
Poliamor, colonialismo, arte, teatro, lucha por la identidad, crítica social y colores hermosos. La ópera prima del director estadounidense Michael Taylor Jackson se proyectó como cierre del Festival Internacional de Cine Canábico y se animó, una vez más a enaltecer los espacios disidentes y desafiar el status quo.
Me costó entender qué era Bajo Naranja, un concepto con el que me topé hace unas semanas. Instagram y otras redes me decía que son un colectivo de artistas que apela al arte y la representación teatral para romper prejuicios, abordar temas como la identidad sexual, los vínculos y el rol de Estados Unidos en nuestro país. También aparecían como un manifiesto. O una banda de artistas punk que creó un movimiento que se exporto al mundo; desde Argentina hasta la India. En la proyección del domingo 23 de febrero en Casa Brandon finalmente comprendí que es una película escrita, protagonizada y dirigida por Michael Taylor Jackson y funciona como un espacio por fuera de las leyes, las normas y los tabúes. Tuvo su Estreno Mundial en la 25ª edición del BAFICI (Festival Internacional de Cine de Buenos Aires) en la Competencia Oficial de Vanguardia y Género, y recorrió otros eventos como la 48ª edición del Frameline, el festival de cine queer más antiguo, y ganó el premio de Mejor Largometraje en la sección “México y Tú” del Poppy Jasper International Film Festival. La cinta también se proyectó en Londres y la India a sala llena.
Bajo Naranja apunta a contradicciones y se dedica a destruir prejuicios y conformar nuevos imaginarios. En base a cicatrices del pasado propone zonas que cuestionan los límites y nos incitan a concebir una nueva forma de vivir.
La trama nos presenta a un mochilero estadounidense que viajó a Buenos Aires en busca de la tumba de Hipólito Bouchard: pirata argentino que en el siglo XIX conquistó California; figura que marcó su niñez. Su travesía cambia de cariz cuando le roban sus documentos, pasaporte, dinero y queda a la deriva. Es adoptado luego por Bajo Naranja, un colectivo artístico independiente que opera como una comunidad alternativa donde el amor no es posesivo y se pugna por una separación de la verdad del sistema de binarios, con enfoque filosófico hacia la autorrealización y la autoexpresión enraizadas en el subconsciente. Viven todos juntos en un galpón, alrededor de la realización de una obra de teatro sobre un juicio a Henry Kissinger. El Plan Cóndor, los fondos buitre y la percepción argentina de los yanquis actúan como los ejes del relato.
¿Tenemos la libertad de elegir quienes queremos ser o somos un producto social? ¿Cómo construimos nuestra cotidianeidad? ¿Somos conscientes que vivimos dentro de una burbuja donde las redes, estímulos y secuelas de lo que fue, nos llevan a creer en una falsa realidad? Con género fluido y mucho humor, Jackson nos planta la semilla de esas dudas. “La libertad no se asocia a lo que plantea Milei, sino que para mí, tiene que ver con la capacidad de exploración. Indagar nuestras identidades, sexualidad, miedos, política y cuerpos. Estamos viviendo un momento donde priman las fakes news y es difícil saber en qué creer. La clave está en encontrar una base para pelear por los ideales y mi filme intenta ocupar ese lugar encarando estas problemáticas. Plantea la idea de usar los medios —cámara, poesía, manifiestos, redes sociales—, como una herramienta para ello” contó el director luego de la proyección.
A nivel técnico se destaca la dirección de arte y la música. Toma como referencia la iluminación, el uso de los colores y los diálogos fragmentados de Pierrot el loco de Godard; y los planos que registran escapadas de Punto de Quiebre de Kathryn Bigelow. La estética punk es la que reina a lo largo de todo el largometraje. Desde su ambientación y personajes a submúsica —clásicos del rock nacional de los 60 y 70 como Almendra, Los Gatos y Sandro— creando un tono y atmósfera únicos.
A su vez, se filtran influencias de textos de Hannah Arendt, las películas de Julia Solomonoff, y los libros Ética Promiscua de Dossie Easton y Janet Hardy y Underground Orange de M19—texto del cual el director obtiene el nombre para la película. Bajo Naranja se mueve por el terreno de lo alternativo. No solo es un exponente del cine indie, sino que exhibe ese mundo. A partir de las interpretaciones de Sofía Gala Castiglione, Vera Spinetta, Bel Gatti y Gianluca Zonzini, al espectador le acercan un universo creativo por fuera del mainstream. Obras de teatros en descampados, perfos en burdeles y grafitis como obras de museo.
Esta pieza audiovisual funciona como carta de amor de un estadounidense a la Argentina. “Este país representa una guía en mi vida. Y desde el momento que me mudé de Buenos Aires a Nueva York a estudiar cine, supe que quería filmar mi primera película aquí, como una forma de decir gracias, ya que la cultura de esta ciudad me dio el espacio que necesitaba para descubrirme” nos contó Jackson.
Tal vez, más que la película en sí, lo que más se destaca de este proyecto es el debate posterior; esas preguntas que quedan rondando en la cabeza, esas ganas de adueñarse de uno mismo y sumarse a la forma en que Bajo Naranja propone habitar la realidad.