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“El funeral de los objetos” de funeral tiene poco y nada. La larga lista de espectadores para el ingreso, con ánimo distendido y jubiloso, no pareciera invitar a una situación lúgubre. Y no lo es.
A la llegada veremos sobre tablas a dos actrices, con gestos de impaciencia por cierto y a la derecha el músico pianista. La escenografía es vintage con presencia de baúles varios, cochecito de bebé antiguo, lámparas de pie, sillones retro, maniquíes de sastre o costurera, teléfono de línea, una escalera al fondo y luz tenue.
- ¿Ya empezó?
- ¿No empieza?
- Vengo al funeral
La ansiedad se hace voz en estos diálogos e irá llegando el resto del elenco compuesto por tres hombres, tres mujeres y el coach.
La propuesta, que reúne a un grupo de personas desconocidas entre sí, es en respuesta a una convocatoria para separarse de aquellos objetos con quienes se mantiene un vínculo ¿adictivo?, ¿enfermizo?, ¿patológico?
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Este conjunto de duelantes se entrega con mayor o menor resistencia a un coach que tendrá, en algunos momentos, visos de guía espiritual. Se recrearán situaciones que bien podrían emular en a pseudo exorcismos, con dinámicas propias de las terapias grupales. El desarrollo de la obra irá desgranando qué objeto deberá duelar cada uno de los integrantes, qué lo ata y por qué tomó la decisión de separarse. Se oirá entonces:
- Quiero dejar atrás todo lo que me hace mal.
- Despertarme una mañana con ganas de vivir.
- Despertarme una mañana sin que estés ahí.
A su vez, en cada caso, además de la historia de ese vínculo se manifiesta la resistencia. De hecho, el integrante que mayor incomodidad genera entre los participantes es el de Rafael Recurrente, un reincidente que canta muy entonado:
- (…) No me jodas más.
- Necesito dejarte mil mañanas y quinientas noches, ¿qué más querés de mí?
Este grupo con un objetivo aparentemente inédito, el de lograr el fin en la relación sujeto – objeto específico, bien podría emparentarse de manera muy cercana a los muchos más difundidos y puestos en práctica: el de las adicciones al juego, a la comida, al alcohol, al trabajo. El apego a esa “cosa” que sujetamos, que amamos, que odiamos pero sin dudas termina siendo nociva para la vida. Se verá a lo largo de la obra las contradicciones internas que enfrentarán los personajes, la tensión entre el valor de los recuerdos y afectos “encarnados” en ese objeto y a su vez, los deseos de resignificar la propia historia sin él.
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El encargado de lograr que los duelantes “suelten” mencionará: violencia objetal, goce, matar el objeto, destrucción simbólica, objeto transaccional. Y a referentes como Lacan y Saussure con la dupla “significado y significante” y hasta a Discépolo y Fontanarrosa.
En esta “obra – ritual” musical que invita a lo sacrificial, al desgarro de la separación, lo que no falta es el humor. Se oirá a modo de ejemplo que “todo es culpa del peronismo” y entonces la posibilidad de una puesta en escena que bien podría haber derivado en melodrama propone y reconforta con risas liberadoras.
Por otro lado no faltará el intertexto en donde el couch será también actor y director de una obra cuyo escritor será uno de los duelantes. La obra de teatro dentro de la obra de teatro. En esa epopeya de expulsar la autopercepción de fracasado del personaje, se pondrá en práctica la técnica de role playing y se escuchará:
- (…) Soy una frustración
- No, usted tiene talento. No juzguen a los personajes, humanícenlos. Si no matamos al objeto,
los objetos pueden matarnos a nosotros.
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Por último, es casi imposible asistir y que la obra no interpele, en algún momento de esos ochenta minutos e invite a la pregunta ¿qué objeto me sujeta? El mismo guión nos regala cierto placebo por si surgiera algún dilema existencial – filosófico, difícil de afrontar:
- Una parte de nosotros va a morir en esta despedida.
- Las despedidas también pueden celebrarse
“El funeral de los objetos” presenta su quinta temporada en la Sala Pablo Neruda del Complejo La plaza con libro e idea original de Nicolás Manasseri y Fernanda Provenzano.