Conocé a esta escritora, actriz y humorista americana, íntima del famoso cineasta, que lo inspiró más de una vez. Porque la recientemente estrenada serie Supongamos que Nueva York es una ciudad, no es la primera producción que el famoso director hace sobre ella (ni con ella).
No cabe ninguna duda que el poder que ostenta Fran Lebowitz radica en sus opiniones y ella lo sabe muy bien. Esta señora de 70 años, que apareció este año en la pantalla de Netflix con una marcada estética sartorial, habla y se dirige a su público con una autoconfianza absoluta, casi como si repartiera invitaciones a una fiesta que se sabe va a ser un éxito rotundo.
Su apellido mismo incluye esas letras mágicas. El wit, ese término inglés que describe una dimensión de la inteligencia humana vinculada a una velocidad excepcional para entender y responder es, definitivamente, la palabra justa para hacernos una imagen cierta de lo que Lebowitz pone en juego. Nacida en Nueva Jersey en 1950 esta escritora, actriz y humorista americana ha sabido cultivar con el tiempo una mirada muy especial. Asidua a las fiestas más cool de los años 70 y aprovechando la celebridad de muchos de sus grandes amigos, esta señora ya goza de un lugar de privilegio en el campo de la crítica cultural neoyorkina. Su estilo: incisivo, mordaz, ácido y rápido, muy rápido.
Si en una primera instancia, y como se jactan sus detractores, podría percibirse altanería y hasta condescendencia en ella, rasgos típicos del esnobismo; cuando se sostiene la escucha atenta aparece el milagro: palpitante, su elocuencia discursiva nos deja boquiabiertos. Sea que la veamos en uno de sus shows en vivo en Manhattan o la hayamos disfrutado en Supongamos que Nueva York es una ciudad (2021), la última serie que Scorsese produjo para Netflix, el despliegue y el impacto de su genialidad es igual de contundente.
Ahora bien, los espectadores latinoamericanos percibimos una distancia, algo que no llegamos a captar del todo. Si bien Fran, en su rol de jueza y árbitra, observa y teoriza sobre aspectos generales de la cultura y la sociedad contemporáneas, hay algo muy local y restringido en su discurso. Su hipersensibilidad se revuelca en un escenario único: el paisaje de Manhattan con sus turistas, sus banqueros billonarios con todo su glamour y vulgaridad, sus estaciones de metro decoradas por artistas, su diversidad absoluta… puede resultarnos algo un poco distante, como si estuvieran hablando de la intimidad de una familia que no es la nuestra.
Supongamos que Nueva York es una ciudad es una conversación que continúa y retoma el documental Public Speaking (2010), ambos productos que, ideados por Martin Scorsese, reflejan años de amistad y complicidad entre el director y la escritora. Fran es esa amiga brillante que todos tenemos (o nos gustaría tener), esa que te dice lo que nadie se anima a decir, la que no deja títere con cabeza, la que te canta las cuarenta. Y, si surgen risas como consecuencia de escucharla, son carcajadas de nervios, porque incómodos nos reconocemos en la ruidosa hipocresía y el absurdo feroz de nuestros actos y nuestros decires.
Abiertamente lesbiana, cascarrabias, asidua a la tiendas de Savile Row y lectora obsesiva de siempre. Fran, que fue taxista y columnista de la Interview de Andy Warhol, toma una radiografía del mundo posmoderno, para hacer un diagnóstico sí, pero también para compararlo con ese otro Nueva York, tan celebrado y llorado con nostalgia, el de los años 70. La gente la ve casi como una sobreviviente de guerra y pareciera que a ella no le incomoda. Su ingenio convive así muy bien con su pose, la frecuencia dandy le sienta de maravillas. Fran logra realizar sus trucos y efectos con destreza.
El arquetipo de la jueza, que le sirvió para interpretar 12 veces ese rol en la serie La Ley y el Orden y luego en El Lobo de Wall Street (2013), es lo que mejor le sale, el que puede habitar con mayor soltura y el que mas éxitos le trae. Fran ha sobrevivido las últimas décadas fundamentalmente gracias a sus apariciones en televisión y a las conferencias que da en todo su país. Acerca de su propósito de vida y su deseo ella no duda en afirmar: “Es lo que siempre quise hacer toda mi vida. Que la gente me pregunte y opinar, y que no puedan interrumpirme”.
“Las palabras son fáciles, los libros no” declaraba Fran a The New York Times en 1994, año de su última publicación. Su bloqueo como escritora es célebre. Publicó Metropolitan Life (1978) y Social Studies (1981) y un libro para niños, Mr Chas and Lisa Sue Meet the Pandas (1994) y ha declarado a lo largo de los años tener varios textos en proceso. Cualquiera sea el caso, todo el mundo está hablando de ella en este momento: proyección internacional y visibilidad masiva, son esas las bondades máximas que posibilita Netflix, siempre y cuando el producto sea bueno, y en este caso lo es.
En conclusión: a Fran Lebowitz hay que conocerla. ¿Por qué? En primer lugar, porque piensa la tecnología, la salud, el turismo, el dinero, el talento y el arte con una mirada tremendamente original y profundamente urbana. En segundo lugar, porque verla es una lección magistral de esa segunda acepción de elegancia que es la elocuencia. Persuadir, saber decir lo justo y lo necesario y dar así, con suerte, el salto estético.