Reyna actualmente se encuentra protagonizando un unipersonal, “Okasan”, en el teatro Picadero. Basado en la novela homónima de Mori Ponsowy, aborda literal y simbólicamente el viaje que emprende una madre cuando visita a su hijo radicado en Japón. En un diálogo profundo, la actriz habló del vínculo con su hijo a la distancia, de los deseos postergados, del encuentro con la mujer que habita en una y del oficio del teatro, ese espacio sagrado, artesanal y distinto a todo.
¿Cómo llegás hoy a hacer esta obra luego de atravesar los años difíciles de la pandemia?
Todo lo que vivimos en la pandemia tuvo mucho que ver con lo que estoy haciendo, porque en aquel momento en el que por una nota en un medio gráfico nos sacábamos una foto con Boy (Olmi, su pareja desde hace más de 30 años) con los barbijos en la puerta de nuestra casa tuvimos la sensación de que de verdad todo se podía detener para siempre. Y con un hijo que no solo estaba lejos sino que no podíamos vernos pasara lo que pasara. Eso ya pasó pero a mí me generó la sensación de que el tiempo es ahora. “Tu tiempo es hoy” diría el Flaco Spinetta. Es ahora porque ahora podés. Y cuando se puede lo único que se interpone es el miedo que de todos modos siempre está, hagas o no hagas. La valentía es necesaria para vivir.
De hecho después se fueron de viaje con Boy en una motorhome…
Sí, y tuvo mucha repercusión justamente porque era concretar la fantasía de muchas personas. De última ¿qué? Me duele la cintura, me aburro, no me gusta, ¿qué tanto puede pasar? Pero uno vive postergando cosas posibles, que están a la mano. Nos llenamos de excusas. Y de golpe está bueno ver que estaba poniendo excusas en lo que sea: no, soy madre. No, soy hija. Ahora no puedo. Y de pronto pudimos.
Esto que decís se puede observar con la enorme cantidad de público yendo al teatro en un contexto económico muy complicado. Aún así no dejan de ir porque parece que está a la orden del día el disfrutar.
Sí, en un momento confuso en cuanto a los vínculos, estamos repensando un poco todo. Es una locura. En un mundo tan de pantalla de por medio que el teatro sea lo que necesitamos, la avidez del contacto, del desenchufe, la avidez del dejarme contar, me quedo quieta y veo al otro que está, que es de verdad, que le está pasando algo. Acá siempre hubo un teatro espectacular pero ahora hay una revalorización del hecho teatral, de esa cosa pequeña que te puede llevar a muchos mundos, como la literatura. No hace falta ni tanta producción ni tanta cosa y además es de los únicos espacios en los que se apaga el celular porque ya ni en el cine la gente lo apaga.
¿Cómo se arma esta obra “Okasan” que quiere decir madre en japonés pero en un sentido más honorífico, verdad?
Tienen ciertas formalidades de cómo nombran las cosas. Sería más como señora madre. Y la otra forma es la mamá, la mami. Y cómo nos colocamos frente a eso. Uno puede decir “qué bien, estoy reverenciada” o también “soy la señora madre y no soy más esa mami que cuida”. La idea llega por una íntima amiga mía, Sandra Durán, a quien uno de sus hijos le regaló esta novela. Otra de sus hijas en ese momento vivía en Londres y yo tenía a Rafa en España y además de ser muy amigas siempre nos vinculaba esa realidad. Me llamó y me contó lo que estaba leyendo, que la estaba volviendo loca y que se la imaginaba obra de teatro, unipersonal y hecha por mí. Me mandó la novela, la leí una tarde de verano, lloré y reí desde la primera hasta la última página y llamé a Sandra para decirle que tenía razón. Y se puso en marcha algo increíble, fuimos con mucho cuidado a hablar con la autora, Mori Ponsowy, y ver cómo hacíamos para convencerla. Fue un poderoso encuentro femenino, donde terminamos en su casa tomando vino y hablando hondamente. Sandra compró los derechos y empezó a escribir en un taller de Mori. Fue un cambio para todas muy potente.
Vos no habías podido ver a tu hijo todavía…
Rafa pudo venir recién en octubre del 21. En junio se murió mi mamá, pasó de todo. Yo sentía que no era mí momento de encarar la obra todavía. Recién el verano siguiente entró a cuadro Paula Herrera (la directora), que ya estaba rondando en mí cabeza y que me crucé de casualidad veraneando. Luego nos juntamos con Sandra y se armó este trío hermoso.
Es la historia de una mamá que viaja a Japón porque su hijo se fue a vivir allá y va a conocer el universo de su hijo pero como señora madre, no a ser una cuidadora, no a poner sus propias reglas sino a meterse en las reglas del hijo, ¿no?
Sí, que también es su intención pero se da cuenta de que todo ha cambiado. Es muy interesante porque todo el tiempo las cosas cambian. No se necesita ser madre para vivir eso: la realidad, las circunstancias, la edad, todo cambia. Uno está todo el tiempo adaptando y encarando lo inevitable. Y está bien hacerlo. En un momento de la obra dice que se está encontrando con esta nueva mujer que ha dejado de tener ese rol de madre. Yo creo que no se deja nunca atrás, pero maternás de otra manera y nosotras creemos que en la obra ella encuentra su propio camino y viaje. Reencuentro hasta con su propio cuerpo, con su erotismo, con su mujer. Con la mujer que siempre fue pero a veces nos escondemos tanto detrás de los roles que nos perdemos. Los roles nos protegen. No puedo porque soy madre, no puedo por la plata. Uno a veces se agarra de ese rol como un chupete para quedarse ahí quietito y no arriesgar.
Hay dos películas que de alguna manera abordan esta temática, una es “Historias de Tokio” de Ozu y la otra “La flor de los cerezos” de Doris Dörrie, ese camino personal que uno emprende por el camino del hijo…
Sí, justamente por estos días estoy emocionada porque es el cumpleaños de mi hijo y me da mucha felicidad este camino que hizo solo haciendo producción de cine. Se podría haber quedado, lo podríamos haber ayudado con un contacto o recomendación. Pero él hizo lo suyo. Pensaba qué fuerte esto: yo haciendo lo que soñaba, él haciendo lo que quería. La obra me vincula a él de una forma muy particular, está siempre presente en mi imaginario. Qué bueno modificar los conceptos de felicidad, de amor.
¿Cómo es la experiencia de un unipersonal?
Siento que estoy adquiriendo horas de vuelo. Recién ahora empiezo a disfrutar y sentir lo bueno que está. La primera complicación fue el pasaje de hacerlo sin gente a hacer la función con muchas personas. Ahora empecé a entender que está toda esa gente ahí, a respirar con ellos y eso es hermoso. Y la obra está yendo bárbaro así que cuando terminamos estas ocho funciones, vamos a hacer cuatro viernes más hasta el 4 de agosto y después una función espectacular en Mendoza.
Mirá si esta obra te termina dando un viaje literalmente hablando.
Ayer le dije a Boy “Me voy a comprar una valija”, necesito comprarme una porque siento que en algún momento vamos a viajar.