Rosina Fraschina, directora del espectáculo que se presenta en el Espacio Sísmico, cuenta el paso a paso en la creación de esta propuesta que sobresale en la nutrida cartelera porteña.
La cartelera teatral porteña es muy rica por la variedad de sus propuestas que van desde la adaptación de los grandes clásicos pasando por la originalidad de las obras de autores argentinos contemporáneos hasta llegar a la magia de la improvisación callejera. Performances, stand-up, tragedias griegas, títeres, clown y ciclos experimentales condimentan la oferta dramática de Buenos Aires. El circuito de producción independiente es, asimismo, un motor potencial de proyectos innovadores, genuinos, provocadores y sumamente interesantes. Tal es el caso de Rala, ópera prima de Rosina Fraschina como directora y dramaturga, que nos introduce en el ámbito íntimo de un hogar en el que tres hermanos y una desconocida dirimen misterios, dudas y abren la puerta a una reflexión casi existencialista sobre el poder personal y la toma de decisiones.
Son las siete de la tarde de un domingo frío y gris mientras aguardo, en el bar del Espacio Sísmico, la llegada de Rosina y su elenco: Matías Katz, Julia Di Ciocco, Camila López Stordeur y Federico Paiva. Llegan riendo, entusiasmados y envalentonados, luego de la plausible función. Una vez sentados a la mesa, con cerveza y maní pedidos al mozo, damos rienda suelta a la entrevista.
El origen
Rosina es actriz de profesión, se formó en el clown. Confiesa con soltura “tener vida de payasa” y destaca que Rala es la primera obra que dirige. “Fue un proyecto muy raro porque Matías (Katz) me llama diciendo que él quería hacer una obra y que había buscado personas (actores y actrices) con los que él quería trabajar que tampoco se conocían entre sí. O sea, que el único que los conocía a todos era él y me propuso si yo quería dirigir. Y, bueno, en un principio yo dije: ‘hagamos la prueba porque es un experimento. Ustedes no me conocen, yo no los conozco y no sabemos qué va a pasar con esto. Tengamos la libertad de que si empezamos en unos meses y esto no va para ningún lado, todos tenemos la libertad de decir hasta acá llegué’. Y, muy mágicamente, todo siempre avanzó”, comenta la directora.
La interpretación
La magia del encuentro teatral se traduce en la frescura de la propuesta dramática. Los actores de Rala vienen de dos vertientes diferentes: por un lado, el universo del clown y, por otro lado, de una formación más textual (como por ejemplo, del taller de Agustín Alezzo o Ricardo Bartís). Precisamente, la diferencia es el gran motor de esta pieza en la que conviven reminiscencias beckettianas (contradicciones de los personajes entre quedarse e irse de la casa que habitan), el ilusionismo payasesco y la tensión trágica de no poder precisar con exactitud qué se quiere o quién se es.
El texto dramático
Respecto a la escritura del texto, Fraschina señala que se trató de un trabajo colectivo, realizado por un equipo integrado por ella, los actores y el asistente de dirección Nicolás Mauro. “La obra la fui escribiendo junto con ellos en los ensayos. Por momentos pasó que yo me tenía que ir, escribir, traer escrito, probar lo escrito, volver a casa y re-escribir según lo probado. Fue un proceso de ida y vuelta. A ellos, también, los mandé a escribir cosas que veía de cada personaje sobre la soledad y el amor para que, a cada uno, se le abriera un mundo respecto a ese tema o a ese concepto y, a partir de eso, yo después re-ordenaba, ponía, agregaba y hacía dialogar a los personajes”.
La obra
Rala está construida en base a un “nosotros” que excede a los personajes que integran la escena teatral. Desde el momento en que los espectadores ingresemos a la sala lo haremos en compañía de Miné (Camila López Stordeur), una mujer vestida con ropa de los años ’50, que llega inesperadamente a la casa de la recién fallecida dueña y en la que ahora viven tres hermanos. La idea del “nosotros” no sólo remite al colectivo conformado por este equipo teatral, sino, sobre todo, a los espectadores quienes convivimos por 50 minutos en ese espacio hogareño donde habrá apagones, dudas existencialistas, secretos y un deseo voraz por lograr independizarse de las trabas que sujetan e impiden la toma decisiones.
El espectador
Fraschina comenta que “el teatro no puede hacerse el boludo de que hay un montón de gente que está dentro de la sala y te está viendo. Y uno como actor no puede hacer como que no hay nadie. Es un doble ejercicio que uno está adentro haciendo como que el otro no está adentro, pero sí esta adentro, y, además, tiene que actuar como que no está. ¿No es más simple aceptar que está? Me parece que amplía, incluso, el modo de estar con este otro porque yo sé que hay otro que me está mirando. Eso es el teatro. Si no hay otro que te está mirando, ya es algo distinto del teatro. Acá hay una intimidad. Si yo sé que ustedes me están mirando, hay una actuación. Entonces, por eso me gusta evidenciar que hay otro que sabemos que está y es al que le queremos contar algo”.
El título
Rosina Fraschina nació y creció en Chivilcoy, su padre era veterinario, y suele tener itinerarios cargados de funciones por distintas regiones de la Argentina. Tal es así que yendo a exhibir un unipersonal a Misiones, el micro se descarriló y tuvo que permanecer varias horas esperando que el problema se solucionara y poder cumplir con su deseo de actuar. En ese viaje, por suerte, no estaba sola, sino en compañía de Camila López Stordeur, su asistente en aquella obra, y mediante conversaciones de contención y ánimos surgió el título Rala. “Para mí, 'rala' es una palabra que me recuerda mucho a mi infancia. Mi viejo veterinario usaba esas palabras antiguas. Las flores están ralas, el pasto está ralo, de ese mundo lo tengo asociado. Es una palabra fuerte. Al principio a muchos no les gustaba y después le empecé a buscar sentidos y me gustaba el significado de ralo que es como separado, poco tupido. Me gusta poner palabras en lugares donde no son convencionales. Por ejemplo, ralo en relación con lo vincular, no se usa para nada. Pero, a mí, me gusta hacer eso”.
La independencia
Las producciones teatrales independientes viven y subsisten, en su gran mayoría, gracias al esfuerzo, el deseo, el compromiso y la fe en un proyecto por parte de sus creadores. “Nosotros no recibimos subsidios. Los actores pagaron las horas de ensayo. Todos laburamos gratis. Los últimos meses, ensayábamos tres veces por semana y tres horas cada vez.” Rala fue compuesta en el período de un año y medio de ensayos, a los que acudieron sin faltar ni una sola vez cada uno de sus protagonistas.
La reflexión
En el Espacio Sísmico, que en su ingreso tiene un bar para compartir una pizza y cerveza con amigos, Rosina dicta clases de clown y se esperanza en seguir promoviendo la cultura teatral porteña. “El director se va, pero está todo el día con la obra en su casa, en su cuerpo y en su cabeza. El director no se va nunca. Esta experiencia me llevó a preguntarme para qué hago esto, por qué, qué quiero de esto y qué quiero del teatro. Es un camino de profesionalización y de aprendizaje. Para mí es fundamental, porque ¿lo haces para estrenar una obra o porque realmente estás movido por esto? ¿Qué te mueve de estos textos? ¿De estar, de hacer? ¿Por qué? ¿Para qué?”.
Interrogarnos, indagar, descubrir y reflexionar tales son las reacciones causadas por Rala al finalizar la función. La obra invita, con actuaciones estelares y un juego de luces impecable, a realizar un recorrido misterioso hacia lo más profundo del ser.
En julio Rala se presenta en Espacio Sísmico, los viernes a las 21, y luego, parte de gira hacia Chivilcoy y, después, regresa a Buenos Aires en septiembre y octubre.