Verónica tiene una vida relativamente tranquila o al menos eso parece. Casada y con un pequeño hijo, vive hace una década en París cuando después de sus años universitarios en Buenos Aires quiso expandir los horizontes laborales. Sin embargo las cosas no fluyeron como esperado y mientras lidia con el peso de la inmigración y la maternidad, la inminente perdida de su trabajo y un departamento que siempre parece tener migas en el piso, decide hacer lo que mejor sabe, investigar.
Es así como llega a una utópica y extinguida comunidad protohippie que se formó a principios de siglo XX en Ascona, Suiza, donde un reducido grupo de personas que querían huir de la vida citadina se reunieron con el sueño de crear un universo donde todo parecía posible, en especial la igualdad de género, algo que jamás sucedió (podrán imaginar quienes fueron las grandes perjudicadas).
La autora de "Las brujas de Monte Veritá" es Paula Klein, una escritora astuta, sensible y profundamente curiosa, que con su primer libro "La luz de una estrella muerta" nos sumergió en la vanguardia parisina de los años 50 y 60, a través de la enigmática y compleja figura del artista argentino Alberto Greco, que retratar con envidiable precisión.
En esta segunda novela, que publica de la mano de Lumen, no sólo agudiza su habilidad para atraparnos sino que una vez más visibiliza historias profundas, periféricas y fantásticas, desconocidas para muchos. Aquí también nos enfrentamos con personajes que decididamente van en contra de las normas impuestas por la sociedad del momento y que eligen "hacer la suya" creyendo que podían ofrecer una alternativa superadora.
¿Qué proponían los habitantes de Monte Veritá? Nada más y nada menos que una sociedad matriarcal, donde prevaleciera el veganismo, el nudismo, las drogas y el poliamor. Donde las mujeres rechazaran los corsés asfixiantes y usarán ropas holgadas y los hombres se dejaran el pelo y la barba larga. Una micro sociedad donde fuera posible elegir donde y cómo vivir, si tener hijos o no y que acogió a intelectuales, artistas y escritores de la época, que escapaban de los avatares de la primera guerra mundial y de sus propios demonios, como Hermann Hesse, Jung, Otto Gross, Franzizka von Reventlow, Hugo Ball y Rainer Maria Rilke entre muchos otros.
Sin embargo, con la práctica del amor libre también llegarían los celos y los bebés, que al igual que la bestia (como Verónica llama por momentos a su pequeño hijo) tenían necesidades y la urgencia del cuidado. Es así como la burbuja estalla en mil pedazos y da a relucir los trapitos sucios con olor a patriarcado, al acecho de la destrucción del amado sueño.
Volviendo al presente, ya que Paula se mueve con fluidez entre el pasado de los monteveritanos y la actualidad de nuestra protagonista llena de incertidumbre, nos encontramos con una mujer que necesita escapar de su cotidianeidad aunque sea por un rato. Es imposible no sentirse identificado con esa urgencia, sincera y difícil de exteriorizar. La única solución que le viene a la mente es hacer un viaje de investigación a Ascona, donde aprovecha para invitar a dos de sus grandes amigas.
En pocos días Verónica vivirá una micro-revolución que incluye una fiesta en el lago con adolescentes, la frustradas ingestas de drogas lisérgicas, coqueteos, momentos absurdos y de soledad introspectiva. La narración nos permite acompañarla por una incómoda y necesaria mezcla de sensaciones. Aunque ama a su bebé, lo extraña y hasta siente celos de que esté feliz con el padre y los amigos en el medio del campo, siente que ha perdido mucha libertad desde su llegada. La misma que anhelaba la comunidad pre-hippie. Estamos frente a una novela que nos permite preguntarnos qué costo tiene esa búsqueda y cual es su precio.
En el tiempo que leí "Las brujas de Monte Veritá" expandí mis horarios laborales, me enojé mucho, dije te amo cientos de veces, cambié pañales, doblé ropa, viví en una casa con polvo y migas, intenté armar un frustrado viaje a Brasil con mis amigas, soñé con esa preciada escapatoria y quise ser una de esas mujeres que bailaban entre los árboles del bosque de Ascona, explorando su cuerpo y descubriendo nuevos lenguajes emocionales. Quise ser Mary Wigman pero en el siglo XXI y una bruja más de Monte Veritá para construir lo más cercano a mi propia utopía.