"Evita" de Santiago Porter, "El abuelo" de Tadeo Muleiro y "Koan sudamericano" de Ernesto Alli, tres creaciones para reflexionar sobre este fenómeno mundial.
Desde el asesinato de George Floyd en los Estados Unidos, en ciudades de todo el mundo se voltearon, golpearon, decapitaron y vandalizaron estatuas y monumentos de referentes políticos hoy considerados moral y éticamente reprochables. En algunos casos, las gobernaciones o los museos han decidido actuar a priori, desplazando y guardando en sus almacenes las esculturas y retratos de personajes históricos cuyo pasado podía hacer prever un posible ataque.
Aprovechemos el momento para visitar la obra de tres artistas argentinos que trabajan sobre la problemática de los monumentos crepusculares de la Argentina.
Evita
Santiago Porter exhibe el odio descarnado que sufrieron las representaciones de Eva Perón en los años 50. En una de sus series llamada “Bruma”, se dedicó a fotografiar, entre 2008 y 2011, diversos sitios, monumentos y estructuras, en función de las anécdotas o historias que se esconden detrás de las imágenes que aún perviven.
En esta fotografía, la escultura decapitada de Eva Perón ocupa el primer plano, mientras que a su izquierda y ya casi imposible de reconocer, aparecen los restos de otra escultura de Juan Domingo Perón, sin cabeza ni manos.
Durante el golpe militar de 1955 que derroca y exilia a Perón, los militares se obsesionaron con erradicar toda imagen de Evita, prohibiendo incluso mencionar su nombre. Atacaron el taller del escultor Leonne Tomassi, quien trabajaba en las piezas que formarían parte del mausoleo y decapitaron las figuras de mármol macizo a golpes, para luego arrojarlas al fondo del Riachuelo
Las esculturas fueron rescatadas 40 años después durante el gobierno de Carlos Menem y emplazadas en la quinta 17 de Octubre, en San Vicente, donde descansan los restos de Perón.
El abuelo
En el video “El abuelo”, el artista Tadeo Muleiro apela a la historia del monumento más polémico de Buenos Aires, la escultura del ex presidente Julio Argentino Roca, vista desde los ojos de un miembro de las comunidades originarias desplazadas y asesinadas.
En una travesía que se inicia en el campo. Este ser provisto de un traje diseñado con simbología sincrética indígena peregrina hacia la ciudad, a enfrentarse cara a cara con el representante de una clase política y económica que desmanteló sus tierras.
Sin embargo, su enfrentamiento no será violento. A través de un ritual chamánico, su maldición no será la destrucción de esa figura que condensa una ideología latifundista y blanca, sino la extensión de su imaginario, impregnar su cuerpo con patrones y colores originarios.
Koan sudamericano
Dos bultos enormes ocupan la prácticamente totalidad de un galpón. Recubiertos con una tela inmensa que apenas marca sus contornos podemos entrever su apariencia. Alguna vez símbolos de una disputa de poder político entre dos mandatarios; históricamente representantes de diferentes cosmologías, culturas y formas de ver y sufrir el mundo.
Cristóbal Colón presidió con su figura imponente durante 90 años la Casa de Gobierno argentina. Con la mirada perdida en el Río de La Plata, guardó las espaldas del máximo exponente edilicio de la historia política del país.
Símbolo de una tradición extrapolada, de un lenguaje impuesto (como dice Shakespeare en La tempestad: “Me enseñaste a hablar, y mi provecho es que sé maldecir. ¡La peste roja te lleve por enseñarme tu lengua!”), de un genocidio cultural que se extendió por toda América luego de su “descubrimiento”.
En esta obra de Ernesto Alli, ahora yace arrumbado junto Juana Azurduy, mariscal del ejército argentino y participante de las guerras de independencia latinoamericanas, la guerrera que lo destronó y lo obligó a moverse de lugar, abandonando su posición de poder en el centro de Buenos Aires, aunque más no sea post mortem y a través de un hecho contrafáctico de la historia.
