El periodista y escritor multipremiado Pablo Gorlero invita a espectadores de todas las edades a sumergirse en el mundo de “Tin Pan Alley”, un musical con formato Café Concert que explora la época dorada de Broadway durante la primera mitad del siglo XX. En Zibilia nos sumamos a esta experiencia que reúne lo mejor de la escena artística de aquel entonces bajo la visión de un director tan versátil y talentoso como Gorlero.
La noche es brumosa y, a las 20.30 en punto, soy una más en la extensa fila para ver “Tin Pan Alley”. En la entrada del encantador teatro Cástor se respira el típico humo de boliches y espectáculos. Al ingresar, caminamos por un hall con bellos objetos y fotografías, que recrean una escenografía de bienvenida y dan ganas de sacarse fotos con ese entorno tal vez onírico y, sin dudas, mágico.
Al fondo a la izquierda, hay una barra atendida por mozos y barmans que llevan vestimenta de época, como chalecos al cuerpo, corbata, gorra boina al estilo Peaky Blinders o sombrero bombin. Se pasa a la sala dispuesta con pequeñas mesas y sillas negras. A la derecha y en el medio, un escenario con telón rojo brillante y al costado, un piano blanco con pianista y director musical incluido, Juan Ignacio López.
Al estilo Café Concert, se pide consumición y se aguarda al elenco, que irrumpe completo: Belén Cabrera, Joaco Catarineu, Luli Chouhy, Agustín Iannone, Daniela Rubiatti y Emanuel Ntaka. Ya se está en clima y nos acomodamos para disfrutar. Podríamos cerrar los ojos y sólo escuchar y sería válido. La música es la gran protagonista. Y esto no es en detrimento de los artistas, muy por el contrario, cuya interpretación es impecable y hasta hipnótica, en el caso de Belén Cabrera.
Si bien el sitio de despliegue de cada una de las canciones –“There´s no business like show business”, “Bluemoon”, “Tea for two”, “Bewitched, Bothered and Bewildered”, “Cheek to Cheek”, “Ol´man River”, “I love a piano”, “Anythig goes”, “My Funny Valentine”, entre otras – es en el escenario principal, los ingresos y egresos son por las escaleras laterales o el hall. Desde esos mismos lugares, los intérpretes señalan, con un breve guión, las transformaciones históricas de la gran zona de los editores, compositores y partituras, que dio nombre a esa calle en el sur de Manhattan, que pasó de ser lúgubre en 1893, a brillar y hacerse escuchar como latas, como sartenes chocando, haciendo vibrar lo mejor de Cole Porter, Irving Berlin, Richar Rodgers, George e Ira Gerswhin, Lorenz Hart, entre otros, hasta su declive a partir de la Gran Depresión. Nueva York era ragtime, fox trot, jazz, swing y blues.
"Siempre que haya un amor, habrá un té para dos. Esto es teatro musical, canciones que perduran”, enuncia una de las artistas como preludio a “Tea for two”. Todo el conjunto, con un despliegue de tap para algunos de los temas, es una oda a la comedia musical dorada de Broadway. Esa música que se recreaba en cada casa y que, dentro de su mobiliario, seguramente tenía un piano con algún familiar que se animara a las teclas y seguramente con partituras compradas en la zona de Tin Pan Alley.
A su vez, la obra tiene algunos toques de humor (los hubiera incrementado, fueron muy efectivos), hubiera sumado mayor interacción con el público y hubiera hasta arriesgado más con la puesta en escena de las reseñas históricas, que dan cuenta del nacimiento, esplendor y agonía de la sonora calle y de toda una época. ¿Tal vez con imágenes proyectadas sobre ese telón rojo fijo? ¿Tal vez con algo más disruptivo? ¿Quién sabe? Sólo elucubraciones de una simple espectadora.
De la gran manzana a San Telmo, a acomodarse bien y disfrutar de la noche. Pueden cerrar los ojos, la magia se escucha: “Damas y Caballeros, ¡bienvenidos!”.