Todo empezó en el año 2016, cuando Luciana Gil, artista visual, activista y arquitecta de profesión, tuvo una crisis personal muy fuerte que la llevó a volcarse al Río de la Plata, donde aprendió a hacer stand up paddle, un ejercicio que le abrió las puertas y le permitió entender la existencia desde otra perspectiva. Por entonces ni Lu podría imaginar que su vida daría un giro de 360 grados que cambiaría su vida para siempre.
¿Cómo comenzó tu proceso artístico y de qué manera lo vinculaste con los temas medioambientales que hace tantos años estudias?
Cuando empecé a ver lo terrible que era la contaminación plástica en los ríos y océanos que habitaba, sentí la urgencia de salir a comunicar lo que pasaba desde el arte, como una forma de militancia creativa. El gran catalizador de mi hacer y todo lo que sucedería luego es gracias al río. Mis urgencias se canalizaron primero en la creación de Water Journey, un portal a la manera de blog, donde compartía lo que me estaba pasando y las respuestas que el agua me devolvía. También empecé a hacer viajes de surf y le di otra entidad al agua, que cada vez ocupaba un lugar más grande en mi vida. Si bien siempre tuve una faceta artística, soy arquitecta e hice baile toda la vida, sin embargo puedo afirmar que lo que me terminó de consolidar como artista fue la naturaleza.
¿De qué otras maneras se manifiesta la militancia medioambiental en tu hacer?
No busqué unir el arte con mí preocupación por el medioambiente sino que fue algo que surgió de manera espontánea, un suceso mágico por este pasaje de información que recibí en un plano muy sutil, que se fue dando después de pasar tantas horas metida en el agua. Lo que otros pueden hacer desde la política o la ciencia a mí me salió desde el arte, entendiéndolo como una canal muy directo desde donde puedo hablar de las emociones y de persona a persona y alma a alma. Cuando empecé estaba en un estado frágil y de mucha vulnerabilidad, sola en el medio de la nada. En esos momentos si te tomás el tiempo de escuchar, las cosas pasan.
Hace unos años decidiste mudarte a Uruguay aunque el río sigue siendo tu horizonte y el punto de unión entre tus hogares. ¿Cómo fue esa transición y qué dejó?
El pasaje a Uruguay fue muy orgánico porque me identifico como un ser rioplatense que siempre pasó sus veranos "del otro lado del charco", por lo que es mi segunda casa. Si bien es una ciudad donde hay mucho arte, en especial de referentes internacionales como James Turrell e incluso artistas que entiendo como referentes, la escena es diferente a la que tenemos en Argentina, que es más activa y diversa. Acá encontré a artistas que han logrado que su estilo de vida esté en sintonía con el mar y la tierra para que ocupen un lugar protagónico en su día a día y eso es algo que quiero para mí.
¿Cuál es el mensaje detrás de tus procesos y las obras que surgen a partir de este sagrado vínculo que mencionás?
Quiero dar un mensaje de recordar nuestra relación emocional con la tierra para poder inspirar a la gente y que quiera volver a la conexión previa a la construcción de las sociedades de consumo y las colonizaciones. Desde la ecopsicología y otros movimientos estudio estos temas, donde está implicado que la raza humana hizo todo mal y está arruinando a la tierra. Las civilizaciones ancestrales tenían una relación de equilibrio y potencia con la naturaleza, que se evidencia con ejemplos muy claros como el Amazonas, que es una selva potenciada por seres humanos que vivieron allí en otros tiempos y que sabían leer los cambios de estaciones y el cielo.
Ellos usaron todos sus conocimientos para potenciar el impacto humano y eso es algo que está dentro de todos y que se sacude cuando vemos un paisaje o un atardecer que nos estremece y demuestra que no estamos aislados sino que pertenecemos a algo. Quiero hacer uso de mi hacer para activar y que no nos olvidemos de ese vínculo.
Muchas veces armas acciones que están relacionadas al trabajo en comunidad, donde compartir tus conocimientos y hacer con otros. Mucho de eso se vuelca en tus obras como sucede con la recolección de plástico en las playas. ¿Qué pasa cuando abrís el juego e invitas a la gente?
Todas las actividades que pienso, desde una limpieza de playa hasta un taller de arte, logran que la comunidad se una de una forma muy especial y se ponga al servicio de la naturaleza sin dudar. Por eso me gusta trabajar con otras personas y lograr que nos unamos por una misma causa. Esa es la magia de hacer en comunidad.
¿Cuál es la diferencia más marcada en relación a cómo se tratan los temas medioambientales hoy en relación a cuando empezaste a investigar? ¿Hacia dónde vamos como sociedad?
Cuando empecé éramos pocas personas las que hablábamos de estos temas y en general las marcas, empresas y la sociedad en general no habilitaba tantos espacios donde estas preocupaciones se ponían sobre la mesa. Había menos medios para trabajar la erradicación de la contaminación plástica o la relación emocional con la tierra, algo que cambió mucho. Incluso en el mundo de la sustentabilidad no se habla más de conservación, un término que viene del ámbito científico, donde se buscaba que el impacto humano fuera el menor posible.
Sin embargo hoy ya se está hablando de regeneración, partiendo de la premisa de que el humano impacta solo por el hecho de existir y como eso no se puede evitar, entonces lo que se busca es que el impacto sea positivo, fértil y potenciador. Estamos viviendo una época en la que podemos anclarnos en lo sensible y potenciar otra manera de vincularnos con la tierra. Estas nuevas corrientes parten de lo emocional y nos enseñan que se puede restaurar la tierra, cambiar el ambiente desde la arquitectura y nuestra manera de entender la palabra impacto.