El jueves se estrena Akelarre, una película sobre la caza de brujas durante el siglo XVII, que acaba de obtener cinco premios Goya. Zibilia dialogó con el director argentino para conocer más de esta notable producción.
El realizador argentino Pablo Agüero presenta, por primera vez, un film con una perspectiva femenina sobre la caza de brujas. Akelarre es una película impactante, no solo por la potencia de su historia, también por el gran trabajo que el realizador logró de las actrices y actores, la belleza de sus imágenes, los escenarios del País Vasco y la música original que tiene un gran protagonismo.
Ganador de cinco Premios Goya (de la Academia de Cine española) en los rubros: Música Original, Vestuario, Dirección Artística, Efectos Especiales y Maquillaje y Peluquería, el film se estrena este jueves en las plataformas Cine.ar y Netflix.
La historia nos ubica en 1609, en un pueblito marítimo. Los hombres de la zona han partido al mar, como es habitual. Ana participa en una fiesta en el bosque con otras chicas. Por eso, el juez Rostegui, enviado del Rey para purificar la región, las arresta y las acusa de brujería. Mientras el funcionario pone en práctica los métodos que cree necesarios para lograr la confesión de las chicas, en relación a lo que saben sobre “el akelarre”; las jóvenes deciden inventar la historia que el hombre desea escuchar, a la manera de Sherezade en Las mil y una noches, para ganar tiempo hasta que sus padres, hermanos y novios regresen del mar e impidan que la justicia inquisidora caiga sobre ellas.
Zibilia entrevistó a Pablo Agüero para conocer más sobre este notable film.
El origen de la idea para hacer Akelarre fue la lectura de La Bruja, en 2008. ¿Qué fue lo decisivo para decidir hacer de este tema una película?
La bruja, escrito a fines del siglo XIX por Jules Michelet, el más importante de los historiadores franceses, fue prohibido durante 50 años por su visión subversiva. Mi guion no es una adaptación de ese libro, pero fue su espíritu revolucionario el que me motivó durante más de 10 años a luchar para concretar este proyecto. Porque muestra que en realidad el concepto de “akelarre” o “sabbath” de las brujas es una creación de la Inquisición para ejercer una represión feroz. Porque muestra a la mujer acusada de brujería como una figura de la resistencia y de la libertad. Por eso sentí que esta película era necesaria.
Hacer un film de época parece ser muy difícil. ¿Cuáles fueron los desafíos más importantes que tuvieron que afrontar durante la realización?
Me atreví a hacer una película de época cuando, al leer las descripciones de las condiciones de vida de la gente del pueblo, descubrí que eran muy similares a las de mi propia infancia en una villa miseria rural, sin electricidad ni agua corriente en la Patagonia argentina. Los siglos pasan para los ricos, pero no para los pobres. Y las películas de época casi solo hablan de los ricos, sean clérigos, nobles o militares. Entonces sentí que debía dar mi propia visión del pueblo y que debía ser atemporal. Ese objetivo me guió en todas las elecciones: salir de los clichés de la manera de representar la época, que no provienen de verdades históricas sino de la imitación de una película a otra; tanta imitación que nos han convencido de que esa visión de la época fue la realidad. Así que la principal dificultad fue esa, sacar al equipo de esos a priori, tanto a los decoradores, como a los vestuaristas, peinadores o incluso traductores y actores. Todos, de buena fe, tenían tendencia a reproducir lo que les han mostrado. El desafío era que creáramos una nueva visión de esa realidad perdida en el tiempo.
Ya habías trabajado en tus films anteriores con Daniel Fanego (en Salamandra o Eva no duerme). ¿Por qué decidiste sumarlo a un elenco con mayoría de intérpretes españoles?
Cuando lo conocí en mi primera película, Fanego era ya un gran actor. Pero venía de una tradición más teatral, en mi opinión demasiado expresiva para el cine. De inmediato le pedí que “no haga nada”, en cierto sentido que no actúe. Y cuanto menos hacía, más potencia tenía, porque traía ya una carga de años de actuación y también una presencia excepcional. A lo largo de estos 13 años que han pasado desde entonces, Fanego siguió adelante por ese mismo camino, y cada vez me parece más impresionante. Cuando rodamos Akelarre, había llegado a un punto de minimalismo que casi me dio miedo. Esta vez era yo quien temía que no fuese suficientemente expresivo y fue él quien me demostró que hay que confiar ciegamente en la interioridad.
¿Cómo trabajaste la dirección del grupo de actrices? Hay un importante trabajo corporal y vocal…
Un casting de un año, con cerca de mil candidatas pasando varias pruebas, individuales y grupales. Luego meses de ensayos para elaborar una coreografía, hacer arreglos musicales específicos para ellas y, a través de ese trabajo, ir creando una cohesión de grupo para que lleguen a ser verdaderamente un grupo de amigas.
Para componer la música, ¿se basaron en algún tipo de fuente documental que reflejara las características de la música del periodo?
Nos inspiramos en melodías tradicionales, muy antiguas, y les hicimos arreglos con instrumentos de época, pero desde una concepción alejada de lo que suele ser la “reconstitución”, porque me interesaba sobre todo recuperar el espíritu salvaje, bruto, de trance, que tienen los folklores vivos y las celebraciones de los jóvenes de cualquier época, ya sea en los bosques o en las plazas suburbanas.
Mucho se ha escrito, sobre todo en España donde ya se ha estrenado, sobre el mensaje de la película en relación con el momento actual que vive el feminismo. Desde tus primeros films, la mujer ha estado en el centro. ¿En qué marca la diferencia Akelarre y en qué continúa con las ideas que has planteado sobre la temática anteriormente?
Hay una continuidad temática y una ruptura estilística. Sigo desarrollando los mismos temas, porque la desigualdad social y sexual es para mí una preocupación profunda, que me ha llevado a luchar desde joven por una transformación desde la consciencia; y también, es un buen generador de historias potentes, de conflictos que nos involucran humanamente. En cambio, respecto al lenguaje cinematográfico, intento renovarme. En parte porque veo a muchos directores filmar siempre la misma película. Pero también por simple insatisfacción, porque siempre veo los errores e intento subsanarlos en la próxima obra.
Actualmente, mi búsqueda es salir de los clichés del cine de autor y conciliar la profundidad y la radicalidad con un lenguaje accesible para todos, que satisfaga humildemente el viejo deseo de compartir historias excepcionales, con suspenso, humor, emoción...
¿Cómo estás transitando el recorrido del film en relación al reconocimiento de la crítica, su participación en festivales y los premios Goya?
Es por supuesto muy gratificante recibir tantas selecciones y nominaciones, y una prensa tan unánimemente positiva y abundante desde hace seis meses. Sobre todo cuando se trata de una película poco tradicional, que no tiene un objetivo comercial ni busca el consenso y que puede incomodar con su insolencia. Pero lo que más me ha conmovido es la politización del debate que generó. Ver una gran organización feminista vasca apropiarse símbolos de la película para su propia lucha, leer críticas que remiten al resurgimiento de la extrema derecha en España, etc. Espero que algo similar suceda en la Argentina, que es un país ardiente y politizado: que la película deje de ser mía y que cada uno pueda recogerla como bandera.