Filmada y estrenada en los últimos años de la dictadura, la pelicula no solo habla por sí misma, con la trama circular de su guion preciso y consistente. Además, marca el inicio de la fértil relación artística entre Adolfo Aristarain y Federico Luppi.
Entre finales de los setenta y comienzos de los ochenta, Adolfo Aristarain pavimentó el camino inicial que lo llevó a convertirse en uno de los cineastas argentinos más relevantes de los últimos cincuenta años. En ese recorrido, es fundamental Tiempo de revancha (1981), que conformó una trilogía policial junto a su ópera prima, La parte del león (1978) y Últimos días de la víctima (1982). Todas ellas fueron rodadas durante la dictadura militar y, desde sus estructuras narrativas y puestas en escena, conformaron precisos retratos del clima de época.
Pero Tiempo de revancha se destaca porque representó el primer trabajo conjunto entre Aristarain y Federico Luppi, el comienzo de una productiva relación laboral que se extendería por más de dos décadas. Lo cierto es que ese primer encuentro estuvo muy cerca de no producirse: el realizador quería desde un principio al actor para el protagónico, pero Luppi estaba prohibido por la dictadura y exiliado en España. Frente a este obstáculo, propuso como alternativas a Alberto de Mendoza -que rechazó el papel- y a Alberto Olmedo, que no se atrevió a tomarlo. Esto llevó a que Aristarain junto a los productores, Fernando Ayala y Héctor Olivera, decidieran avanzar con Luppi, con la esperanza de que se levantara la prohibición. Tres veces se tuvo que postergar el comienzo del rodaje, pero finalmente Luppi, convencido por Aristarain, pudo retornar al país y ponerse a disposición.
Completaron el reparto Ulises Dumont, Rodolfo Ranni, Haydée Padilla, Julio de Grazia y Enrique Liporace. Se filmó en las sierras de Tandil, distintas calles de Buenos Aires, la Manzana de las Luces y el palacio Sans Souci, en San Isidro, que supo ser en otros tiempos la residencia de la familia Alvear.
El guion, de enorme precisión y consistencia, fue el gran soporte de una historia de carácter circular, donde confluían la tragedia y la ironía. El relato construía una especie de antihéroe muy particular en Pedro Bengoa (Luppi), un ex sindicalista que empieza a trabajar como dinamitero en una mina propiedad de una empresa multinacional. Junto a Bruno Di Toro (Dumont), antiguo compañero de lucha y de trabajo, deciden producir una explosión que parezca accidental, simular que Di Toro perdió el habla y negociar una indemnización. Sin embargo, en la explosión Di Toro muere y Bengoa asume su papel, fingiendo que quedó mudo. Como la empresa sospecha que todo es una estafa, se niega a pagar la indemnización y empieza un juego de presiones, de gato y ratón, que escala hasta llegar a terribles consecuencias.
Aristarain supo delinear el retrato de un hombre que en el pasado se había jugado políticamente, que había quedado desencantado y que al principio estaba impulsado por un móvil concreto: el dinero de la indemnización. Sin embargo, luego cambiaba de motivación, decidiendo enfrentarse al poder establecido. Tiempo de revancha era un cine político, pero disfrazado de policial con climas cada vez más asfixiantes y opresivos. No era un panfleto, no había una bajada de línea directa, pero el relato interpelaba a la sociedad. Y eso podía ser muy problemático de cara al lanzamiento: la censura y la persecución eran cartas que la dictadura había usado con frecuencia.
Sin embargo, Olivera supo anticiparse a potenciales obstáculos y, con gran habilidad, presentó la copia (sin cortes, por cierto) para calificación el lunes previo al estreno, ya con la publicidad en marcha. El momento le terminó jugando a favor a la película: la dictadura evaluaba una especie de transición democrática y pretendía transmitir una imagen de respeto a la libertad de expresión. A eso se sumaba que el film apelaba a algunos simbolismos que podían vincularse con el accionar dictatorial (por ejemplo, el Falcon verde), pero su ataque era más al sistema capitalista que al gobierno. Y había un factor extra, que era la propia ignorancia de los censores encargados de evaluar Tiempo de revancha. Todos ellos se dejaron maravillar por la trama policial, sin reparar en los apuntes políticos, a tal punto que felicitaron a Olivera por la película. Cuando la vieron otras personas que entendieron la perspectiva de la narración, ya era tarde para impedir el estreno o aplicar cortes.
Desde el jueves que se estrenó, Tiempo de revancha fue éxito total, aunque su permanencia en las salas no fue apacible. Ese mismo sábado, hubo una amenaza de bomba en el Cine Ambassador, que tuvo que ser desalojado. Por otro lado, tanto Aristarain como Olivera recibieron amenazas telefónicas. Asimismo, el periodista Alfredo Serra publicó un editorial en la revista Somos donde los acusaba de anarquistas. Hubo otras protestas, pero al film lo protegió su suceso. Todos los involucrados se habían salido con la suya frente a un régimen horroroso que mostraba cada vez más debilidades. Al año siguiente, Aristarain, Olivera y Luppi se reunirían para Últimos días de la víctima, que también, a su manera, interpelaba a un presente oscuro, justo en los primeros días de la Guerra de Malvinas. La hazaña se repetía: con inteligencia y astucia, el cine exponía las grietas de un poder que se consumía a sí mismo.