¿Cómo llamar la atención ante un mundo indiferente? Esta debe haber sido una de las preguntas que se hicieron entre los miembros del grupo ambientalista Just Stop Oil este año para salir a expresar sus reclamos y consignas atacando obras de arte. Las marchas en las calles ya no funcionan porque son tantas y entorpecen tanto la vida cotidiana, que solo generan ira sin importar cuál es el motivo detrás. Las huelgas de hambre ya no conmueven a nadie.
¿Qué es lo que sí conmueve? El arte y los eventos deportivos, que atraen multitudes en todas partes. Fue entonces en estas instancias en las que enfocaron su atención. Los militantes ecologistas que integran el movimiento Just Stop Oil exigen a sus gobiernos el cese de toda nueva infraestructura relacionada con las energías fósiles.
El primer ataque, desconectado del resto, sucedió en París, cuando una persona en sillas de ruedas le arrojó una porción de torta con crema al vidrio blindado que cubre a la Gioconda, la obra insignia del museo Louvre. El autor del hecho estaba vestido de mujer y utilizaba una silla de ruedas para poder acercarse por un espacio diferenciado a la pintura. Al ser reducido rápidamente gritó ante el público: "Piensen en la tierra, hay gente que está destruyendo la tierra. Todos los artistas piensen en la tierra. Por eso hice eso".
El ataque fue interpretado inmediatamente como demasiado ingenuo, facilista y vano, sin un sustento profundo que respalde su accionar. El hombre fue enviado a una unidad psiquiátrica de la policía por daños a objetos culturales. Pero éste fue quizás el disparador para que pocos días después, la agrupación Just Stop Oil actuara de manera más coordinada y creando una estrategia que llamaría la atención de los medios durante semanas.
Entre los últimos días de junio y los primeros días de julio, este grupo de jóvenes se han pegado a cinco obras de arte en diferentes museos de Gran Bretaña, en su intento por detener los proyectos petroleros del gobierno. La acción consistió en ponerse pegamento en las manos y aferrarse a los marcos de las pinturas elegidas. Comenzaron con La última cena de Giampietrino (1520), una copia de la obra de Leonardo da Vinci en la Royal Academy of Arts en Londres; siguieron Melocotoneros en flor de Vicent Van Gogh (1889) en Courtauld Gallery; Mi corazón está en el Highlands, de Horatio McCulloch (1860) de la Galería de Arte y Museo de Kelvingrove en Glasgow; y Arpa eólica de Thomson de William Turner (1809). Se trata de nombres fuertes en la historia del arte occidental. En todos los casos, grafitearon también las paredes de las salas donde se exhibían las obras, con consignas.
El último de estos actos fue quizás el más contundente y ocurrió en la National Gallery de Londres. La obra elegida fue El carro de heno, de John Constable, pintada en 1821. Antes de adherirse al marco del cuadro, dos estudiantes y activistas ecológicos, Hannah Hunt y Eben Lazarus, desplegaron encima del mismo una versión adulterada de la pintura. El paisaje campestre y apacible se trastocó en uno sombrío, donde el agua aparece contaminada y aviones sobrevuelan el cielo. El comunicado emitido más tarde por las redes sociales mencionaba: “La versión reinventada lleva una escena de pesadilla que demuestra cómo el petróleo destruirá nuestro campo (...) Amamos demasiado nuestra historia y cultura como para permitir que todo sea destruido por el colapso de nuestra sociedad. Los partidarios de Just Stop Oil continuarán interrumpiendo pacíficamente lo que sea necesario hasta que el gobierno acepte detener todos los nuevos proyectos de combustibles fósiles”.
Los ambientalistas dieron un discurso antes los presentes (la sala del museo se encontraba llena de adolescentes realizando visitas educativas) donde hablaron de proteger a la civilización de las crisis que vienen, de un mundo sin agua y sin comida ante una emergencia climática alarmante. Fueron arrestados, y liberados luego de pagar una fianza. El museo declaró más tarde: “El carro de heno sufrió daños menores en su marco y también hubo algunas interrupciones en la superficie del barniz de la pintura, los cuales ahora se han solucionado con éxito”.
El ataque a las obras de arte
No es la primera vez que se realizan atentados a obras de arte para dar publicidad a protestas reivindicativas de distinta índole. Posiblemente, el caso más difundido y polémico haya sido el feroz ataque sufrido por La Venus del espejo, de Diego Velazquez, el 10 de marzo de 1914, la cual fue acuchillada reiteradamente dejando 7 tajos sobre la superficie del cuerpo de la diosa. La autora del hecho vandálico fue Mary Richardson, una reconocida militante sufragista, en reclamo por la detención de una compañera el día anterior. Richardson fue condenada a seis meses de prisión, el máximo permitido por la destrucción de una obra de arte.
1914 fue un año intensivo en el ataque a obras como formas de protesta y visibilización de otras causas. La hija de una activista declaró tiempo después: “El cuadro El Maestro Thornhill del pintor George Romney sufrió un atentado por parte de Bertha Ryland, conocida sufragista. También fueron atacados el retrato de Carlyle de Millais en la National Portrait Gallery, y un gran número de imágenes, como un dibujo de Bartolozzi en la Galería Doré que quedó prácticamente destruido. Se incendiaron estaciones ferroviarias, muelles, pabellones deportivos y pajares. 151 actos de destrucción se contabilizaron en la prensa durante los primeros siete meses de 1914”. Una nueva oleada vinculada a reivindicaciones históricas y políticas se generó en los últimos tres años, vandalizando una gran cantidad de monumentos y obras públicas a lo largo de todo el mundo.
¿Reclamos justos o mero vandalismo?
Las denuncias de Just Stop Oil nos remiten a la película furor del verano pasado “Don’t look up”, donde un grupo de científicos conocen fehacientemente la tragedia que se avecina al pronosticar la caída de un meteorito sobre la Tierra. Sin embargo, no son escuchados por las altas esferas de poder, donde siempre se menosprecian las catástrofes ecológicas o ambientales, mientras se siga produciendo dinero con el extractivismo y la industria. El discurso de Just Stop Oil no solo apunta a la destrucción que el petróleo y el gas genera a nivel de su extractivismo, de la contaminación apremiante y los desastres ecológicos que generan sus derivados como los plásticos. También se centra en que la obtención y la comercialización de estos combustibles resultan ser un causante de guerras, que en definitiva conducen a la destrucción real del patrimonio cultural de los pueblos.
No se refieren aquí a suposiciones, ya que es lo que está sucediendo en este mismo momento en la guerra Rusia - Ucrania. Las advertencias y cuidados del patrimonio cultural establecidos por la UNESCO y la Convención de la Haya en caso de conflictos armados no están siendo respetadas, y día tras día llegan las noticias acerca de bombardeos en teatros, museos e instituciones culturales cuyo contenido es irreemplazable para la memoria de sus habitantes.
Afortunadamente, en este movimiento fueron lo suficientemente lúcidos como para tomar medidas en las cuales las obras no fueran dañadas, porque de haberlo hecho, habrían desacreditado su relato. La legitimidad de su reclamo sólo se mantendrá mientras sus acciones no atenten contra las obras. En su cuenta de Twitter reflexionan: ¿Qué vale la existencia? ¿Qué vale la pena arriesgar? ¿Qué vale la pena sacrificar? Las acciones de #JustStopOil han generado controversia. Pero una vez más, muchos no logran comprender lo que realmente está en riesgo. El cambio climático está destruyendo nuestro único hogar.