Recorrer Liminal, del artista argentino, requiere prestar mucha atención a lo que vemos y al mismo tiempo, cuestionar su naturaleza y preguntarnos por los mecanismos de la ilusión. Una exposición que tenés que vivir, nadie te puede contar, aunque en esta nota lo intentamos.
Nos vamos acercando a la explanada del MALBA sobre Figueroa Alcorta y algo nos sorprende: ¿es la cola de más de 100 personas para entrar? ¿el cartel de venta? ¿la intervención de una casa que se sostiene en el aire? ¿Todo junto? Es Leandro Erlich, nada más ni nada menos, presentando su muestra retrospectiva Liminal. En el segundo piso y la planta baja del museo, nos encontraremos con diferentes instalaciones del reconocido artista argentino, desde 1996 hasta la actualidad.
Para refrescar un poco la memoria, Erlich es un creador de artificios que generan sorpresa y desconcierto por igual. En el 2015, el público porteño amaneció sin la punta del Obelisco, que fue trasladada a la fachada del MALBA. Este revuelo ocasionó visitas masiva a esta institución, múltiples artículos que se preguntaban por esta ocurrencia, titulada La democracia del símbolo, sin saber que se trataba de una obra artística.
Desde muy temprana edad, este joven autor ha demostrado su picardía en el mundo de la cultura. Participó del Taller de Barracas, coordinado por Pablo Suárez, Ricardo Longhini y Luis Benedit, a los 21 años, con la idea de desarrollar una réplica del Obelisco en hierro. Ha realizado instalaciones como MaisonFond y Bâtiment, ambas del 2015, reproducidas en varias ciudades del mundo.
En palabras de Erlich, su trabajo es “como abrir una ventana donde no la hay; situaciones que me generan una cierta ilusión: demuestran que todavía hay cosas por descubrir, por pensar, por inventar”. En Liminal, el artista activa la fibra de lo contemporáneo a partir de una propuesta muy sencilla y vital: prestar atención a lo que miramos todos los días.
¿Tirarse a la pileta?
Una de las obras más concurridas es La pileta (1999) donde los públicos pueden tener la “sensación de estar debajo del agua”, como comentan en las largas filas para ingresar al museo. Esta instalación forma parte de la colección permanente del 21st Century Museum of Contemporary en Kanazawa, Japón, y representó a la Argentina en la Bienal de Venecia del 2001.
Lo curioso de esta obra -y de la exhibición en su totalidad- es que la conocemos primero por el impacto mediático en redes sociales. Todos quieren tomar una fotografía de la experiencia que están viviendo y postearla en Instagram. No cesan de aparecer espectadores estirándose para alcanzar una pose específica y quedar retratados en la inmortalidad efímera de las pantallas celulares. No hay muchas preguntas en torno al significado posible de lo que se está viendo, sino en cuanto al mecanismo misterioso de Erlich: ¿cómo hizo para crear la ilusión de la pileta? ¿Hay agua, de verdad?
En la vasta historia del arte, hay una técnica que se origina en el siglo XV llamada trompe l’oeil: engaño al ojo o trampantojo. Estos comienzan siendo una serie de frescos o pinturas que generan una ilusión óptica a quien los observa, a partir de la profundización de relieves, alteración de las dimensiones, modificación de ciertos colores y formas. En definitiva, un juego. El artista que exhibe en el MALBA no deja de jugar con nuestras percepciones a partir de conceptos de la vida diaria. Es decir, ¿quién no miró el fondo de un ascensor y sintió vértigo alguna vez? Ahora esa experiencia puede ser revivida en Ascensores a través de un espejo duplicado.
Este re-encantamiento de lo cotidiano lleva a los públicos a terminar dando sentido a las obras, como si fueran niños descubriendo el mundo por primera vez. Entran a ver (y formar parte de) las instalaciones y surgen las preguntas y explicaciones: “¿Hay un espejo?” “¿Qué pasa si toco esto? ¿Se rompe?” De alguna forma, Liminal profundiza en los múltiples significados de su nombre: algo fronterizo, límite, relativo al umbral.
Observando bacterias
En el mundo artístico hay un permanente cuestionamiento con respecto a la separación entre el arte y la praxis vital. ¿Es el arte distinto a la vida? ¿No son parte de la misma esfera? Estos interrogantes son aprovechados y tomados como foco principal a lo largo de esta muestra retrospectiva. Erlich retoma objetos y actos cotidianos y los magnifica, como un científico observando bacterias en un microscopio.
La vereda (2007), Vuelo Nocturno (2015), Hair Salon (2017) y El Aula (2017) son claros ejemplos de estas operaciones. Como públicos, podemos observar con lujo de detalle las gotas que caen en un charco, o la vista de una ciudad desde la perspectiva de un asiento en un avión en el aire. Incluso podemos formar parte de un aula sin efectivamente entrar en ella, o visitar un salón de belleza sin posibilidad de vernos a nosotros mismos.
En una sociedad posmoderna, donde somos atravesados por el aceleramiento de las imágenes y consumos voluptuosos y volátiles, al decir del sociólogo británico Mike Featherstone; Liminal nos pide concentrarnos pura y exclusivamente en lo que vemos. Es cierto que esta operación se contradice al hallarse el espacio invadido por cámaras fotográficas y celulares, que impiden un contacto más próximo con las instalaciones, de todos modos, la experiencia de replantearse el universo conocido ocurre.
Como señala Dan Cameron, curador de la exposición, esta introduce “la duda en la experiencia del espectador, de manera que salís del museo con la conciencia crítica de analizar el testimonio de tus sentidos, y el mundo ya no parece tan auténtico.” Esta desconfianza con respecto al mundo no quiebra el orden establecido, sino que más bien, produce una cierta extrañeza.
Lo verosímil
En 1968, Roland Barthes analiza cómo funciona el dispositivo de la verosimilitud en películas y obras literarias. En este texto, el semiólogo le atribuye al lector una participación activa en los consumos que está realizando. Es decir, se genera un pacto de verosimilitud entre el lector y el autor donde este ofrece un sistema de procedimientos enmarcados en un discurso ficcional que el público acepta.
Lo verosímil es una de las herramientas en las que Erlich se apoya para dar vida a sus instalaciones, como en el caso de Las nubes (2018) o Puerto de memorias (2014). En estas dos obras, como espectadores creemos el artificio que observamos, nos sentimos interpelados por esas obras que parecen tan reales: el movimiento de los barcos, la oscuridad inmensa, la composición gaseosa de las nubes. Desarmamos el mecanismo, descubrimos el truco, y sin embargo, nos sigue fascinando.
Al ahondar en las estrategias del desplazamiento, descontextualización y duplicación, propias del creador argentino, nos dejamos seducir por las múltiples posibilidades del arte contemporáneo. Esta recopilación de 21 obras apelan a la transformación de la mirada, a observar lo visto tantas veces de otra manera, con otra sensibilidad, cercana a la más tierna infancia. ¿Será esta propuesta una forma de desdibujar ciertas fronteras, ciertas demarcaciones específicas? Descúbranlo en la exposición.
BONUS. En paralelo, Leandro Erlich fue invitado a exponer en la Academia Central de Bellas Artes de China su muestra The Confines of the Great Void, dedicando todo el espacio del museo a un artista extranjero por primera vez en su historia.