Un director argentino lo anticipó. El dinero parecía estar ahí, pero se hizo humo tras las puertas de los bancos, frente a los atónitos ahorristas. ¿Ya sabés qué film es?
Dos hombres traen en sus manos un cheque que vale una fortuna. Ambos son estafadores: uno es un veterano que se las sabe e hizo todas en su extensa carrera, el otro un novato al que el primero acaba de adoptar como aprendiz durante ese día. Ese cheque lo consiguieron luego de montar un sofisticado timo, de esos que en su particular oficio es “uno en un millón”.
Por ese comprobante bancario vivieron una verdadera odisea, repleta de contratiempos, pero que les va a permitir no solo cosechar una fortuna, sino también reacomodar varias cuestiones de sus respectivas vidas. Sin embargo, cuando llegan al banco donde deben cobrarlo, las cosas no son como esperaban. Hay mucha gente, demasiada, amontonada en la entrada del lugar, desesperada por entrar y sin poder hacerlo, porque las puertas están cerradas. Algo, definitivamente, no huele bien…
Los dos estafadores se aproximan, intrigados y desconcertados. El veterano consigue llegar hasta la puerta y llamar la atención de un empleado del banco, que es un viejo conocido suyo. Este le informa que el banco está cerrando sus puertas para siempre y que los fondos no están disponibles. Nadie puede cobrar o retirar dinero. Cuando le muestra el cheque, el otro se le empieza a reír en la cara y le dice: “me parece que te lo vas a tener que meter en el culo”. El veterano estafador se retira momentáneamente, anonadado. Cuando le comunica la noticia a su discípulo, este decide irse, abatido, dejándolo solo. Desbordado por la situación, vuelve a las corridas hasta la puerta del banco, sumándose a la multitud creciente de personas reclamando. El experto estafador ha sido estafado, y no hay nada más desesperante que saber que uno ha sido derrotado en su propio juego.
La escena narrada pertenece a los últimos minutos de Nueve reinas, la genial ópera prima de Fabián Bielinsky. Estrenada en agosto del 2000, la película seguía a los dos estafadores descriptos, Marcos (Ricardo Darín) y Juan (Gastón Pauls), quienes se conocían de casualidad y a los que les surgía la oportunidad de vender una colección de estampillas falsas. El potencial comprador era un empresario español de paso por la Argentina, cuya urgencia (se iba al día siguiente) podía ser aprovechada para hacer la venta por un alto monto.
Si la cifra que pensaban obtener por el “trabajo” resultaba ser mucho mayor a lo esperado, también lo eran las complicaciones que surgían en el camino, que culminaban en ese banco maldito, con un cheque por 450 mil dólares que al final no valía nada. Sin embargo, el relato se reservaba una vuelta de tuerca adicional: el novato que aparentaba ser Juan resultaba ser un experto que estafaba al veterano que era Marcos. Todo era parte de un plan mayor, elaborado minuciosamente, en la tradición del cine de David Mamet, Los sospechosos de siempre Bryan Singer, 1995) y la trilogía policial de Adolfo Aristarain.
Pero Nueve reinas era algo más que un film que se alimentaba de referencias del pasado para armar algo propio. Bielinsky, con inteligencia, utilizaba herramientas básicas ya vistas para construir una narración apasionante a partir de cómo diagnosticaba de manera honesta y brutal el presente argentino de ese momento.
El submundo criminal por el que se movían Marcos y Juan se entrecruzaba de forma constante con la superficie de los negocios supuestamente legales y mostraba que ambas vertientes se parecían mucho más de lo que podía suponerse. Eso quedaba reflejado en un monólogo notable de Marcos, que culminaba con la frase “putos no faltan, lo que falta son financistas”. Con esa línea se describía el estado de situación de un tejido social inmerso en un tobogán de decadencia. Las brújulas éticas se rompían, los códigos de convivencia se derrumbaban, las barreras morales se esfumaban. Era la ley de la selva, la peor cara de un capitalismo sin ningún tipo de control. La velocidad narrativa, los giros constantes del guion y el humor ácido desplegado en cada diálogo impedían que todo cobrara un tono aleccionador, pero eso no obturaba una visión decididamente pesimista sobre el país.
Ese diálogo preciso con la actualidad, pero también su electrizante trama, además de sus excelentes actuaciones -para Darín fue un antes y un después en su carrera-, permitieron que Nueve reinas fuera un sorpresivo éxito cuando se estrenó. Sin embargo, lo más llamativo ocurrió al año siguiente: el 3 de diciembre del 2001, el entonces gobierno de Fernando de la Rúa impuso una restricción a la libre disposición en efectivo de plazos fijos, cuentas corrientes y cajas de ahorro. Era el llamado popularmente “corralito”, que se prolongó por casi un año, cuando se liberaron los depósitos retenidos.
La estafa imaginada por Bielinsky cobraba vida de forma macabra: el dinero parecía estar ahí nomás, al alcance de la mano, pero, al mismo tiempo, se había esfumado tras las puertas de los bancos, tal como les sucedía a Marcos y Juan. Argentina, un país que a veces parece ficticio, se había transformado en una película de estafadores y estafados, solo que en el territorio de lo real. Nadie podría haberlo anticipado…excepto Bielinsky, un cineasta que era “uno en un millón”.