El MALBA se convirtió por estos días en un festín del arte textil. Obras que traen consigo el acervo de un saber milenario, asociado a los oficios de mujeres: el tejido. En Latinoamérica, los textiles tienen el plus de anudar, con el arte moderno del museo, las labores ancestrales de las culturas de estas tierras.
¿Cómo llega el textil al museo?
En aquella Europa destrozada de la Primera Guerra Mundial, las vanguardias artísticas se plantearon un gran desafío: incorporar en el arte la vida cotidiana y llenar la vida cotidiana de arte. La premisa era romper la sacralidad de las obras, que convertía los museos en una suerte de templo. En gran parte, desacralizar el museo, fue minarlo con obras de arte hechas de materiales banales. Así, las vanguardias iniciaron un camino de búsqueda experimental, componiendo con elementos de lo más corrientes: papeles impresos, fotografías, cartones, latón, envases de todo tipo, más tarde plásticos y sintéticos, cualquier objeto encontrado -el famoso objet trouvé, del surrealismo- podían formar parte de una composición poética.
Para esta experimentación material -que tuvo un gran pico en la segunda ola vanguardista norteamericana de los años 60 y, en la década del 80, encontró una deriva inagotable en el trabajo con el reciclaje y la demanda ecológica- el collage y la escultura han sido las técnicas privilegiadas.
Por supuesto, entre todos estos materiales nuevos que se incorporaba a las obras de arte, estaba también el elemento textil. Fibras y tejidos se incorporaban como parte sustancial de muchas obras, pero con un plus. Si bien los textiles eran también un material cotidiano, no salían necesariamente del descarte de una vida abarrotada de productos industriales, como esos otros elementos sin aura que provenían del desecho: pilas de revistas viejas, latas vacías, láminas plásticas.
La confección de textiles requiere un aprendizaje largo y una elaboración lenta. Están asociados a las prácticas manuales y la manufactura singular, por eso, muchas veces, se los asocia con la artesanía y despierta un montón de interrogaciones: ¿deben ocupar un lugar en el museo? ¿no están hechos, acaso, para usarlos como prendas? ¿es este un arte femenino? ¿cómo los tejidos o los bordados pueden ser pensados como obra? ¿qué artista firma un tejido? ¿quién tiene la autoría de una técnica ancestral o un patrón de diseño, transmitido de manos a manos por miles de años en una cultura? ¿Qué relaciones guarda este hacer con otros paisajes, otros modos de estar en el mundo? Éstas son algunas preguntas que una obra de arte textil estimula en un museo.
Aó, Yente y Barboza
Dos de las exposiciones temporarias, que están hasta agosto en el MALBA, son exclusivas de obra textil: “Aó. Episodios textiles de las artes en el Paraguay” curada por Lía Colombino y la bellísima “Tejer las piedras” de la artista peruana Ana Teresa Barboza, curada por Verónica Rossi. Aó es la palabra del guaraní que nombra el tejido en sus múltiples atributos: ropa, abrigo, adorno. Esta muestra colectiva reúne dieciséis piezas de diez artistas del Paraguay, muchas trabajadas desde la tradición de delicadas técnicas de tejido como el ñandutí, el aó po’í o el encaje yú.
Varias de estas obras, aunque firmadas individualmente, traen también los nombres de sus creadoras, tejedoras o bordadoras, como los créditos de las películas, una creación colectiva. Huellas de árboles inmensos, escrituras inscriptas en blanco sobre blanco, vestidos de novia en miniatura son algunas de las cosas que podemos encontrar en esta sala del primer piso, que permanecerá abierta hasta el 1 de agosto.
En la planta baja del museo, encontramos las poéticas piezas de la muestra individual de la peruana Ana Teresa Barboza. “Tejer las piedras” es un entramado de fragmentos de paisaje y hebras de lana, que muestra el compromiso de la artista en una investigación que articula su interés por el cuidado del medio ambiente y la memoria cultural de las técnicas de tejido andino. Un verdadero enlace fino de cultura y naturaleza, la búsqueda de suturar esa grieta con sus hilos. Collage fotográfico, entramado de fibras y piedras pulidas arman una paleta de colores continuos que evocan una vida por fuera del museo, al borde de la institución del arte.
Finalmente, en el piso más alto, podemos hacer un recorrido por la exhibición “Vida venturosa”, de la pareja de artistas Yente y Juan del Prete. Treinta años después de su muerte, por primera vez se expone el trabajo de estos artistas en conjunto, en una muestra que hace honor a los 50 años que mantuvieron una convivencia de amor y creación.
La exhibición, curada por María Amalia García, deslinda de las obras lo individual, el peso de la firma de autor, para pensar el paso de la pareja por la vida como un modo de compartir un estado creativo. Materiales, líneas, técnicas y paletas, no se fusionan, y sin embargo componen en vaivén. Ambos, pero sobre todo Yente, desperdiga, entre las mil experimentaciones de sus piezas, bordados y collage de telas, pinturas sobre tejidos y encajes, que hacen la más finas y ricas texturas visuales.
El MALBA está vestido de fiesta. Es el momento de los textiles y no es posible perderse la oportunidad de una visita.