El inicio es penumbra, humo y música de discoteca. En una escenografía minimalista, compuesta de cinco puertas al fondo en bloque -que más tarde serán móviles- en blanco y gris, dos personajes se mueven, entre otros temas, al ritmo de Sia (Chandelier) o Arctic Monkeys (R U Mine?). Luego se le van sumando los otros, hasta completar los siete de todo el elenco, Marcelo Savignone, Florencia Otero, Sofía González Gil, Belén Santos, Valentín Mederos, Guido Napolitano y Milagros Coll. La vestimenta es sobria, trajes azulinos con cuello mao, combinados con bordó. Podría emular al que usan los botones de un hotel. Y sí, cada traje tiene siete botones dorados al frente. La tela parece rígida y de sastrería.
Pero todo es una mentira. La destreza física que demuestran las actrices y actores durante toda la duración de "Terco", da cuenta de una flexibilidad que no sólo es textil. Terco es teatro cuerpo o palabras hecha cuerpo, un enredo de obras clásicas en una puesta en escena que, de clásico, no tiene más que la invitación y reverberación de "El Rey Lear", "Hamlet" o "La tempestad" de Shakespeare. También hay otros guiños literarios y fílmicos, el Martín Fierro, Albert Camus, Maquiavelo y hasta el El rey león.
¿Alguno me conoce? ¿Alguien puede decirme quién soy? dice el personaje de Marcelo Savignone, autor y director, que encarna a Lear, a Hamlet y a Próspero en un despliegue físico durante toda la puesta, donde es padre, abuelo, rey y convaleciente. Su cuerpo tiene la plasticidad de dar vida, justamente y de manera deslumbrante, a la senectud, a la decrepitud, al delirio: “¿Me conoce señor? No puedo jurar que estas sean mis manos”.
El resto del elenco acompaña muy bien, conformando todos un “cuerpo” armonioso que se despliega, se pregunta, se persigue, se corretea por todo el escenario e inventa situaciones lúdicas y no tanto, con cambio de ritmos, en ronda, en zig zag y animalizados, todos descalzos.
La obra plantea juegos y acertijos para saber qué se está representando en cada momento. Entonces surgen “chicanas” en escena, entre los personajes: “Estamos en el tercer acto del Rey Lear, no te hagas el Hamlet” o “No puede cambiar de obra así” o “Lean Hamlet, brutos”. Incluso se hace referencia a cómo interpretar una didascalia.
La propuesta amalgama y juega con diferentes obras, elimina certezas, interpela al público y a los personajes. Por eso, a modo de llamado a la reflexión se reiteran durante toda la puesta en escena dos preguntas: ¿Cómo se llama la obra? Y la respuesta es siempre: “Terco”. ¿En qué obra estamos? Y puede ser entonces: “En La Tempestad”.
Pero hay cuestiones por fuera, que quedarán en el umbral de las posibilidades interpretativas, ya que como toda obra que da vida y reversiona clásicos, los enfoca sólo en partes, elige los ingredientes de los nuevos matices y los transmuta. La música de Pedro Aznar envuelve y armoniza, violenta, suaviza, le infunde energía, así como genera calma y ralentiza a Terco. Son los ciclos vitales, el ritmo del tiempo.
Cómo espectadores nos podríamos preguntar, ¿qué vemos en Terco? Tal vez, haciendo honor al título de la obra, lo que resiste, insiste. La intención vana de hacer frente a la vejez, a la enfermedad y a la muerte. ¿Varias obras en una o sólo un delirio, a cargo de un convaleciente hospitalario? ¿Son Lear, Hamlet, Próspero, Cordelia, Claudio, Hamlet, Miranda, Gertrudis, Regan, Ofelia, Kent, Oswald, Ariel, Claudio, el Bufón, la médica? Ser o no ser.
Se pasean hijas, yernos, hermanas, enfermeros y se remueven cuestiones como la herencia, el poder, la lealtad y los vínculos filiares: “Mirame papá, soy yo” en el intento de retrotraer a cierta “realidad” al mundo presente, a un padre convaleciente para rescatarlo de la tragedia de la muerte y la finitud.
Terco es la respuesta a la pregunta reiterada: “¿Cómo se llama la obra?”. Es un cuerpo que resiste, en acción. Quiere vencer al tiempo. Terco también es una utopía, ¿verdad?