Hollywood, 1967. “¡Son jóvenes! ¡Están enamorados! ¡Y matan gente! La película de gangsters más emocionante jamás rodada”, decían los carteles promocionales de “Bonnie and Clyde”, película dirigida por Arthur Penn y protagonizada por Faye Dunaway que, con su belleza tan única y particular, se había convertido en un símbolo de rebeldía, sensualidad y feminidad de la década de los 70. Los hombres la deseaban y las mujeres anhelaban ser como ella. Pero… ¿Por qué su personaje trascendió tanto la pantalla, al punto de convertirse un referente para las jóvenes de la época?
Si hay algo que define a los años 70 en Estados Unidos, es caos y descontento social. Lo que alguna vez fue el “sueño americano”, pronto se vio opacado por acontecimientos que atravesaron al país norteamericano, como la guerra de Vietnam, el racismo y la homofobia. Los jóvenes, quienes rechazaban los estándares conservadores de la década de los 50 y 60, se proclamaron fuertemente en contra de tales problemáticas políticas y sociales. De esta manera, se gestó una contracultura que luchaba por una sociedad más libre e igualitaria, con consignas basadas en la paz, el amor y la liberación sexual.
Fue en aquel entonces cuando Faye Dunaway, con su icónica interpretación de Bonnie Parker, apareció en el escenario hollywoodense para representar a los “rebeldes”. Su personaje, una joven camarera de West Dallas, Texas, es la perfecta personificación de libertad al decidir ir en contra de las reglas y salir a robar bancos con Clyde Barrow (Warren Beatty), su amante. Ahora los malos son los policías y la autoridad, mientras los buenos son los marginados, los criminales, como Bonnie y Clyde.
Exactamente de esa manera se sentían las generaciones más jóvenes. Incomprendidos, fuera del sistema. Fue así como la historia de los dos criminales enamorados los cautivó por completo. Por el contrario, los más prestigiosos críticos de cine odiaron la película al catalogarla como producto de “baja cultura” y despreciar sus escenas violentas “sin sentido”. Sin embargo, los jóvenes amaban la violencia y ver a los protagonistas, sus nuevos referentes, salirse con la suya. Se trataba de una manera nunca antes vista de retratar la criminalidad en el cine de Hollywood: fuertes secuencias de disparos, sangre explícita y un montaje fragmentado, por momentos brusco, que hacía a aquellas escenas únicas de ver.
Pero detrás de esa brutalidad había algo más que enloquecía al público: una fuerte tensión sexual entre Bonnie y Clyde. En ese sentido, la actuación de Faye Dunaway generó revuelo, tanto para bien como para mal, al representar a la mujer como fuerte y seductora, dueña de sus deseos y goce sexual. “No tendrías las agallas para usarla”, le decía Bonnie a Clyde de manera desafiante mientras ella acariciaba suavemente el cañón de su arma. Eran una pareja explosiva, una fusión ideal entre violencia y sensualidad.
Incluso, por fuera de la ficción, aquella idea de mujer independiente y decidida, tan característica de la actriz, hacía ruido y molestaba en el set. Dunaway se involucró fuertemente en el proyecto desde el minuto uno, pero con una condición: ganar la misma cantidad de dinero que su coestrella, Warren Beatty. “Vi a Warren como un actor que toma el control de su destino. Si tienes una visión, la única forma de protegerla es pelear en cuerpo y alma”, expresó Dunaway en su libro “Looking for Gatsby: My Life” con respecto al rol de las mujeres en una industria donde predomina la misoginia y el abuso de poder.
Sin embargo, su aura de feminidad y empoderamiento no sólo se debía a su chispeante personalidad, sino también a sus atuendos. La diseñadora y nominada al Oscar, Theadora Van Runkle, se inspiró en la moda parisina e ideó un vestuario para el personaje de Bonnie que iba en contra de las tendencias de los años 60: “La ropa es divina. Un estilo masculino a la manera femenina”, comentó la actriz. Los sweaters en V, sombreros, boinas, pañuelos y faldas de lápiz se volvieron furor entre las jóvenes, al punto de que sus ventas aumentaron exponencialmente.
Icónica por donde se la vea, Faye Dunaway llegó a Hollywood para romper con los ideales conservadores y darle vida a una nueva representación de la mujer. Una versión libre que decide por sí misma y no permite que otros le digan qué hacer, y ello dejó un legado tanto para los personajes femeninos en el cine, como para la cotidianeidad de las mujeres dentro de la industria. Mítica, sensual y revolucionaria: una auténtica femme fatale.