Es director de cine, de teatro y de publicidad. Es dramaturgo y fotógrafo. Actualmente tiene dos obras dirigidas por él en Espacio Callejón: “Late el corazón de un perro” hace ya unos cuantos años que además fue escrita por él. Y la otra “El cielo en una habitación” del catalán Jan Vilanova Claudin. En una charla profunda y sentida, Verdoia narró sus experiencias artísticas pero también el gran desafío que, junto a su pareja, decidió emprender hace tres años cuando adoptaron a dos hermanas de aquel entonces de 9 y 11 años. “No es verdad que es complicado adoptar en Argentina. A nosotros es un proyecto que nos cambió la vida pero también a nuestras hijas. Y sentimos que tenemos una obligación moral de difundir el compromiso, la necesidad y la urgencia para que más familias apuesten a la adopción de niños y niñas grandes”.
A minutos de dar sala de “Late el corazón de un perro” y siendo vos uno de esos directores que van a todas las funciones, ¿cómo es tener una obra en cartel hace años y que siga siendo elegida por el público porteño?
Es muy hermoso, lo cierto es que es un proyecto que sigue dándonos satisfacciones. Yo que vengo remándola en el teatro independiente, siempre soñé con la idea de tener un proyecto en el que dejes de invitar gente, familiares y amigos, y que la obra funcione espontáneamente. En la inmensa mayoría de los casos eso no sucede. Muy pocas veces pasa que un proyecto autogestivo e independiente dé con esa sensación de que el público viene espontáneamente. La estrenamos hace ya cinco años, y lo estamos disfrutando muchísimo porque es una bendición, algo milagroso. Funcionó el boca en boca y hay algo inasible porque hay muchos materiales que están buenos y no les va bien. Así que nunca se sabe bien qué sucede con los materiales.
Por otro lado una obra escrita por vos, “Matar a un elefante”, fue seleccionada para estar en el Teatro Cervantes el año próximo, qué lindos tiempos teatrales te tocan vivir…
Sí, totalmente. El Cervantes hizo una convocatoria, es una obra que escribí y es una obra prima hermana de “Late el corazón de un perro”, siempre la pensé como un díptico. Esta obra nueva sucede como si fuera en la casa de al lado. Se mencionan algunos personajes. Es una obra que tiene su gran mayoría de actores cordobeses porque tiene un asidero, una manera, una musicalidad muy particular. Yo soy cordobés y estoy trayendo eso, es la obra que más me representa. Es un lujo estar en el Cervantes. Y estoy en un momento soñado.
¿De qué se trata?
“Matar a un elefante” cuenta la vuelta al pueblo. Se trata de un artista que vuelve a su pueblo natal a pesar de que a raíz de algo que sucedió en una de sus últimas obras, en el pueblo lo declararon persona no grata. De todas formas, tiene que ir a resolver la venta de la casa de sus padres. Y pasa a saludar a un amigo y no puede irse más. Tiene un tinte surrealista, algo de realismo mágico pero siempre con mucho humor y esta en particular que tiene a Córdoba, el cuarteto, el fernet, algo de lo popular muy entrañable…
Dialogando con otras obras en cartel, como “Lo que el río hace de las hermanas Marull”, qué interesante esta idea del pueblo, que frescura poder hablar de todo el país, algo mucho más federal.
Sí, hay una nueva ola de nuevos relatos que se corren de esa voz sonante y cantante. Con lenguajes diversos. Temas distintos.
Además, estás dirigiendo otra obra, “El cielo en una habitación”, con Eduardo Leyrado y Nelson Rueda, en este caso escrita por el catalán Jan Vilanova Claudin, ¿cómo fue la experiencia de dirigir un material ajeno?
Es la primera vez que dirijo un material que no es propio así que todo un desafío. Me daba mucho pudor meterme en un texto que no había escrito yo pero lo leí y me dieron ganas. Estamos hace más de un mes haciendo funciones. A mí me permite hablar de otra cosa, salir de mi relato del pueblo e instalarme en otro lenguaje. Tiene que ver con la hipótesis de un supuesto fin del mundo. En un determinado lugar de la tierra que aparentemente es en el único lugar en el que todos los que vayan ahí se van a salvar. Llega un periodista a cubrir ese evento, un periodista descreído, citadino y escéptico, se topa en un accidente porque su auto se descompone con el personaje de Eduardo, se supone que es un empleado municipal y lo único que hace es distanciar la idea de que el auto se arregle y este hombre no se puede ir porque sucede algo. Así que es la convivencia de ellos dos esperando el fin del mundo. Y hay algo cinematográfico punzando. Rápidamente se me apareció una película que gira en torno a la idea de que el mundo se acabe, me refiero a “Melancolía” de Lars Von Trier, y cómo un astrónomo científico no puede resistirse a esa verdad y termina suicidándose y cómo impacta en su familia. Había algo de ese clima y de lo que sucede narrativamente que me resultaba interesante de asociar.
Sos un director muy presente en tus obras, seguís yendo a cada función, semana tras semana y tomás nota…
El trabajo del director para mí no se termina nunca y además el teatro es algo que está vivo y yo también me modifico, voy madurando con los materiales. Quiero seguir jugando, se me vuelve muy disfrutable.
Esa es una de las grandes diferencias entre el cine y el teatro, la capacidad de mutabilidad que tiene el teatro frente a lo irreparable del cine. Siendo director de cine, ¿ese rasgo del teatro es algo que te interesa especialmente?
El cine tiene cierta zona de crueldad. Yo sufro mucho con las películas que hago, si bien amo el cine y siempre está en mis planes seguir haciendo películas, y estoy con proyectos, pero una vez que está hecho y vas a la sala y empezás a ver las malas decisiones que tomaste, es tremendo. Yo tengo una lupa, soy muy exigente con mi trabajo y el cine tiene esa crueldad que no te permite arreglar el error.
Además de todo tu universo artístico y creativo hay una historia en tu vida que casi es más poderosa que cualquier ficción. Junto a tu pareja adoptaron hace tres años a dos niñas, de 11 y 9 años en su momento, hermanas, y el proceso de adopción que pasaron no fue tan arduo como creían y es muy importante contar esa parte.
Siempre que con mis hijas y con Sergio (Verón, mi pareja) tenemos la oportunidad de visibilizarlo aprovechamos ya que somos referentes en algunas áreas. Nos pusimos al hombro y también les contamos a nuestras hijas lo importante que es contar nuestra historia para dar la posibilidad de que niños, niñas, adolescentes, grandes que ya han pasado los cuatro o cinco años tengan la chance de tener su familia. Es muy fácil adoptar, es muy sencillo, lo que sucede en Argentina es que estadísticamente solamente entre el 10% y el 20% de las personas que se disponen a adoptar están dispuestas a adoptar niñas y niños grandes. La mayoría de las personas quieren bebés y no hay bebés en estado de adoptabilidad.
Nosotros tuvimos la suerte y la bendición de dar ese paso y animarnos, pero también teníamos muchos prejuicios, muchos miedos, mucha desinformación, muchos mitos dando vueltas como que la burocracia es imposible y que te ponen trabas, mentira. Por supuesto, te están dando un ser humano y te van a hacer entrevistas, van a ir a tu casa. Van a intentar asegurarse de que un niño que viene de una situación terrible no vaya a otra situación peor. Es un proyecto que nos cambió la vida, pero también a nuestras hijas les cambió la vida.
Me imagino lo difícil que debe haber sido la primera noche, los primeros tiempos, conocerse…
Fue difícil en dos sentidos. Primero porque pasa de cero a cien. Y por más que idealizás, visualizás e imaginás un montón de situaciones y con el equipo que trabaja la vinculación se va trabajando, en la fantasía uno siente que tiene un montón de recursos para hacerle frente a todo eso. La realidad me dio vuelta como una media, es un huracán, es muy fuerte el proceso de adopción para un adulto pero hay que pensar que para dos niñas es mucho más difícil. Sí, tienen el deseo de formar parte de una familia, de ser queridas, pero de repente están conviviendo con dos hombres adultos que no conocen. Es terrible. Todo el primer tiempo fue ponerse a prueba, de llevar al límite la situación para ver si vos vas a seguir estando ahí. Si vas a seguir eligiéndolas. Hace poco en un programa de televisión, mi hija Cristal decía con mucha claridad que ellos, los niños que están en un hogar, sienten que no son queridos. “Nosotros creemos que nadie nos quiere”, decía. Si eso no te conmueve y te hace hacer algo que no tiene que ver con el deseo egocéntrico de querer ser padre sino con querer darles una familia a estos niños, restituirles los derechos que han perdido porque sus derechos fueron vulnerados.