Como si fuera una pintura de El Bosco, “El infierno cúbico”, un cuadro de grandes proporciones del artista Roberto Cortés que integra Viva la vida, su exposición en el Recoleta, contiene un inventario interminable de personajes, historias, escenarios, objetos, textos y paisajes que, en su convivencia imposible, habilitan una lectura que emparente al artista con el genial holandés que murió hace 500 años.
Por ejemplo, en el lado izquierdo inferior del citado díptico, pleno de colores chirriantes y cálidos, Eva Perón aparece al lado de Mirtha Legrand, y hasta parece que se dan la mano, observadas de cerca por una chica que lleva puesta una máscara de unicornio. Las rodea un gato, un arbusto con forma de avestruz, una pareja de enamorados del siglo XIX, y en el resto del lienzo, nudistas en el río, otros bañándose con la ducha dentro de una tetera; más arbustos que parecen animales y viceversa. Del otro lado del díptico, la oscuridad y el rojo ganan terreno. El mal, el fuego, la sangre, dinosaurios furiosos, las olas oscuras del mar, la violencia, la muerte. Un ejemplar del libro Operación masacre, de Rodolfo Walsh, asoma desde el borde inferior. Parece mucho, pero esta mínima descripción no refleja ni el 5 por ciento de lo que es este cuadro de Cortés. Universos inaprensibles retratados en imágenes que se multiplican por miles en la tela pero también en las asociaciones de quien la mira.
Son tres salas dedicadas a Viva la vida, con 40 cuadros y dos instalaciones con marionetas, que han recibido importantes premios. La idea de la muestra surgió cuando Roberto se enteró de que tenía un tumor. Ante la posibilidad del fin, el artista y su familia, pensaron en la permanencia de todo aquello: de los cuadros, las marionetas y las cerámicas. Con curaduría de su hijo Tobías, director de cine y también de dos teatros del sur del Gran Buenos Aires, la exposición fue pensada como un viaje. Está dividida en tres partes: Premonición, Camino y Ahora. En paralelo, Roberto fue tratado por su tumor y luego, operado. Mientras seguía internado, Tobías se encargó del montaje de la muestra que maravillosamente encanta a los visitantes. Ahora, el artista dice haber dejado atrás el cáncer.
Como la anécdota que origina la muestra, toda la vida de Cortés parece ser apta para la leyenda. Formado en las Bellas Artes, se dedicó durante 35 años a la docencia en la materia, tanto en el ámbito inicial como el secundario e incluso el terciario. A los 55 años, se jubiló y se dedicó plenamente a producir en el taller que comparte con Marita, su mujer desde tiempos de estudiante.
Sus cuadros poseen gran tamaño, algunos llegan a medir 2 metros de alto, y el promedio es de 1.80. Si bien hay elementos de lo que podría ser realista, se trata de un “realismo muy singular, muy de él”, como lo describió el artista Aníbal Cedrón. El color es clave. En una entrevista, Cortés relató que cuando estudiaba, un profesor le reclamaba porque usaba colores ‘Walt Disney’. “Y realmente era así - recordó-. Además yo era un apasionado de Walt Disney, veía todas sus películas y ese mundo me apasionaba. Eso evidentemente influyó”. Y, en vez de limitar su paleta de colores como le aconsejaba ese docente, la profundizó.
"Me interesa hacer un arte real pero que transmita poesía; es una forma poética de ver la realidad, una realidad “alucinada”, un punto de vista fascinado, maravillado. Mis recuerdos, las imágenes que me recorren, el paisaje donde vivo, las personas que quiero, todo eso se junta, se superpone. Van formando una narración dentro del lienzo, a veces anárquica. A veces se van uniendo solas; a veces aparecen entre sueños o parten de una frase o idea abstracta", dijo también.
La política y la historia cruzan la obra de Cortés, así como la cultura popular, el cine, el barrio, el teatro, la televisión. En otro de los cuadros fascinantes, "Rebelión maya en el Parque Japonés", la cultura oriental y sus maneras de representar ofrecen la estructura, el marco, el contexto decorativo, a un cuadro con cinco escenas donde aparecen: Juan Domingo Perón, Ricardo Balbín, Eva Perón,Cristina Fernández, Leonardo Favio, y como es una costumbre en sus cuadros, en los que no escasean también referencias a las artes, la presencia del propio Roberto Cortés, tal como aquel Diego Velázquez se retrató dibujando en "Las Meninas". Aunque no necesariamente, Cortés está siendo artista en sus mundos.
Sobre las referencias que nutren su obra, y su vida, Cortés parafrasea a Kandinsky para opinar que el artista no debe ser un guante vacío si no una persona enriquecida. Declarado fanático de los “espectáculos”, cine, teatro, ópera, danza, a la hora de hablar de sus gustos, las confesiones no demoran: Picasso, Van Gogh y Antonio Berni en el arte. Almodóvar, Favio, Fellini, Fassbinder, sus fuentes de inspiración en el cine y Pina Bausch en la danza, por nombrar solo algunas.
A pesar de todo lo dicho, nada sería más equivocado que pensar que en las obras de Roberto Cortés y en Viva la vida, solo se trata de referencias al mundo exterior. Todo lo contrario, incluso lo exterior está mediado por lo interior. El artista define su producción en términos de “autobiopintura”, a la define así: “Me remito a mi infancia, mis tías y vecinos; a los artistas populares que veía en la tele o a las películas que daban en los cines del barrio; personajes que siempre aparecen en mis cuadros, los paisajes que transito diariamente junto con otros que saco de los diarios y revistas. Mi historia personal se mezcla con la universal, con la historia del arte, la política y el espectáculo. Un homenaje al mundo privado, a los fantasmas y pecados capitales de cada uno, y a las obras que obligan a los artistas a refundar su imaginario y el de todos”.