En una cálida charla, el actor que está al frente de dos obras que ya son clásicos indiscutidos de la cartelera porteña, El equilibrista, el unipersonal que protagoniza, produce y escribió junto a Patricio Abadi y Mariano Saba, estrenado hace cinco años y con 800 funciones en su haber, una más llena que la otra, y El amateur, escrita y protagonizada por él, que retornó a la cartelera porteña, luego de 25 años de su estreno, Dayub repasa su carrera actoral, sus motivaciones, sus deseos y sus profundos sentimientos engendrados en él desde pequeño cuando la actuación empezó a volverse una elección de vida.
“Cada vez que me pongo a trabajar, inconscientemente, trato de sentirme un principiante. Por que si empiezo desde donde estaba y me repito, no puedo descubrir libremente e irme hacia otras zonas, encontrar otras acciones y climas”. Con esta frase es posible empezar a entender un poco del vasto y rico universo “Dayub”.
¿Cómo te encuentra este presente?
Corriendo más de lo que quiero porque son dos obras a las que les pongo el cuerpo pero que amo profundamente. Las dos en Buenos Aires y al mismo tiempo en gira, por lo que tenemos programadas funciones hasta fin de noviembre. Pero feliz de la coincidencia entre lo que hago y lo que el espectador quiere ver.
El público porteño te tiene como uno de sus actores favoritos y te viene acompañando luego de ese salto sin red que decidiste dar cuando dejaste el éxito de Toc toc y te lanzaste con El equilibrista.
Sí, era una propuesta más personal, algo que quería hacer para aportar y contar que ese es el teatro que me gusta. Pero uno nunca cree que lo que más le gusta le va a gustar a tanta gente. Tenía la esperanza pero pensaba que iba a requerir de mucho trabajo y coincidencias. Y fue una explosión enorme. No sé cómo hace la gente para detectar rápidamente, pero solté un éxito y como Tarzán con las lianas me agarré de otro casi más potente para mí, porque al tener los tres rubros, el actoral, el autoral y la producción, hacer la obra en mi sala, y con 800 funciones, cinco años ininterrumpidos, con mucho norte y viajes afuera, ya pasa los límites de Toc toc.
Eso que decís, en cuanto a la gran duda en relación a cómo el público detecta lo que está bueno dentro de la infinita cantidad de propuesta en cartel, porque a la vez nadie tiene la certeza de lo que va a funcionar o no, ¿Cómo fue?
Con El equilibrista hice preestrenos, tímidos, empecé funciones solamente los lunes y martes. Antes hice ensayos abiertos con amigos y ya pasaba algo especial, cuando terminaba se querían quedar a conversar. Empecé a darme cuenta que lo que nos pasaba a nosotros también le pasaba a los que venían a verla. El estreno fue en enero y me acuerdo que pisaba el escenario y pensaba “tengo que manipular más de 30 objetos, tengo que hacer 16 personajes”. Iba paso a paso tratando de cumplir con todo lo ensayado, lo que ahora son las vías de un tren aceitadas en donde me deslizo con una felicidad y con una emoción hermosa. Que la historia de mi mamá y de mi abuela se haya transformado en el corazón de El equilibrista y conecte con tantos espectadores de diferentes lugares es emocionante.
Empezó casi con la timidez de lo personal, a modo de confesión…
Algunos me decían “es un teatro necesario” y yo pensaba qué querría decir. Recibí muchos halagos, tantos que en algún momento empecé a anotarlos. Porque siempre me había pasado que en los espectáculos que hacía elogiaban lo relacionado a la actuación, mientras que acá se liga a otra cosa. Me acuerdo un amigo que me dijo “es un espectáculo en el que hacés una enorme cantidad de personajes y sin embargo es en el que más se te ve a vos”
¿La vio tu familia?
Sí. No llegó a verla mi mamá, pero sabía que estaba contando su historia y la de su mamá y eso la emocionó muchísimo. Me demoré un poco en hacer la obra. Este secreto familiar lo descubrí en 1989…
¿Nos querés contar cuál es?
Un secreto que descubrí en un viaje a Yugoslavia, con una lluvia que no me canso de agradecer, porque no se podían filmar mis escenas y me dieron dos días libres y obstinadamente, a pesar de que mi abuela me había dicho que no quedaban familiares y que no se acordaba la dirección de la casa, quise ir a conocer el pueblo en el que nacieron ambas. Caminé por ahí, tocando el portero en distintas casas de donde salía gente que al escuchar mi tonada argentina creían que era familiar de ellos y me hacían pasar. Cuando nos lográbamos entender se decepcionaban porque el apellido no coincidía y me decían que igual me quedara. Una cosa increíble, que se da en los pueblos pequeños y en los que hay tanto deseo por encontrarse con algo propio.
Así di con la casa de mí abuela, donde estaban sus familiares y resultó que mí abuela se había enamorado de alguien que no era aprobado. Entonces entendí por qué hacía 55 años que no les escribía, ni hablaba y por qué me dijo que no quedaba nadie. Entendí por qué tenía el corazón un poco cerrado y esa es la historia que comparto cada noche.
¿Presentaste la obra en Paraná, tu ciudad natal, la hiciste?
Sí, ahí estaba parte de mi familia y mis amigos. La última vez que la hice viví momentos muy emocionantes. El payaso que yo veía de chico, que iba a ver su show esperando que diga que les faltaba uno, que me pintara la cara y saliera con ellos, me regaló el último traje que usó, en una caja que hizo él, con las chalupas y un afiche dedicado. Que me considere destinatario de eso es hermoso y una responsabilidad enorme.
Es la obra de tu vida…
Sí, y lo loco es que yo pensaba que era El amateur, que me abrió las puertas, que cambió la imagen que se tenía de mí, que se hicieron versiones, una película, un libro, conocí a los que me inspiraron a escribirla, esos atletas que se largaban a hacer algo imposible. Viví momentos extraordinarios, acompañé la película a San Sebastián, estuve un mes en Barcelona. Más allá de la gira y de las funciones que hice acá. Sin embargo, me esperaba algo más. Y ahora me representan absolutamente, hago las dos y cuando termino siento que mostré quien soy yo.
Además en la pandemia empezaste con el proyecto Alguien como vos, algo más pequeño y se convirtió en muchas cosas enormes.
Para mí esa es una fórmula. Cada vez que me pongo a trabajar, inconscientemente, trato de sentirme un principiante, sino no puedo descubrir libremente e irme hacia otras zonas, encontrar otras acciones y climas. Con lo cual está buenísimo empezar por algo chico, buscando el título para esos relatos que tenía anotados hace tiempo en un cuaderno y que empecé a compartir con quienes me rodeaban y me decían que querían otro. Se me ocurrió ponerles imágenes y hablar con dibujantes e ilustradores. Y después me llamaron de la radio y empecé a ir todas las semanas a contar uno. Finalmente apareció Penguin Random House y me propuso editar el libro. Y hoy la gente encuentra en el libro un poco más de lo que ve en El equilibrista.
El título a la luz de los hechos y de lo que provocó es de lo más elocuente…
Sí, es como empiezo la obra: diciendo que mi abuelo es de los que se animaron a perder el equilibrio y me parecía que por lo que producía el espectáculo yo me tenía que animar a probarlo frente al público para darle veracidad a todo lo que nos empujaba a hacer el espectáculo. Poder caminar sobre la cuerda nos parecía imposible. Me decían que iba a necesitar muchas horas para poder hacerlo porque genera mucha tensión que ni alguien experimentado puede soslayar. Una madrugada me di cuenta que en mi cuarto hay dos columnas desde las cuales podía sujetar la cinta y subirme a cada rato. A la noche cuando volvía de hacer Toc toc con la luz de la noche que era poca, como podría ser en la escena del teatro, me subía para probar.
Pero para llegar a este presente tuviste que atravesar la odisea de saberte actor, de asumirlo, de que sea aceptado, ¿Cómo fue ese camino?
Fue difícil pero al mismo tiempo te da la solución. Todo lo que me llevó para otro lado, me hizo fortalecer el deseo. Tenía muchas razones para no llegar a mí objetivo, pero tenía que ser más fuerte, sino no hubiese llegado a Buenos Aires ni le hubiese interesado a nadie. Cuando salía con actores, todos se saludaban y a mí me ignoraban. No entendía qué me faltaba, pensaba que lástima que no conozco a los productores, que no hablo inglés, que no tengo tal auto. Lo que tenía para ofrecer no cotizaba en ningún mercado, pero ese rechazo fue el que me hizo más fuerte.
Ahí hay un mérito que está bueno compartir, porque a cualquiera que esté en la misma lo primero que le va a salir es mimetizarse con lo que está alrededor, y ahí te vas perdiendo. Puede que tengas tu ratito de gloria pero eso se pierde porque no es potente. Lo otro, trabajado y elaborado con disciplina, vale más. Por eso ahora cuando me preguntan cómo después de 800 funciones quiero seguir haciendo la obra pienso “si es lo que quise hacer toda mi vida”. ¿Qué más puedo pedir?