Entre 1880 y 1930 la red de trata Zwi Migdal prostituyó a cientos de mujeres en la Argentina. La historia y sus víctimas han sido silenciadas durante décadas. Por eso, esta película es necesaria y valiente. Zibilia conversó con Florencia Mujica, quien la co- dirigió junto con Daniel Najenson.
En la apertura del documental Impuros, la escritora y militante contra la trata de personas Sonia Sánchez camina por un cementerio y se abre paso entre tumbas grises, en las que no hay flores, ni fotos, ni grabados, en las que sólo se evocan cuerpos que no tienen nombre, ni quien los visite.
“Aquí están enterrados los ‘Impuros’”, cuenta, mientras recorre las lápidas de los proxenetas que durante 1880 y 1930 traficaron mujeres desde Polonia para introducirlas en su red de prostíbulos argentinos.
Hacia el final del siglo XIX y en el comienzo del nuevo siglo, la Argentina era una tierra de oportunidades para los inmigrantes europeos. Disimulado entre aquellos que llegaban con hambre de trabajo e ideales de crecimiento, se instaló en el país Zwi Migdal, un grupo de proxenetas judíos-polacos que se ocultaban tras la fachada de la “Asociación de Socorros Mutuos Varsovia”.
Organizados con escalofriante perfección, consolidaron una red que engatusaba jóvenes para convertirlas en esclavas sexuales. Algunas de ellas, con 15 años, eran desposadas en Europa y, una vez aquí, enviadas a prostíbulos en los que llegaban a tener sexo con 40 hombres al día. Sólo quedan de ellas, las fotos con las que confeccionaban los inventarios (distinguidas por tipo de nariz, pelo y contextura física) y las desgarradoras cartas de auxilio que ellas escribían en urgente castellano.
Los “Impuros” fueron silenciados por vergüenza, por odio y por miedo a la sobreexposición con la que se estaban topando los judíos a causa de este reducido grupo. Pero junto a ellos se silenciaron cientos de historias, de vidas y de pedidos de ayuda. La sociedad negó a las prostitutas; socorrerlas era contra la ley, porque estaba establecido que cualquier mujer que se acostara con más de un hombre era una de ellas. Por ser prostituta nadie podía acogerla, rescatarla ni, siquiera, ofrecerle un vaso de agua.
Florencia Mujica y Daniel Najenson, directores de Impuros, son el grito de quienes ya no pueden luchar. ZIbilia dialogó con la co-directora sobre cómo fue contar una historia que durante décadas se intentó ocultar.
Sonia Sánchez como presentadora y la terrible situación que se plantea en 1800 con la prostitución legalizada hacen que la película se acerque al abolicionismo. ¿Cuál es tu opinión al respecto?
La idea de que Sonia fuera parte del proyecto fue, justamente, porque ella tiene una mirada profunda en torno a un tema muy complejo; porque podía imprimirle la emotividad necesaria para hacer esa conexión entre pasado y presente y, sobre todo, empatizar con las mujeres de fines del siglo XIX y principios del XX que habían atravesado una situación muy similar a la que ella había vivido.
Sonia es una gran luchadora. Yo la admiro muchísimo porque es una mujer que a pesar de todas las dificultades logró salir del infierno en el que tuvo que vivir y hacerse a sí misma, reconstruirse después de tanta violencia. Y para eso hay que ser muy valiente.
Creo que Impuros aporta históricamente al debate sobre la reglamentación de la prostitución. Aborda un período histórico donde el funcionamiento de las llamadas “casas de tolerancia” estaba legalizado y los índices de trata de mujeres eran altísimos. Muchas veces conocer nuestra historia nos puede dar respuestas sobre nuestro presente y futuro.
Por otro lado, en el fondo, lo que hay que cuestionar es la legitimidad que siguen teniendo los varones que consumen cuerpos, que pagan por sexo porque necesitan convertir en objeto a alguien más para sentir placer. Esos cuerpos los ponemos nosotras. Hay que transformar esas masculinidades para poder madurar la discusión.
Poco se sabía de los “Impuros”, la traba con que se encontró el investigador Haim Avni parece haber sido efectiva. ¿Cómo llegaron a esa parte de la historia y cómo lograron penetrar con tal grado de hermetismo?
En el caso de Zwi Migdal, gracias a todas las denuncias, hemos podido acceder a mucha información sobre esa red, que en otros casos es muy difícil ya que permanece oculta. Había mucho archivo periodístico de la época, por los juicios a los proxenetas, fotos y libros. Además, en el equipo de investigación contamos con Myrtha Schalom, la escritora de La Polaca (N, de la R. es una novela de 2003 que ficcionaliza la vida de Raquel Liberman, inmigrante obligada a prostituirse por esta red, a la que denunció en 1929) quien fue clave para llegar a información crucial. Uno de los lugares en los que quisimos filmar y no pudimos fue el cementerio de impuros de Avellaneda, donde están enterrados muchos dirigentes de la organización.
Algunos entrevistados representan a los negacionistas, y tal como en el discurso de Félix Luna, son defendidos con afirmaciones del tipo: “eran cosas de su tiempo”, “la prostitución era legal”, “removerlo es morbo”. ¿Qué les generó toparse con estas respuestas?
Creemos que es una postura minoritaria que aún persiste, pero mucha gente desea y necesita conocer esta historia. La negación nunca es un camino constructivo, todo lo que se niega retorna una y otra vez. La memoria es una manera de hacer presente a todas esas mujeres y de hacer justicia sobre el olvido.
¿Qué conexiones encuentran entre las historias de aquellas mujeres y la situación actual de trata de blancas en la Argentina?
El hallazgo más contundente fue darnos cuenta de que, en realidad, las historias son muy similares con casi 100 años de distancia. En aquella época, la Argentina se forjó como mercado para el tráfico y comercio de mujeres, hoy estamos viviendo el resultado de ese proceso. Lo que cambió es que las mujeres de entonces eran traídas de Europa, en el contexto de las grandes migraciones, y luego de la Segunda Guerra Mundial, con la reconstrucción europea, empezaron a ser traficadas de aquí hacia allá. La trata sigue siendo un negocio de millones de dólares en todo el mundo, por lo que nada cambió, sino que, más bien, se profundizó.