Santiago Nader nació en Tucumán en 1997. Es escritor, director, una de las jovenes promesas del teatro nacional y la voz de una nueva generación que nació pisando en año 2000. De formación poco ortodoxa, recibió una beca Fulbright y el Premio S a teatristas independientes. Participó como dramaturgo residente en Panorama Sur, LABRA y Piccolo Teatro de Milano. Escribió las obras "La clase de rikudim", "Garnett Kelly y el torso ganador", "Hola casa de Aarón", "Potrillo Ben" y "Mi hermano y el puma". Su trabajo ha sido traducido al inglés, el francés y el portugués. A traves de su trabajo rompe con viejas estructuras y analiza condiciones, universos y nuevas formas de identificación.
Te googleé y descubrí que cursamos en el mismo edificio ¿Es así? Yo soy estudiante de Crítica.
En realidad soy la reina del drop-out universitario. Abandoné dos carreras en la UNA porque me parecía un montón cursar cuatro horas después de nueve horas de oficina, me destruía la vida. Soy en cambio un eterno estudiante de talleres de dramaturgia y escritura porque siento que ese es el espacio ideal de aprendizaje para mí.
¿Cuándo empezaste a escribir, fue directamente dramaturgia?
Sí, tuve un caminito muy claro. Arranqué en Tucumán actuando profesionalmente con altísimo ritmo en una obra que se llama "Derechos Torcidos" de Hugo Midón. Aprendí un montón. Era una exigencia que estuvo buenísima para empezar porque cobrábamos por nuestro trabajo, salíamos del colegio para hacer función, ¡era fantástico!
Después me entrené en actuación con Raúl Reyes que era “muy Bartís" y todo ese plan del texto como “vampiro de la actuación”. Prácticamente empecé a escribir como un acto de rebeldía hacia eso. Después el equipo de Derechos Torcidos abrió una escuela que se llama Tole Tole, dónde dí clases con Viky Ibañez que es como mí “madrinilla”. Fue ella la que me dijo: “Este niño va a ser artista y no embajador”. A partir de entonces me di cuenta que tenía otro interés que se relacionaba con pensar la escena desde afuera.
Entonces empezaste desde adentro de la escena para después poder salir.
Era poco común que aparezca una figura de director o dramaturgo joven en Tucumán. Hay grandes profesionales cuyo recorrido es el que les permite ubicarse en esos lugares. Aparece como un factor social o cultural, en donde para escribir o dirigir, es necesario haber transitado un amplio camino en la actuación que te de conocimiento. Eso acá es completamente diferente. Somos varies les que desde los 18 años dirigimos y escribimos, de forma amateur y cometiendo errores, pero ese espacio existe y hay una oferta formativa.
¿En ese sentido, creés que hay diferencias entre la dramaturgia tucumana y la porteña? Y si las hay ¿es territorial o hay una diferencia de nivel?
Cualquier opinión que pueda dar del panorama cultural tucumano se remonta a siete años atrás cuando era parte activa de él. La producción teatral allí es muy fuerte y de gran valor, pero personalmente me sentía algo asfixiado por ciertos universos poéticos o propuestas estéticas que no tenían que ver conmigo, pero que adoptaba para pertenecer o aprobar.
Me pregunto si esta apreciación tiene que ver en específico con el teatro institucional de Tucumán
No solo con el teatro estable. También hablo del teatro “indie” muy condensado en un universo particular. Aunque había una producción muy prolífica, en términos de contenido había una dominación de estructuras y herramientas de una generación diferente a la mía.
¿Por qué creés que pasa eso, que no aparece la ruptura?
Probablemente tiene que ver con que existen -con la lectura que puedo haber hecho a los 17- dos o tres superestructuras que gobiernan las formas de producir. Una es la Facultad de Teatro, de calidad muy alta pero enfocada en el entrenamiento del actor y el trabajo de la actuación, y no tanto a la escritura o la creación de obras.
Acá por el contrario, hay una carrera creada para la dirección y la dramaturgia, lo que implica que existe una óptica diferente en relación al lugar que ocupan en contraposición a la actuación. Sin duda sus obras son efectivas -por algo ocupan el lugar que ocupan- pero yo en ese momento no encontraba lugar para “lo pop”.
Una vez Maruja me dijo algo que fue como sacarme un piano de encima: “Parece que estás luchando por sacarte los fantasmas de maestros hombres de Tucumán que te enseñaron que el teatro se hacía de una única forma. Vos sos muy joven, y sos muy pop. No te lo permitís porque creés que, para hacer buen teatro, tenés que parecerte a ellos”. Ahí arrancó la mariconada y fui encontrando mí lugar.
¿Qué es el pop en la dramaturgia?
Me refiero a la aparición de una novedad en la escena, algo que tiene que ver con lo que estamos viviendo. Lo joven, lo colorido, lo diferente. Que aparezcan y se desplieguen una serie de acontecimientos e imágenes relacionadas a nuestra generación, a la capacidad de renderizar la realidad a través de procedimientos artísticos que tienen que ver con nosotres y los trabajos que nos identifican.
¿Que fue lo que te llevó a te mudarte a Buenos Aires?
Gané una beca de la Universidad Di Tella para estudiar ciencias sociales y ese era mi “golden ticket”. No me vine de Tucumán en contraposición, no se trataba del: “no quiero acá”, sino que quería vivir en esta ciudad. Vengo a Buenos Aires desde que soy muy chiqui. Mis veranos los pasaba tomando el subte, yendo a librerías, al teatro todas las noches y saliendo a comer. Quería algo de esta vida cosmopolita que en Tucumán existe en una dimensión más pequeña.
¿Y no tan glam?
No tan glam ¡pero existe!. Es una ciudad que tiene una movida muy urbana pero no tan cosmopolita. Hay teatros, cines arte y vida nocturna, pero yo necesitaba que eso se multiplique por millones. Me entusiasmé tanto con la escena cuando tenía catorce que siento que agoté las balas muy rápido. Fue tal la excitación que me metí a todo ¡andá a saber qué tan bien lo hice. Pero cuando me gané la beca de la Di Tella muy rápidamente comprendí que eso tampoco iba y me metí a un callcenter. Les agradecí a mi mamá y mi papá por la ayuda hasta el momento y empecé a escribir.
En relación a esto pienso en algo que decía Mariano Tenconi Blanco del “mito de origen del escritor” ¿Tú mito de origen tiene que ver con haber podido abandonar la Di Tella? ¿Crees que eso te abrió el paso a la primera obra?
Tengo un mito de origen que es bastante romántico y bobo. En semana santa fui al Encuentro Federal de la Palabra en Tecnópolis donde fui a todas las charlas de dramaturgia. En una vi a Kartun que leyó un poema de González Tuñón y contó, que después de leerla por primera vez decidió dejar de hacer lo que hacía para ser dramaturgo. Un día en el recreo del call vi un flyer del taller de Maruja que tenía una imagen de Sandro con un disfraz de astronauta que me llamó la atencón. Fue el descubrimiento de lo queer, y más que “descubrimiento” -porque queers hay en mi vida desde que tengo doce- fue mi “asunción”. Dentro de este mundo, en esta ciudad pude decir: ¡Ey, yo también soy esto!
¿Aún con todo el capital simbólico que adquiriste aquí y la decisión firme de que este es tu hogar, sentís que hay algo de lo territorial de Tucumán que atraviesa tú obra?
Tucumán nunca aparece explícitamente por una voluntad autoral, que tiene que ver con no desplegar demasiados localismos. Sí pienso que aparecen vivencias dentro de Tucumán en relación a mis peleas contra estructuras patriarcales, tóxicas y arcaicas que existen y no dejan de existir en cualquier otro lugar.
La hostilidad siendo un queer en ciernes que no es específica de Tucumán. Igualmente, en mi última obra, "Mi hermano y el puma", aparece geográficamente gracias a la naturaleza. La obra se trata de dos hermanos muy jóvenes que escapan de un linchamiento digital tras viralizarse un video de uno de ellos, y a donde se escapan es la naturaleza. Esa naturaleza, ese recorrido, son 100% tucumanos.
En tus obras los protagonistas son queer pero eso no es un tema central. El avance en la acción no depende de eso sino del enfrentamiento en un mundo apocalíptico o un desamor. En ese sentido, encuentro una fraternidad entre tu obra y la de Copi, de proponer un universo en donde la norma era otra y ya no había que luchar por ser queer. Me pregunto si en tu caso es también una elección a modo de militancia.
Es muy valioso para mí que te des cuenta de eso. Lo queer no viene a ser el problema, sino que viene a ser un atributo más en la historia de alguien. Tengo la suerte de ser parte de una generación, que tiene a varias otras atrás militando, para que personas como yo podamos escribir con tanta liviandad sobre nuestro “ser queer”. Parte de mí responsabilidad como autor es instaurar eso en un plano de naturaleza. Ser queer, con el privilegio de mí contexto, configuró un problema real durante poco tiempo gracias al lugar en donde vivo y los espacios en donde habité esa “queerosidad”.
Es gracias a qué nací pegado al año 2000, que tengo los padres que tengo y a que las personas que conozco me quieren como soy. En lo que escribo, lo queer es naturaleza, no es exotismo. Por eso somos responsables de generar nuevos discursos hacia adelante, incorporando esa lucha.