
Y ella hablando en segunda persona, parece que te habla a vos. En un momento dice “al asador al que van a ir a parar todos”, por eso digo que los hombres que están en la platea sienten esa virtualidad de todo lo que está pasando, que excede la trata. Ella se pone el bucal, que para mí es el botox, arma una muñeca, y deja de ser un humano. Son esos roles fijos que nos han asignado a las mujeres y que son insoportables: la puta, la bebota, la loca, la bruja. Y son lugares confinados por los que ella pasa para desarmarlos. A las brujas las quemaron en la historia por no encajar en ningún rol, leí mucho sobre brujas, todo eso está. Para mí las obras son una oportunidad para investigar y abrirme a una forma de conocimiento. Me interesa el teatro como un espacio de transformación.
¿Y en Una obra más real que la del mundo?
Con la compañía “La mujer mutante”, la estrenamos en la bienal de arte joven y en enero la haremos en el FIBA. Es un recorrido por Chacarita, con personajes que te hacen recorrer el sexto panteón, que lo diseñó Itala Fulvia -hablando de feminismo- que es una arquitecta muy grosa que hizo una obra monumental brutalista y nadie habla de ella. Son seis guías que te llevan por estos lugares y vas viendo la relación tabú con la muerte en occidente, qué significa Chacarita en contraposición con Recoleta, cosas culturales, existenciales: una caminata sanadora.
Y, por último, si tuvieras que elegir otro clásico infantil para contarlo de otra manera ¿cuál elegirías?
Blancanieves. Vengo leyendo a Silvia Federicci que habla de cuando se empezó a dividir el trabajo de la mujer y del varón. En la Edad Media, los campesinos y campesinas trabajaban por igual, porque si no no se podía, y el capitalismo moderno armó esto. El varón iba a ganar para mantener a la casa y la mujer iba a hacer el trabajo doméstico sin paga, que es otra forma de esclavitud. Blancanieves limpia la casa de siete enanitos, me da escozor.