El 10 de febrero se estrenó "Spencer", el biopic que viene pisando fuerte desde su estreno en el hemisferio norte. Bajo la dirección del director chileno Pablo Larraín y protagonizada por Kristen Stewart, a quienes algunos consideran la gran actriz de su generación, esta película re-analiza a una de las figuras más emblemáticas de la historia contemporánea, a quien no podemos olvidar.
La película biográfica demuestra ser un campo fértil de experimentación y juego para el célebre Larraín que, en esta oportunidad, vuelve a enfocarse en otra celebérrima mujer del siglo pasado. Magnetismo, carisma y misterio aparecen siempre que se intenta describir a Lady Diana Spencer, una mujer ciertamente atravesada por el contraste y la tensión. Tremendamente natural, fresca y compasiva, estuvo también atravesada siempre por la sombra de una crianza ultra aristocrática y un destino no menos lleno de privilegios y estrictos reglamentos.
La potencia de su dinamismo vital fue advertida sin embargo por todos los que la conocieron y su alto nivel de elegancia nunca pasó desapercibido. Por eso, si Ortega y Gasset tenía razón y elegante es aquel que es actividad y dinamismo y frenesí pero que parece contención y dominio y renuncia, asistimos con Diana a uno de los mejores ejemplos que la historia moderna puede ofrecernos.
Presentada como una ‘fábula a partir de una tragedia real’, Spencer (2021) es desde el arranque un producto rico en simbolismos. Durante casi dos horas se nos invita insistentemente a la reiteración de una idea: el dramatismo y la angustia de una mujer demasiado famosa que sufre un conflicto de atrapamiento subjetivo y la urgencia de su deseo por liberarse.
Vestuario, música y fotografía colaboran al unísono y se ensamblan para ser los principales instrumentos estéticos con los que Larraín logra participarnos de la atmósfera patológica y asfixiante de esta película, aspecto que distingue a esta versión de las muchas otras que circulan sobre la vida de la Princesa de Gales.
La crítica internacional detectó muy bien el punto en común entre el tono general de "Spencer" y el de otras películas como "María Antonieta" (2006) de Sofia Coppola o "El Resplandor" (1980) de Stanley Kubrick. Sin embargo, el setting aquí no es Versailles ni las montañas de Colorado sino Sandringham, la residencia de campo predilecta de los Windsor. Es 1991 y la familia real es convocada a las tradicionales celebraciones navideñas.
Como eslabón central del aparato real, Diana llega en su auto al encuentro con su marido, sus hijos y el resto del clan. Percibimos inmediatamente y con asombro la parafernalia coreográfica de los cuerpos y los espacios vinculados a la Corona: algo opresivo y laberíntico en los paisajes exteriores se presenta como reflejo, correlato y extensión del interior perturbado de la joven princesa.
Los simbolismos abundan y la moraleja se va evidenciando. Los atuendos formales y un particular collar de perlas acentúan el aplastante peso de las múltiples y estrictas pedagogías de clase que le son impuestas a la protagonista. Su fragilidad y su calidez excepcionales quedan expuestas, la imposibilidad de liberarse y recuperar la libertad de la infancia a pesar de los numerosos actos de rebelión también.
Re-imaginar el mito de Lady Di, como afectuosamente era conocida por sus seguidores en todo el mundo, no puede dejar de lado los inseparables elementos de pasión y excepción, claves fundamentales de lo aurático y sacrificial de su figura ya heroica. Como en Jackie, el caso que había ocupado al director en su biopic anterior, ambas son mujeres perseguidas por la prensa, casadas con hombres poderosos y que devienen iconos de estilo internacional. De todas formas, hay en este caso una indagación mucho más personal y menos vinculada con la memoria y el legado, Larraín parece más interesado en revelarnos la intimidad de una mente sufriente que, como decíamos, busca liberarse, al mismo tiempo que se descubre en su rol como madre de dos niños.
¿Cómo evitar mencionar la inteligente inclusión de Ana Bolena como aporte magnífico al caldo metafórico del asunto? Cuando la protagonista encuentra un libro con la biografía del personaje histórico y comienza a leerlo el paralelismo es inminente, ambas son mártires de la historia de Inglaterra. Y con ello, no podemos evitar preguntarnos: ¿acaso el filme directamente acusa haber dado con los culpables de la salud mental y la posterior muerte de la princesa?, ¿es la familia real, ‘Los Otros’ como los define el guión, un ente monstruoso y represivo que vigila y castiga a cualquiera que se atreva a desafiarlos? Las preguntas quedan en el aire.
¿Y qué decir de la actuación de Kristen, que acaba de ser nominada por primera vez a los premios Oscar?. ¿Es, como opina el New Yorker, la estrella de cine más interesante de su generación? No lo sabemos. Sin embargo, podemos catalogar su interpretación sin ninguna duda como una de las Dianas más correctas de los últimos tiempos, con una actuación por momentos demasiado afectada sí, pero con un acento, un lenguaje corporal y un vestuario tan soberbios y bien logrados que por momentos alcanzan juntos momentos sublimes. La innegable energía penetrante y la inteligencia lúdica de Diana encuentran en ella un gran canal.
Por último, la música. Quizás lo más significativo del filme y sin lo cual el truco no se efectuaría. Compuesta por Jonny Greenwood, guitarrista y tecladista de Radiohead, nos coloca con facilidad en donde debemos estar, desde elegantes minuets hasta chillonas melodías atonales, tonos jazzísticos y fúnebres, el componente de improvisación esta ahí facilitándonos el encuentro con el desequilibrio ajeno, que desde hace tanto nos llama la atención.