El origen. Hugo del Carril nació en Buenos Aires el 30 de noviembre de 1912 y se llamó Piero Bruno Hugo Fontana. Tenía un stellium en Sagitario, esto quiere decir, que no solo tenía el sol en este signo de fuego, si no varios de los planetas de su carta astral. Lo que se traduce en una personalidad generosa, expansiva, optimista, libre, aventurera y en busca de la verdad y la justicia. Todo habla de lo que fue su vida y su obra. Sus padres, un arquitecto milanés, y su madre, hija de un militante anarquista que vivía en Uruguay, lo abandonaron a los 2 años, por lo que fue criado por un matrimonio francés. Esto llevó al pequeño sagitariano a viajar desde muy temprano: del porteño barrio de Flores natal, a Uruguay y a París, donde residió un buen tiempo. El alejamiento de sus padres fue una de las primeras pruebas difíciles que le puso la vida, pero como buen sagitariano, siempre pudo salir adelante.
El toque y la herencia. Cuanto tenía 3 años, cantó su primer tango, “Cara sucia”. Así que a los 11 años, ya estaba muy seguro de que quería hacer eso: ser cantante de tango. Su ídolo entonces era Carlos Gardel y un día, en que el zorzal criollo cantaba en un cine de Flores, desde temprano, Hugo se apostó en la puerta para verlo al entrar. Gardel llegó, lo miró, le sonrió, le dio una palmadita cordial y le dijo: “¿Qué haces pibe?” Hugo nunca olvidó ese toque mágico. Empezó a cantar profesionalmente, en 1935, año en que su admirado referente moría en el conocido accidente de avión. Más tarde, luego de interpretar a Gardel en la película biográfica de 1939, que dirigió Arturo de Zavalía, Hugo conoció a su madre, Berta, con quien mantuvo una amistad hasta su muerte. Con su voz inconfundible, muchas veces definida como “varonil”, grabó casi 200 canciones.
De galán- cantor a actor dramático. Ya era locutor y cantor de tango, cuando debutó en el cine, en Los muchachos de antes no usaban gomina en 1937. Manuel Romero, el director, uno de los mayores del cine clásico argentino, notó su porte, su carisma y su gracia (imposible no notarla) y de allí en más lo incluyó en varias películas que fueron un éxito. Uno de sus maestros de actuación, in situ, fue Florencio Parravicini. De galán cantor de tangos pasó a actor dramático en una gran cantidad de películas. Y no solo en la Argentina. Su fama también lo llevo a protagonizar películas en México. Hizo grandes amigos en la industria, del cine y del tango: entre ellos Mario Soffici, Homero Manzi y Enrique Santos Discépolo.
Eva y el peronismo. Su amigo Mario Soffici lo llamó para protagonizar La cabalgata del circo, película que narra la historia del teatro nacional, que nació en el circo de los hermanos Podestá. En esa película filmada en 1944, trabajaba una joven de 25 años, María Eva Duarte. Que aún no había conocido a Juan Domingo Perón. Sobre ella Hugo dijo: “Una mujer con una profunda inquietud de tipo social, algo que estaba en ella mucho antes de conocer al General, alguien fuera de lo común. Sus ideales fueron previos, no nacieron al calor del gobierno, el peronismo los canalizo”. El 17 de octubre de 1945, con Homero Manzi, Hugo del Carril estuvo en la Plaza de Mayo en el famoso episodio que coronó a Perón como un líder popular. Peronista de la primera hora, pronto estuvo cantando para el Presidente y la Primera Dama en la Casa Rosada y en 1949, grabó la famosa “Marcha peronista”, lo que le costaría, entre otras cosas, la proscripción, a veces en forma velada o indirecta, otras veces muy directa como siendo enviado a la cárcel, a partir de 1955 hasta la década del 70.
Un director- autor. Como dijo alguna vez, su trabajo como actor, en realidad fue un medio para llegar a dirigir: “Al comenzar como actor iba haciendo paralelamente un trabajo silencioso, sin prisas, hasta que decidí que había llegado el momento de ponerme detrás de las cámaras con Historia del 900”, le dijo a Gustavo Cabrera, autor del libro más completo que se ha escrito sobre él hasta hoy, Hugo del Carril, un hombre de nuestro cine. Como afirma el investigador y coleccionista Fernando Martín Peña, fue un director independiente, décadas antes de que el término se pusiera de moda, porque financió la mayor parte de las quince películas que dirigió. Una de las particularidades de su cine - siempre comprometido socialmente - es que salió de los estudios y de Buenos Aires. Las aguas bajan turbias, quizás su obra más famosa, presentada en el Festival de Venecia, donde fue elogiada y obtuvo un diploma de honor, se filmó en los yerbatales del Alto Paraná y denunciaba la situación de explotación en que vivían los mensús. Esta tierra es mía, donde aborda la situación de los cosechadores de algodón, se sitúa en el Chaco. Y en Las tierras blancas, el escenario es la aridez de Santiago del Estero. No solo eso: La Quintrala fue filmada en Chile y El negro que tenía alma blanca, en España.
El compromiso. En 1981, en oportunidad de una serie de recitales que ofreció en México, el diario Exelsior de ese país escribía: "Su liderazgo en defensa de las clases trabajadoras le ha traído cárcel, proscripción y un sin fin de ofensas que ha sabido sortear." Y el mismo Hugo del Carril, ese mismo año, en otro medio, La Voz, ponía en palabras lo que su vida y obra habían ya demostrado: “Estoy convencido que el artista está obligado a pronunciase políticamente, en especial si sigue una corriente popular, como la gente de cine, la radio, la televisión y lógicamente el teatro, porque si todos ellos no están del lado del pueblo, ¿quién lo va a estar? Cuando un artista llega a un determinado nivel de fama, contrae la obligación de jugarse por toda esa gente que lo ha llevado al éxito, es decir el pueblo al que dirige su mensaje… "
El final. Del Carril murió a los 77 años, de una afección pulmonar, pocos años después de la muerte de su amada esposa Violeta, con quien había tenido cuatro hijos. No llegó a ver publicado el libro de Gustavo Cabrera, en el que había colaborado con gran entusiasmo. En las primeras páginas, Cabrera escribe: “Aunque felizmente Don Hugo alcanzó a leer el manuscrito original, capítulo por capítulo, no hallo empero consuelo hoy, al hecho de no haber podido llegar a depositárselo en sus manos en forma de libro. Escribo esta líneas quizás porque todo está aún muy fresco y latente, a poco del fallecimiento de mi amigo. Soy consciente de no haber asumido todavía su desaparición física, como millones y millones de argentinos. Personalmente me va a resultar doloroso y difícil, por ejemplo, visitar su hogar, y no escuchar nuevamente su voz, no sentir sus graciosas ocurrencias, sus increíbles anécdotas, su mal humor a veces, sus broncas, y sus interminables consejos y recomendaciones”.