Hasta marzo puede visitarse en PROA la exhibición del artista británico nacido en India, considerado una de las figuras del arte contemporáneo. Son siete impactantes obras, desde 1992 hasta hoy. Aquí te contamos de qué se trata.
En el arte -pero no solamente- somos todavía herederos de las grandes preguntas del barroco: ¿qué? ¿quién? ¿cómo? ¿hacia dónde? Preguntas todavía urgentes, que afloraron en aquel momento en que Dios dejó de ser juez y árbitro externo de todo. Dejó de ser la medida superior, modélica, que da forma a toda la materia, para que la materia pudiera encontrar su propia forma, su autonomía, su dirección y sus leyes, su singularidad. Para que surja un sujeto pensante. Comenzaba allí la ciencia y, con ella, la modernidad.
Entrar en la modernidad significa la pérdida de Dios. Esa pérdida de referencia exterior y única implica un duelo devastador: la conciencia de la soledad. Pero también trae la alegría infinita de poder crear y recrear formas nuevas. Por eso, el arte moderno es, por encima de todo, un arte experimental y siempre nos remite a las preguntas primeras del barroco. No importa si se nos presenta bajo la máscara de lo conceptual o de lo minimalista: detrás de todo arte moderno que despliegue su peso y consistencia, siempre laten las viejas preguntas: ¿qué? ¿quién? ¿cómo? ¿hacia dónde? Preguntas que conciernen a la inmanencia de la materia, a su movimiento, su desarrollo. Preguntas de respuesta siempre precaria, que en el arte se intenta contestar -una y otra vez, como Sísifo arrastrando su gran piedra-, causando un efecto a través de la obra.
Anish Kapoor
Este es sin duda el caso de la obra del artista británico-hindú Anish Kapoor. A causa de su economía, de su despejada forma de presentarse al mundo, se la ha considerado siempre una obra minimalista y abstracta. Sin embargo, trae consigo las preguntas existenciales que nos habilitó el barroco: las preguntas modernas por el despliegue de la materia, del tiempo, del espacio, por la singularidad de la perspectiva, de la mirada, del punto de vista móvil, por lo efímero del tránsito del cuerpo y lo múltiple del alma.
El vínculo entre el espacio y el cuerpo es, quizá, la gran cuestión a lo largo de la obra de Kapoor, que se considera un escultor. Y como tal insiste en interrogarse por la creación a través del vacío. El trabajo sobre la escultura es también un abanico de preguntas por la escala, por la distancia de observación, por el tránsito del cuerpo entre las obras, por el modo de alojarlas en sí o de ser alojados por ellas.
Por eso encontramos entre sus más conocidos trabajos, gigantes esculturas emplazadas en parques -como la Cloud Gate, en el Millenium Park de Chicago- o en edificios públicos -como la obra temporal Leviathan, montada en 2011, recubriendo el interior del Grand Palais de París. O bien objetos diminutos y efímeros montados cada vez en el espacio en que su obra se presente, según ciertas reglas y a modo de una receta, así como complejos mecanismos, que es preciso transitar para entender sus múltiples dimensiones.
En Proa
Surge es el nombre de la exhibición de Kapoor, curada por el brasileño Marcello Dantas, que se presenta en la Fundación Proa hasta el 1º de marzo. Allí, siete obras seleccionadas, se despliegan en cuatro salas y repasan la labor de este artista desde la década del 90.
Difícilmente podría decirse de esta muestra que sea una retrospectiva, porque para ello habría primero que poder disponer la obra de Kapoor cronológicamente. Pero como el tiempo es una de las categorías que el artista interroga en su trabajo, entonces lo manipula, lo construye y reconstruye, lo muestra en sus múltiples posibilidades.
De modo que, en sus obras, no existe la cronología: no hay puntos de quiebre o de evolución en el estilo. Lo que hay son obras que buscan desplegar unos efectos, unos pensamientos, unos afectos sobre el espectador. Obras para las cuales la fecha calendario junto al título son, si no mero dato para la catalogación, un jugueteo con el significante que colabora a la puesta en serie, a la creación de nuevos vínculos de sentido, a la mostración de temporalidades múltiples, que afecten el cuerpo de quien transite ese espacio.
Las siete elegidas son una buena selección para entender y experimentar estos efectos interrogantes que Kapoor desea desplegar -obsesivamente, reiterativamente- frente a sus espectadores. Un compuesto de preguntas barrocas en una obra que, a simple vista, puede definirse como minimal y abstraccionista. La muestra de Proa nos ofrece, durante todo el verano, la posibilidad de probar este compuesto, de hacer pie en la composición movilizante que es la obra de Anish Kapoor.
Todas las obras todas
Dragón (1992)
Piedras calizas de gran tamaño se extrajeron de un río de la China. Están pintadas del más intenso azul y desparramadas sobre el blanco del museo. Se vuelven objetos extraños. Puro color. Como un Rothko de la tridimensión, vemos azul, luces y sombras, matices sobre un elemento que nada tiene ya de naturaleza. Parece liviano, volátil, pero sabemos: es piedra caliza, densa y lejana. Aguas antiguas han tallado por siglos esas formas de sinuosidad.
Svayambhu (2007)
En sánscrito significa “autocreación”. Una máquina gigante y absurda: sobre un riel transita un bloque descomunal de cera roja. Mancha tremendamente. No tocarla es mucho más que una regla de museo. Se mueve lento, casi imperceptible. Hay que detener no sólo el cuerpo para dejarse arrastrar por ese riel, hay que detener la mente. Contemplar: descubrir el traslado de la materia. La pieza se monta cada vez, en cada exhibición y modifica la estructura del espacio. El espacio, a su vez, pide un montaje singular de la obra en cada ocasión. El bloque de cera va y viene. Va y viene. Nadie parece moverlo. Algo se hace solo, lento y solo. Intervenir no tiene sentido.
Shooting into the corner (2008)
Más cera roja. Esta vez en forma de balas. Se disparan desde un cañón, cada hora. El tiempo ahora aparece en su dimensión burocrática y performativa. En punto, una persona aparece en la sala y activa el mecanismo del mecánico cañón, para disparar un nuevo bloque de cera contra un rincón. La cera se acumula, mancha la pared y el piso. Esculpe algo, cambia algo en la acumulación. Intervenir no tiene sentido.
Doble Vértigo (2012)
Un pasaje de acero inoxidable pulido para los cuerpos. Un pasaje espejado y deformante. Algo adentro, la luz, sin duda, genera un mareo. En el medio, parece siempre que nos vamos a caer. Nadie cae, sin embargo. Pasar no es lo que se dice agradable. Igual pasar se hace inevitable, hasta adictivo.
No-objet (Door) (2008)
Otra estructura de espejo. Proto-objeto, objeto parcial, no nos permite construirnos unívocamente. ¿Qué es la imagen que somos? ¿Dónde quedó la fantasía de la totalidad? No saber si pasamos esa puerta, por las dimensiones de sí, por las dimensiones de la puerta. Los eternos problemas de Alicia.
Cuando estoy gestando (1992)
En este ángulo, a esta distancia, una mancha en la pared, un borrón de humedad, un esfumado de carbón. Pero no, basta caminar un poco lateralmente para descubrir la protuberancia, la esfera real que se levanta, convexa, sobre la pared. Algo puede haber adentro. Hay que andar para saberlo.
El origen del mundo (2004)
No se puede alcanzar o tocar, por la disposición extraña. Se ve liso, redondo: un agujero negro. Suponemos el hueco, la concavidad, pero no podemos comprobar si está realmente ahí. Al contrario que Tomás, tenemos que creer en el efecto, sin meter adentro los dedos. La palabra en la obra lleva a Courbet, la imagen a Malévich. El hueco, quién sabe el hueco adónde lleva.