Derechas de José María Muscari, El asado de Platón de Cristian Palacios y A ciegas gourmet en el Teatro Ciego, son algunas de las opciones de una tendencia que crece en la ciudad: el maridaje entre teatro y gastronomía.
Buenos Aires es uno de los centros culturales de América Latina con su multiplicidad y variedad de propuestas, sin embargo, cada vez es más complicado afrontar el gasto de ir al teatro y luego disfrutar de una comida fuera de casa. Te traemos tres propuestas imperdibles para que puedas hacer ambas cosas a la vez. Comer e ir al teatro al mismo tiempo es posible.
Derechas
Estar en el vestíbulo del Teatro Regina, esperando para entrar a ver Derechas, es una experiencia diferente a cualquier otra. En lugar de un acomodador, uno se topa con Edda Bustamente gritándole a Carolina Papaleo. “Mamá, sos una ridícula” -vocifera la segunda- “griten todas conmigo: Mamá”. Ante los espectadores, un desfile de food trucks con variadas propuestas gastronómicas. Gaseosas, pizzas, paletas heladas, barras de tragos, pochoclos y algodones de azúcar parecen trasladarlos más a una feria que a un espectáculo teatral.
Algunos se toman su tiempo para seleccionar el helado gourmet y recorren los puestos para no dejar ninguno en el olvido. Una productora recuerda que hay que ocupar los asientos, pero la comida se sobrepone hasta el último llamado.
Una vez en la sala Cristina Alberó, Katja Alemann, Edda Bustamante, María Fernanda Callejón, Edda Díaz, Emilia Mazer, Paula Morales, Carolina Papaleo, Mimí Pons, Juana Repetto y Calu Rivero parecen distraídas, ocupadas en asuntos más importantes que las personas que van colmando la sala. Mientras Mimí practica unos pasos como vedette, Paula Morales acomoda algunas cosas entre las paredes. Sobre el escenario no sólo estarán las actrices, sino que diez personas de entre el público ocuparán el lugar de los comensales.
Una vez que bajan las luces, las sospechas se comprueban, los asistentes son parte de una feria para recaudar fondos. Es que estas mujeres (todas madres e hijas, entre sí) necesitan pagarle a un juez para que las ayude en una causa que se va develando durante la función. Cada una de las menores pasará a la tarima para hacer su gracia y obtener así la “guita”, no sin –en medio- sacar a la luz los trapitos sucios de una familia plagada de envidia, secretos y rivalidades acalladas durante años.
Con guiños de actualidad, personajes desopilantes y algunas de las actrices más importantes del teatro argentino, José María Muscari invita a ironizar sobre los dramas familiares, la fobia a “hablar de política en la mesa”, las relaciones entre mujeres y los tabúes.
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El asado de Platón
Despertarse temprano y, con un mate en una mano y el diario en la otra, empezar a encender el fuego es una escena que se repite cada domingo en la casa de los argentinos. Pero si a esto se le agrega un enardecido debate entre Sócrates y sus colegas filósofos acerca del amor, lo cotidiano se vuelve memorable.
Luego de descender al subsuelo del Camarín de las Musas, Juan Manuel Caputo recibe a los curiosos espectadores y los ayuda a acomodarse ante las mesas, distribuidas como en un cuadro de Marcos López. Mientras invita con un snack a algunos, y un vaso de tinto a otros, se mueve ecléctico entre las sillas, como un verdadero anfitrión. Una vez que cada comensal está en su lugar, la acción comienza: ese hombre de camiseta de argentina sucia –presa de una guerra perdida contra el carbón- es iluminado por un foco y comienza la función, ¿o ya había empezado?
Agatón es un cineasta y reúne a Sócrates y otros amigos para “comer hasta reventar”. Y es al proponer un inocente tema de conversación, como es el amor, que se despierta el costado más fervoroso de cada invitado. “El amor parece estar tan solo, como si padeciera halitosis ¿será que se podrá decir tal vez algo interesante o estaremos condenados a repetir las mismas cursilerías de siempre? ¿se puede pensar en el amor? ¿qué opinan amigos?”, cuestiona.
El protagonista no sólo encarna a todos los personajes (a los cuales distingue con hilarantes cambios de aspecto), sino que los hace debatir con una pasión tal, que rememora a Fernando Peña y sus épicas disputas en radio.
Cada uno de los argumentos provoca risas entre la audiencia, que es cómplice necesaria de este dialogismo entre El Banquete de Platón y la actualidad. Los espectadores brindan con los protagonistas, ayudan a poner la mesa y hasta aportan sus opiniones sobre el tópico. El principio es similar al final, quizás porque, como Heráclito, conciben que en la contradicción está el fin de todo. Caputo se arma su choripán y se pierde entre las mesas, comiendo como uno más, disfrutando del asado del domingo, volviendo a ser aquel anfitrión que acomodó las mesas y recibió a sus ya amigos.
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A ciegas Gourmet
La oscuridad da miedo, incomoda porque, con ella, uno no puede hacer aquello que haría bajo el sol. Incluso conociendo a la perfección un espacio a veces es imposible recordar cómo transitarlo si quitan la luz. A ciegas gourmet propone una vuelta de tuerca para hacer propio lo desconocido.
Luego de una recepción con luz tenue, los mozos guían a los espectadores hacia sus lugares pidiéndoles que mantengan los ojos cerrados –de a poco hay que adentrarse en la pérdida de ese sentido primario-. “Por este lado (poniendo su mano sobre un hombro) te voy a servir la bebida. Por este otro (cambia su extremidad de lugar) te voy a dar la comida”, enseña uno de los mozos. Así, una vez en la silla correspondiente se pierde dimensión total del lugar. Aun abriendo los ojos es imposible reconocer objeto alguno. Como si fuera posible, el público trata de esforzarse por lograr visibilizar algo, pero el resultado es uno: negro.
La obra comienza a desarrollarse y la experiencia toma otro color (sí, ya no es negro). Un hombre se sienta en un cafetín porteño y es imposible dejar de lado el olor a café que inunda la sala, tanto que hasta se podría decir que los espectadores han dejado Palermo para transportarse a La Boca. Luego, tras un álgido viaje en el mar que implicó gotas para varios, la locación pasa a ser la jungla, donde la humedad y el olor a maracuyá son imposibles de obviar.
Al tiempo que el show transcurre y que las ubicaciones cambian, el público degusta el menú. Sin ver, y con la facilidad del finger food, los comensales comenzarán por una entrada y finalizarán en un fresco postre.
Sólo una vez terminada la función, los mozos prenden algunas velas –el cambio a una luz artificial sería muy duro para los ojos, ya amigos de la oscuridad-. Así, se presentan los actores y se dan a conocer los platos servidos ¿alguien los había descubierto? ¿o será verdad que se come con los ojos?