Durante mucho tiempo, Sofia Coppola solo era conocida como "la hija de Francis Ford Coppola", es decir, del realizador de El Padrino, La conversación, Apocalipsis now y Drácula. De hecho, se la solía identificar por sus apariciones en algunas películas de su padre, como La ley de la calle (1983) y, particularmente, El Padrino III (1990), donde tuvo el rol central de Mary, la hija de Michael Corleone (Al Pacino). Esa última interpretación fue muy criticada y las principales objeciones pasaban por el hecho de que Sofia no tenía la suficiente presencia actoral para lo que requería el personaje y que solo estaba ahí porque era la hija del director.
Convengamos que las críticas no estaban muy lejos de la verdad: Sofia no estaba hecha para ese papel y sus dotes actorales no eran precisamente potentes. Pero lo suyo, aunque no estaba delante de cámara, sí pertenecía al ámbito del cine: nada más y nada menos que la misma profesión de su padre. De repente, Sofia comenzó a cobrar notoriedad como directora, aunque con un estilo muy diferente al de su progenitor, pero no menos ambicioso. Y, de hecho, ha sabido entregar a lo largo de su trayectoria (que incluye ocho largometrajes, además de varios cortos, videoclips y publicidades) un par de obras emblemáticas, de esas que definen una época y una forma de ver el cine.
Hoy se estrena su película más reciente, Priscilla, que indaga en el largo y turbulento noviazgo y matrimonio entre Priscilla Beaulieu y Elvis Presley. Aprovechamos este lanzamiento para indagar en la filmografía de una realizadora cuya mirada es tan contemporánea como clásica, tan del siglo XXI como del XX.
Las vírgenes suicidas (1999)
Para su ópera prima, Coppola eligió adaptar la primera novela exitosa de Jeffrey Eugenides, que ya la había deslumbrado desde que la había recibido como obsequio de manos de Thurston Moore, miembro de la banda Sonic Youth. Si ese era un desafío importantísimo para una debutante, lo cierto es que la puesta en escena aborda con extrema seguridad la historia de un grupo de amigos que se obsesionan con cinco misteriosas hermanas, que son protegidas celosamente por sus estrictamente religiosos padres. Esa seguridad queda en evidencia a través del contraste entre la oscuridad de la historia y la utilización de una fotografía suave y luminosa, además de una banda sonora donde conviven una multiplicidad de géneros contemporáneos para un relato situado en los setenta. El objetivo, progresivamente, se hace evidente: interrogarse sobre las facetas del “sueño americano”, los matices del comportamiento adolescente, los vínculos entre románticos e idealizados, y los choques entre adultos y jóvenes. Todo un meteorito artístico, esta película se convertiría en una de las más importantes de los noventa y abriría las puertas al cine independiente del nuevo milenio.
Perdidos en Tokio (2003)
En su segunda película, Coppola alcanzaría la consagración artística definitiva, con Oscar al mejor guión original incluido. Y merecido, por cierto, porque la realizadora se las arregla acá para construir un film definitivamente generacional, aunque parte de una premisa mínima: un encuentro casual entre un veterano actor y una joven que da lugar a un vínculo improbable. El escenario urbano que es Tokio se convierte en el marco perfecto para la relación que entablan dos protagonistas marcados por la melancolía y la insatisfacción, pero también por el deseo y la necesidad de afecto. Deseo y afecto son dos conceptos claves aquí, porque ambos están trabajados con gran sutileza, en base a pequeños gestos de ambos personajes, que son interpretados a la perfección por Bill Murray y Scarlett Johansson. Con momentos casi elegíacos y poéticos, este es un drama romántico donde ciertos sentimientos abstractos encuentran una definición física en la pantalla. Todo un prodigio cinematográfico.
María Antonieta-La reina adolescente (2006)
De la contemporaneidad y el neón de Tokio, Coppola saltó a la ebullición previa a la Revolución Francesa. Pero la efervescencia que eligió retratar no fue la del pueblo que buscaría eventualmente la libertad, igualdad y fraternidad, sino la de la monarquía y la burbuja en que vivía. Otra vez el aislamiento, la abulia y la eterna adolescencia vuelven a ser temas centrales, pero como puentes para repensar lo que se concibe como frivolidad. Lo que hace la cineasta es zambullirse precisamente en el concepto de lo frívolo y permitirse fascinarse con él, indagando en las superficies de -valga la redundancia- lo superficial. Y siempre, en todo momento, con una puesta en forma que se hace cargo de que se está mirando -y reinterpretando- el pasado desde el presente, en un film algo fallido, pero aún así potente.
Somewhere-En un rincón del corazón (2010)
Si ya a esta altura Coppola tenía un conjunto de temáticas propias y reconocibles (el peso de la fama, la languidez, la angustia, la contemplación de la belleza), acá procura introducir una vuelta de tuerca con un dejo de autoconsciencia existencial. El centro de la trama pasa a ser un actor hollywoodense exitoso y a la vez desilusionado de su profesión, que debe replantearse su vida cuando recibe la visita inesperada de su hija de once años. En esa historia de vínculos paterno-filiales, marcados por lo afectivo, pero también por la distancia, la directora habla también un poco de la relación con su padre, una figura que todavía hoy continúa siendo gigantesca. Quizás la película más íntima y personal de Coppola, que se hace cargo de forma explícita de los mundos a los cuales pertenece y conoce.
Adoro la fama (2013)
La fama, la abulia y la adolescencia, tópicos habituales en la filmografía de Coppola, confluyen en este film basado en hechos reales, sobre unos jóvenes que entraban a robar a las casas de los famosos. Si la realizadora pertenece a ese mundo de estrellas al que los protagonistas contemplan fascinados, ella también se permite fascinarse con ese grupo de individuos erráticos e irresponsables, que se toman el crimen como una aventura. Por momentos esa fascinación le juega en contra y produce una pérdida de rumbo concreto en la trama, ya que la película se regodea en la contemplación de las acciones casi caóticas de los personajes. Sin embargo, se las arregla, nuevamente, para traducir sentimientos y sensaciones abstractos en imágenes concretas, que perduran en la memoria del espectador.
El seductor (2017)
Siempre en busca de desafíos, Coppola se da el lujo de concretar esta remake de El engaño, un pequeño clásico de los setenta dirigido por Don Siegel y protagonizado por Clint Eastwood. En esta nueva versión, un elenco estelar (Nicole Kidman, Colin Farrell, Kirsten Dunst, Elle Fanning) sostiene una premisa plagada de climas definitivamente enrarecidos. El relato está situado durante la Guerra Civil estadounidense, en una escuela femenina en Virginia, donde arriba un soldado de la Unión herido, desatando un sinfín de celos, traiciones y manipulaciones. Una película que se distingue en la carrera de la realizadora, aunque comparta con otros films la noción del aislamiento y el no-lugar como factores de notable influencia en los protagonistas.
En las rocas (2020)
Cuando su cine parecía estar por alcanzar su límite, Coppola se reinventa un poco en este film ligero y amable, donde se aleja de las imposturas de los pasajes más discretos de su carrera. La estructura dramática que elige para eso es definitivamente dual: dos personajes centrales, padre e hija; una pareja en crisis; y la contraposición entre lo masculino y lo femenino. Pero, además, un guión que alterna entre la comedia clásica y un acercamiento contemporáneo a temas como el matrimonio y los vínculos entre padres e hijos. El mérito de la película es que le permite a la directora una reinvención donde no pierde autenticidad ni la esencia de su obra. Por eso los diálogos entre los protagonistas y el paso del tiempo poseen un ritmo imposible de encontrar en el resto del cine actual.