Cuando Tomás Saraceno habla sobre los seres humanos y otras formas de vida, se refiere a ellos como pasajeros, y representa al planeta Tierra como el vehículo más rápido que haya existido, ya que se mueve a una velocidad de 108.000 kilómetros por hora, y lo hará aún cuando ya no estamos aquí.
A menudo no es fácil decir si sus obras deben ser descriptas como modelos, esculturas, experimentos o pruebas. Una creación de mundos posibles e imaginables llevados a lo tangible donde lo que prima es la cooperación y la cohabitación entre todos los elementos.
Todo su trabajo es una conceptualización de lo micro y lo macro, el hombre como huésped de la nave y la creación de naves hechas de materiales que se interrelacionan entre sí, usando la telaraña como analogía de formas posibles del universo y también sus cordones como si fuesen notas musicales.
Descubrí más sobre la particular visión de este artista en la exposición Horizonte de Evento que presenta durante agosto y septiembre la galería Ruth Benzacar.