En Budín del cielo no sucede mucho y esa es su magia. No es un relato cargado de complejos entramados y no sabemos mucho acerca de la vida de los personajes, apenas algunos destellos a través de los cuales María Luque nos sumerge en el día a día de Rosa, una maestra jubilada que vive sola, rodeada de pájaros y plantas con quienes tiene profundos vínculos -casi humanizados y surrealistas- su vecina y amiga Norma, que está perdiendo la vista y le tiene miedo a todo y un grupo de ex-alumnos (sus pichones) con quienes se reencuentra después de mucho tiempo.

Budín del cielo tiene casuales coincidencias con "Ruth" de Adriana Riva (una mujer, también jubilada, y en su caso viuda, que transcurre su vida entre clases de historia del arte online, encuentros con amigas, sus hijos y nietas) y los clásicos de May Sarton como "Anhelo de raíces", donde confluyen el vínculo con la naturaleza, el amor por los logros cotidianos y el dulce sabor del día a día. En todos estos casos, estamos frente a una literatura que relaja la mente de tanta locura contemporánea, nos invita a vivir livianos y abrazar aquel lema italiano "dolce far niente" (lo dulce de no hacer nada). 

Confieso que no esperaba encontrarme con Rosa cuando vi la tapa del último libro de María Luque. Un personaje con un estilo de vida completamente alejado de mí presente. Sin embargo, tuvo la habilidad de conquistarme entre budines caseros, largas conversaciones con todo tipo de pájaros, paradas técnicas en el parque, donde se sienta como triángulo en una reposera o banco a comer churros y comparte las sobras con sus amiguitos. Con Rosa apreté el botón de pausa y permití que la vida fuera un poco más lente y suave. 

Estamos frente a un personaje que no tiene culpa ni resentimiento, que vivió como quiso, tuvo algunos amores, fue coqueta, habitó su casa y los cafés de la ciudad y dejó una huella en la vida de los chicos que la escucharon hablar acerca de las matemáticas y que años más tarde regresarán -como los pichones a las migas de pan- para invitarla a vivir nuevas aventuras. Entonces Rosa se entrega al disfrute. Ella, que estuvo platónicamente enamorada de Sandro, que entendió que los vínculos sentimentales quizás no eran lo suyo, que se dedicó a su pasión y que aún está atravesada por la profesión, por lo que desparrama sus dotes de enseñanza acá y allá. 

En una era en la que a veces el simple hecho de existir parece un desafío, donde las ideologías nos separan, la economía pesa y las exigencias son absolutamente absurdas, María Luque y Rosa nos regalan un suspiro. Por eso, si bien Budín del cielo se lee rápido, quedará resonando como un aprendizaje para entender que la vida puede oler a torta, que vale la pena animarse a aceptar nuevos desafíos por más pequeños que sean y que no es necesario pedirle mucho a un personaje para que nos atrape.

Rosa está inspirada en Roma, la tía de María, pero seguramente también es una versión de ella en el futuro, una mujer que conseguirá que romantices la vida, que te reconectes con las ganas de ir al parque, que aprendas a valorar el silencio de tú casa, las charlas con una amiga (y entender que muchas veces con una alcanza y sobra) e incluso a mirar a las palomas con ojos de amor. Un libro ideal para permitir que las cosas se reviertan.