Marilyn Monroe estaba perdidamente enamorada de la voz y el talento de Ella Fitzgerald, que si bien era considerada "La Dama del Jazz" aún no había recibido el reconocimiento que se merecía. Corría el año 1955, cuando Marilyn decidió arriesgarse y hacerle una propuesta a Charlie Morrison y Felix Young, los dueños del icónico "Mocambo Nightclub". Una propuestas que no pudieron rechazar y que cambiaría para siempre el rumbo de la carrera de Ella, sembrando la semilla de una larga amistad.
Corrían los años 50 y el racismo se hacía sentir en cada rincón de los Estados Unidos. Mientras la gente blanca gozaba de un sinfín de privilegios, la comunidad afroamericana era condenada a vivir sin derechos y a ser discriminada constantemente. En los bares, negocios, y hasta incluso escuelas, predominaban grandes carteles en los que se leía “Only white people”. Asimismo, la gente de color obtenía trabajos poco dignos, cuyos salarios eran escasos.
En aquel turbulento contexto, donde prevalecía el odio y la violencia, Ella Fitzgerald intentaba, poco a poco, ganarse su lugar en la industria musical. En 1941 dio comienzo a su carrera y supo lucirse gracias a su carisma y, por supuesto, su voz angelical. Si bien con los años obtuvo reconocimiento y logró consolidarse como la “Dama del Jazz”, su color de piel era la gran barrera para, finalmente, saltar al éxito. Además, tal como le contó alguna vez a Marilyn, anhelaba cantar en el exclusivo bar de Los Ángeles, El Mocambo.
Tocar en El Mocambo significaba, para los músicos de la época, llegar a la cima de su carrera. Se trataba de un lugar histórico y de elite, únicamente para gente blanca, al que concurrían las grandes estrellas de Hollywood tales como Frank Sinatra, Humphrey Bogart, Lauren Bacall, Elizabeth Taylor, Grace Kelly, entre otros.
Pocas artistas afroamericanas habían logrado cantar allí, como Dorothy Dandridge y Eartha Kitt. Eran la excepción. En cuanto a Fitzgerald, se decía que no era una cantante de interés para el público debido a su tamaño “plus size”. Sin embargo, la coronada como “Reina del Jazz” recibió una inesperada ayuda.
Marilyn Monroe era, en ese entonces, la actriz del momento. Todos los directores de cine anhelaban trabajar con ella, así como también con su belleza enamoraba a cada hombre que se cruzara en su camino. Más allá de su glamour y sensualidad, la protagonista de “Gentlemen Prefer Blondes” era una actriz de método y siempre buscaba la perfección en cada una de sus presentaciones. Fue así cómo Marilyn, para mejorar su técnica de canto, escuchó la voz de Ella Fitzgerald y quedó cautivada por su talento.
Al enterarse de que su ahora cantante favorita no podía presentarse en El Mocambo, la rubia no dudó en usar sus encantos y llamó al dueño del bar para hacerle una propuesta única: si permitía que Fitzgerald tocara allí, ella estaría en primera fila. Se trataba de un plan que beneficiaba a todos ya que no sólo la artista de jazz cumpliría su gran sueño, sino que también le daría publicidad y prensa al exclusivo club nocturno. El hombre no pudo resistirse a la hermosa Monroe y, finalmente, aceptó su oferta. Gracias a aquel llamado, Ella Fitzgerald cantó durante dos semanas en El Mocambo.
Las entradas se agotaban rápidamente y, cada noche, el bar se llenaba de los artistas más reconocidos y adinerados del mundo del espectáculo, como Judy Garland entre otros. Marilyn Monroe estaba, tal como había prometido, en la primera fila viendo brillar a su nueva amiga. Sin embargo, la ayuda de la actriz para con Fitzgerald no se redujo únicamente a esa ocasión. Por el contrario, si participaban de los mismos eventos, Marilyn se rehusaba a entrar por la puerta para gente blanca y exigía ingresar junto a la “Dama del Jazz” por la entrada principal.
“Nunca volví a tocar en clubes de jazz pequeños. Le debo mucho a Marilyn Monroe. Fue una mujer inusual y adelantada a su tiempo, aunque ella no fuese consciente”, expresó Fitzgerald a los medios años después. De esta manera, Monroe demostró, una vez más, no ser una “rubia tonta” ni un simple símbolo sexual. Alejada de tal concepto, era una mujer inteligente, con ideas claras y sin miedo a ir en contra de las reglas y prejuicios de la época: “En Hollywood te pagan mil dólares por un beso y cincuenta centavos por tu alma”, dijo alguna vez la mítica actriz.