No contento con dar en Buenos Aires el peor recital de su historia como castigo por la conducta del público ante la banda de chicas de Portland, Calamity Jane, el trío liderado por el justiciero Kurt Cobain llevó la venganza hasta el saqueo del riff de "Kanishka", el hit de Los Brujos, que también los telonearon esa noche de 1992.
Andrea Echeverri, la cantante de Aterciopelados, lo deja claro en una anécdota que relata en el documental Rompan todo: ser mujer y rockearla en la Latinoamérica de los 90 no era tarea sencilla. Requería una mezcla de templanza y testarudez que muy pocas chicas pudieron transitar. Cuenta -con un tono de humor irreprochable- de un tour con noventa personas, entre bandas y equipo técnico, de las que sólo dos eran mujeres. A su alrededor, había puros hombres -dice- que tras varios días de convivencia, se iban bestializando, hasta hacerla huir a los confines de su cuarto. En ese entonces, una chica podía sostener el corazón de bolero, pero al punk tenía que tenerlo inyectado en la médula para resistir las dosis agrestes de testosterona que irradiaban las hordas de varones del rock.
Fue lo que el 30 de octubre de 1992 descubrieron las chicas de Calamity Jane en el Estadio Vélez, cuando, jugando a ser rockstars del mainstream, telonearon a Nirvana junto al grupo local Los Brujos. Salieron al escenario, por primera vez, frente a un público masivo: 50.000 personas. Proporcionalmente, se diría, todos varones desesperados por ver brillar en el escenario a sus tres rabiosos referentes grunge, por consumir el concentrado de sonido y de furia que vendía Nervermind, entre las desgarraduras de los riffs y la voz estrangulada -hastiada- de Cobain.
Calamity Jane era una pequeña y joven banda de Portland, de cinco veinteañeras que habían soñado frente al espejo con giras interminables, reportajes en la TV y hoteles de lujo, pero que no tenían más que una Ban para pequeños tours y sus instrumentos personales, comprados con ahorros. Amadrinadas por Courtney Love y protegidas por el corazón civilizado y rabioso de su esposo, ese 30 de octubre por fin el sueño se volvía real, en el otro borde del mundo, en Buenos Aires.
Salieron a escena después de Los Brujos, frente a un público salvaje, con su atuendo riot y sólo recibieron la agresividad desquiciada de un público que, sin dejarlas ni empezar a tocar, les tiró con monedas, pilas, piedras, escupitajos y hasta barro del piso, sacando al mismo tiempo sus genitales al viento para terminar de espantarlas. Ellas quebraron: el corazón, los instrumentos y huyeron de la escena. Ese fue también el final de la banda.
El núcleo moral de Cobain no pudo tolerar -ni comprender- semejante espectáculo sexista y, dio uno de los peores recitales de su historia. Tocó apenas 40 minutos, todos lados B, jugó a aturdir al público, interrumpió mil veces la puesta desapareciendo del escenario y amagó otras tantas comenzar el hit “Smells like teen spirit”, que finalmente nunca tocó. Kurt declaró luego que haberse burlado así del público argentino, a causa de la furia que le causó la situación vivida por su banda protegida, hizo de ese set una de las mejores experiencias de su vida.
A sus chicas compatriotas les pidió perdón lleno de vergüenza; al público salvaje del fin del mundo, que deliraba por ellos y que había pagado la entrada al recital, los gozó en venganza. Así, además del rédito económico de la gira, se llevó el plus de satisfacción en un acto de burla. Una vez más, el líder de la banda de Seattle renegaba frente a las injusticias del mundo.
Pero, ¿no arrastraba ya Cobain la furia de otra parte? ¿Qué era ese sentimiento de asco y destrucción que lo carcomía desde adentro del estómago, ese dolor que, la noche anterior, lo había dejado encerrado en su habitación del Sheraton, sin poder terminar, como sus compañeros de staff, zapando en un sótano de Constitución? Ese pulso de arrasar y despreciar, de llevarse todo puesto, ¿no le venía a Kurt de antes del incidente con las Calamity Jane?
Defender a cinco jovencitas americanas del sexismo de una horda de latinoamericanos inciviles fue, quizá, la excusa adecuada para justificar el robo que hoy ya es una leyenda. Los Brujos, la banda local más fresca, enérgica, creativa y teatral de aquel momento, estaba ese día también -como las chicas de Portland- cumpliendo el sueño, actuando para un Vélez repleto. Salida del corazón de Tundera, la banda había incorporado, en su mixtura, las voces de Morticia Flowers en los vivos y de Vivi Tellas en su primer disco de estudio, Fin de semana salvaje, grabado el año anterior. De ese disco, “Kanishka” era el corte que sonaba en las radios. El riff pegadizo de esa canción se fue con los reyes de Seattle en un CD que, con amorosa admiración, les regaló nuestra banda del conurbano. Ese riff alegre y enérgico, se convirtió, un año después, en el fondo rítmico de la canción “Very Ape”, incluida en el último álbum de Nirvana, In utero.
“Very Ape” no tiene ya nada de la alegría arrebatada y teatral de “Kanishka”, es más bien puro desprecio y devastación: sobre el sonido ahora desgarrado, reposa una letra que critica la arrogancia del “tan simio” varón analfabeto: el incivil, el salvaje.
Vaya ironía.
Vaya extraña guerra.