Director, dramaturgo y docente, Mauricio Kartun es uno de los referentes máximos de la escena teatral nacional. Multipremiado y con unas treinta obras en su haber, este año publicó “Salo solo. El patrullero del amor”, su primera novela. Kartún es, además, un gran conversador: según él la interlocución es “una de las pocas maneras que tenemos de crear ideas”. Y en esa dirección encara la entrevista: “Es como ir a pescar, el atractivo está en el hecho mismo. A veces salen cosas más interesantes que otras, pero jamás me lo tomo mecánicamente”.
¿Cómo dialogás con la coyuntura que atravesamos en el país de cara al balotaje?
MK: Con la misma inquietud que, imagino, tiene todo argentino más allá del sector político al que pertenezca. Es un momento de crisis y sea cual fuese el resultado, se vienen cambios. Me interesa entender a la historia como una sucesión de conquistas sociales: el hombre intentando un grado de felicidad mayor en la negociación entre su tiempo de felicidad y su tiempo de padecimiento. Esas conquistas llevaron mucho tiempo, esfuerzo y dolor. La sensación que tengo hoy es que el hombre acepta la hipótesis de volverse más infeliz y frente a una situación así, es inevitable que aparezca la angustia y los desvelos.
¿Qué considerás que pasaría con un eventual triunfo de la oposición?
MK: Un gobierno de derecha liberal, en este concepto nuevo de libertario, llevaría a una rápida inversión de la ecuación entre esfuerzo y rédito y a pérdidas catastróficas de felicidad real y posible. Creo en el estadio de felicidad de cuando nos hacemos carne de una lucha social y más allá de pelear por la propia, tenemos esa misteriosa felicidad empática de estar haciéndolo por todos.
En la tensión entre lo individual y lo colectivo, el teatro sigue siendo un refugio grupal y del pensarse con otros.
MK: El teatro es ceremonia, convivio, y lugar de creación de ideas encarnadas en un relato que se ve y se escucha. Uno empieza a entender el por qué de su fuerza en tantos siglos: es la posibilidad de percibir ideas, de conectar con ellas sin la exigencia discriminatoria de tener la capacidad de entender su redacción en términos de filosofía o política. Y de incorporarlas, discutirlas con otro, salir del teatro y que sigan dando vueltas.
¿Viste recientemente materiales de esa potencia?
MK: Estuve siguiendo el proceso de Lo que el río hace. Es tan poderoso lo que dice esa obra desde las primeras imágenes de su escritura hasta la puesta y lo que luego descubre el público. Y es hermoso ver que esas ideas solamente pueden ser transmisibles en el espectáculo. Es un fenómeno equiparable al de un libro de filosofía que pueda cambiar algo del pensamiento. Continuamente se presentan espectáculos que lo producen y eso es lo que busca el espectador.
Hoy sentarse a ver teatro guarda más relación con meter los pies en la tierra o cosechar fruta que con ver una serie en un sillón.
MK: Absolutamente. Y pasa algo curioso: vivimos como novedoso algo que en términos culturales ha sido una tradición, que es la convivencia y vibrar en grupo. Sentarte en el teatro es afinarte. Me gusta mucho el concepto de afinación musical aplicado a las poblaciones. Reír juntos, encontrar las notas comunes, descubrir de qué ya no se ríe el otro o cómo me molesta que se ría de algo. Eso es imposible de conseguir por otro medio que no sea la convivencia alrededor de un hecho común: en un estadio deportivo, en una manifestación política o en el teatro, un lugar que vamos perdiendo porque todos vemos audiovisual en plataformas.
Tengo un proyector que todos los días me ocupa dos horas viendo ficción, muchísima más de la que he visto en toda mi vida, a costa de leer, salir y estar menos con otra gente. Perder contacto con la vibración de otros lleva a aceptar lo que me propone el algoritmo. Por eso la ceremonia de convivencia es irremplazable: en esa mezcla empezamos a entender la sociedad de manera intuitiva, por la fuerza de la risa. El teatro ocupa ese lugar y yo, que soy un optimista, creo que lo va a seguir ocupando.
¿Qué importancia tiene la risa en una sociedad caracterizada por un control permanente y asfixiante como la nuestra?
MK: Nos gusta juntarnos con gente con la que podemos reírnos de lo mismo porque nos permite esa descarga. Una vez más, la necesidad de la fiesta, el gran mecanismo de la felicidad en el mundo. Todo lo que nos aleja de ella nos retrae de ese estado. Por cierto, lo virtual nos pone en una fiesta más porno y fantasiosa, pero sin la presencia del cuerpo del otro. Si tuviese que hacer futurología, imaginaría una sociedad que muy pronto empieza a volver a cierto estado de descontrol festivo, que busca la compensación como alternativa y como forma de opinión frente a un estado de excesivo control.
Sin embargo, mientras los cuerpos siguen buscando reunirse, rebelarse, persiste el imperativo de la tibieza, la danza de fingir desinterés y demás rasgos de un comportamiento social atomizado e individualista que ha logrado imponerse como lo cool.
MK: En la medida en que se le da valor al lugar al que te lleva la corriente, también se lo naturaliza. Es un lugar más deshumanizado, de menor contacto y menos manifestación física.
El uso social de categorías como Trigger warnings para avisar cuando se va a hablar o mostrar algo relacionado a situaciones que conllevan una connotación negativa o traumática, hace que mucha gente tema compartir con otros su sufrimiento. El foco está más puesto en un posible impacto en la “paz mental” de quien recibe una información, que en acompañar a quien tiene un problema. ¿Cómo lidiamos con eso?
MK: Me llaman mucho la atención ciertos protocolos nuevos. Algunos, como los que mencionás, nos hacen pensar en cierta pérdida de la empatía, algo como “te advierto que podrías sentir empatía con lo que voy a contarte”. Lo único que nos pone en un lugar más sano es la conciencia sobre el devenir de estos fenómenos. El poder determinar qué asumo y qué no. Mis ideas, en todo caso, rondan más alrededor de la sorpresa por lo vertiginoso que por el cambio en sí mismo. Y eso me obliga a pensar en el estado de vértigo, de lo dinámico: cómo es estar en algo que se está moviendo.
En semejante estado de vértigo es difícil imaginar cómo se configura lo que mañana serán mitos.
MK: Exacto: ¿Qué de lo de hoy tomará forma de mito y qué quedará como fenómeno pasajero? Pienso cómo he vivido hace veinte años y cómo vivo con el teletrabajo, en mi casa generando algo que en otro momento hubiera sido parte de un trabajo de oficina o de estudio. Es un guiso que se está revolviendo y cocinando en este mismo momento y es un presente para no dejarse llevar por la corriente y preguntarse: ¿Qué estoy haciendo con mi vida?
Un nuevo capítulo en la vida de Kartun
Durante la pandemia Kartun estaba por reestrenar dos espectáculos. Se preguntó si tenía sentido ponerse a escribir teatro sin saber cuándo se estrenaría ese material. Entonces comenzó a publicar unos relatos en Facebook que terminaron conformando la novela “Salo solo. El patrullero del amor”, que narra las aventuras de un viudo que no puede dormir y decide salir a la conquista.
¿Esos posteos son el antecedente fundante de una nueva etapa en tú proceso creador?
MK: No te quepa ninguna duda. La sensación de escribir algo que no es teatro fue casi un cambio hormonal en mí. Lo que más me interesa es redescubrir a las redes sociales en un uso profesional para los escritores que no había tenido. De pronto, es tan legítimo publicar en una red social como en un libro.
La red como medio.
MK: Sí, aceptando la imposición de formatos: el tipo de descargas que debe tener, que tiene que ser un texto que arrastre, que lleve, no muy extenso. Me parece fascinante la hipótesis de que aparezca un medio generador de una forma también nueva. Escribir algo que alguien va a leer en una pantalla debe tener algún imán que te permita quedarte allí. Luego eso pasa al libro y genera un fenómeno distinto.
Sin embargo, dentro de “lo nuevo” Facebook ya es la agonía y eso hace más interesante aún que tu obra circule ahí, donde algunos pensábamos que ya no pasaban demasiadas cosas trascendentes.
MK: En mí caso hay una recuperación del blog, donde todos escribían historias. En un doble anacronismo Blog/Facebook, poder crear un lenguaje de un libro que se está vendiendo muy bien. Me da enorme alegría y entusiasmo de que sea tomado como formato.
¿Cómo es ser un dramaturgo que también escribe narrativa?
MK: Mi cabeza funciona como la de un dramaturgo, solo puedo escribir aquello que he escuchado o visto y mis historias se siguen expresando a través del formato coloquial. Esto en narrativa es simplemente una parte. La cabeza traza caminos y aunque yo le dijera que vaya por los del narrador, la mía irá por los del dramaturgo. Lejos de hacer fuerza, aprovecho la posibilidad de generar un texto narrativo por caminos diferentes. Es un esfuerzo mayor, pero yo soy quien puede proponerlo.
¿Dónde te encontrás tomando riesgos a la hora de crear?
MK: Al escribir cosas que nunca escribí con mecanismos que nunca usé. Ahora estoy escribiendo un texto teatral que es una narración creada a través de monólogos, sobre el que no tengo mecanismo especulativo. Los personajes son dos mujeres jóvenes contemporáneas, algo sobre lo que no trabajé nunca, porque siempre lo hice amparado en los lenguajes históricos que me permiten jugar sin riesgo de que no parezca verdadero. Lo viejo tiene una verosimilitud apoyada en que nadie lo ha visto. Por momentos pienso que quizá no es una obra de teatro, sino una novela corta. Cuando me aparecen exigencias demasiado teatrales las reprimo para seguir sosteniendo esa ambivalencia entre un texto que pueda funcionar de manera narrativa o dramatúrgica.
¿Y cómo resulta este nuevo proceso?
MK: Venía escribiendo con mucha rapidez y soltura, pero llegué a un punto de inflexión de la historia en el cual hace cuatro días que avanzo casi palabra a palabra. Ayer salí a caminar y a los cuarenta minutos aparecieron un par de imágenes. Volví corriendo como si me estuviera meando, con la necesidad de escribirlas. Para quienes no se dedican al campo de la creación, pensar en un trabajo que quizá uno no termina, o tener un entusiasmo infantil y correr para escribir algo que uno tiene en una libretita es extravagante, incluso bizarro. Pero esa forma es la que tenemos necesidad de sostener como compromiso interno los artistas.
Te refirís bastante al entusiasmo. Es una clave para habitar mejor el paso por el mundo, ¿O sería exagerado decirlo así?
MK: ¡No, por supuesto! A riesgo de ser intenso, que es una categoría de los nuevos protocolos. Sucede que es muy difícil ser artista sin ser intenso. ¿Cómo podés vivir un estado de entusiasmo sin intensidad?
Tal vez por eso el teatro es tan cercano al amor. Demanda el cuerpo del otro, un gasto de energía mayor que la virtualidad, que supone menos riesgo.
MK: ¡Sí! voy a adoptar esa metáfora. Tiene que ver con eso: un acercamiento, la presencia, el entusiasmo y muchas veces, con el decepcionarse. Pero en todo caso, con la búsqueda.
¿Qué te interesa hoy en alguien que actúa?
MK: Lo de siempre: su capacidad poética. La condición de crear con su cuerpo signos que van más allá de la mera verdad que en el siglo XX -con la aparición del cine y la pérdida de los saberes del tiempo- se instaló como la gran virtud actoral. Si la verdad es un estado más cercano a lo interno, la habilidad es más cercano a lo externo: bailar, cantar, manejar códigos improvisados de humor en la relación con el espectador cara a cara. Ese actor cercano a los artistas callejeros, que hace de su cuerpo un escenario, me fascina. Tomando algo de lo que hablábamos al principio, encuentro en ese cuerpo el verdadero desafío contracultural.
Crédito de fotos: Alejandra López y Carlos Furman