Gustavo Yuste es poeta y da los talleres de poesía de los que le hubiera gustado ser parte; esos que te acompañan a escribir sobre un tema que tenés trabado en lo profundo y reclaman herramientas para ser encontrados y extirpados para convertirse en palabras. Se reparte entre el Centro Cultural Recoleta y Mandolina Libros, entre sus textos (con dos lanzamientos en puerta: “Turistas perdidos” y “El formol de la melancolía”) y los de otros. Entre la “recompensa simbólica” de abrir puertas y el “mal necesario” del dinero proveniente de algo tan inconmensurable como el arte.
Después de recorrer la exposición de la artista Renata Schusseim cruza, con las manos metidas en los bolsillos de su campera verde, al clásico La Biela. Y, mientras revuelve su café y observa a su alrededor, habla con Zibilia sobre, ¿la vida?
¿Cómo descubriste que querías dar talleres de poesía?
Dándolos. Me di cuenta, junto a Tamara Grosso, de que no había ese tipo de espacios; que fueran productivos pero que se enfocaran en los poemas. Encontré eso de decir “qué cansado estoy pero no me quejo”.
Y vos ¿qué talleres hiciste en tu búsqueda como poeta?
Hice uno con Fabián Casas en 2015 que me gustó mucho. Incluso ahora volví pero para pensar la literatura. En su momento quería que me vean y me lean. Incluso “Tendido Eléctrico” (2016) tuvo su título por un compañero. Fue una experiencia linda, pero después sentí que no tenía energía para seguir y, buscando otros espacios, dijimos “¿y si lo creamos nosotros?”.
¿Cómo empezaste a publicar?
En paralelo a ese curso. Ya habían salido algunos poemas míos en “Antología II” (Letras del Sur) y despues conocí a Washington Cucurto (creador de Eloísa Cartonera) que me dijo que le mandé algo. Yo lo tomé como un comentario de compromiso pero cuando lo volví a ver y me preguntó por qué no le había mandado nada dije “uy, era en serio”.
¿Te acordás de a quién le mostraste tus textos por primera vez?
Nunca fui de mandárselo a amigos y quiero que me lo reconozcan (se ríe). Subía a un blogspot y le avisaba a mis conocidos. Ese blog no existe más pero se llamaba "dos de ochenta" por los boletos del colectivo. Pienso que cualquier obra se completa con alguien más mirándola, incluso lo que se encuentra en un cuaderno guardado. Cuando se publica empieza a tener vida.
¿Sentís que hay un resurgir de la poesía?
Hay un acercamiento pero no sé a qué atribuirselo. Me imagino que las redes sociales pueden estar ayudando, porque son parte de nuestra vida. Pero también que las editoriales están haciendo mejor las cosas. Hay menos prejuicios que antes y en las librerías hasta se puede colar un libro de poesía en una vidriera.
Volviendo al taller. Solés hablar de los sentimientos de época ¿cuáles encontrás hoy en tus alumnos?
Hay grandes temas ineludibles a la hora de escribir: el amor y la familia. Hoy en día la identidad, como concepto amplio, está más en boga. También está la pandemia, pero yo trato de invitar a que no se escriba de eso porque no creo que tengamos la distancia emocional para hacer algo estético.
Cuando empezaste ¿qué tema te convocó?
Desamor puro y constante. Ni siquiera amor. Escribir era mí manera de entender esos sentimientos. Por esos eran poemas cerrados y muy obvios que dependían de la empatía de quien los leyera. Empezaba a escribir de fulanita y no podía apartarme de esa idea ni convertirla en caballos que corren.
Usás mucho el recurso de narrar con imágenes
Me di cuenta de la importancia de las imágenes a medida que iba leyendo. Si yo puedo escribir a partir de esa familia que come en una mesa llena de coca-cola (señala a la mesa detrás nuestro) y hablar de la unión o lo disfuncional… hay poema, para mí.
¿Tenés una ruta de trabajo armada?
Lo primero que me convoca es la imagen: “esto puede transmitir esto”. Pero el poema termina cuando se publica el libro.
¿Andás con un cuaderno o celular atento por las dudas?
Tenía un cuadernito pero me vino bien desromantizarlo porque, si no, sin ese cuaderno no escribís. Era muy precario y lo llené en todos los sentidos, ahí están mis dos primeros libros. Pero no pude reemplazarlo y muté al celular.
¿Hay un lugar a donde va tu mente para buscar inspiración?
Tengo una obsesión urbana y con la playa, pero siento que soy permeable a lo que suceda. Trato de buscar los gestos y sentimientos de las personas y cómo eso puede significar algo. Es la lógica de los sentimientos, que aunque sea un oximorón, me llama a meterme ahí.
Además de leer, ¿qué planes solés hacer?
Tuve una época de ir mucho al teatro. Con el cine soy muy desprolijo porque no retengo nombres, entonces me cuesta seguir actores o directores, solo ubico a Tom Hanks (se tienta). Pero pienso que mientras más cuestiones culturales hagas, más enriqueces la literatura. Dedicarse a una sola cosa puede generar algo peligroso que retumbe sobre lo mismo, como pasó con el rock del aguante en Argentina, donde todo resonaba muy parecido porque solo se escuchaban entre ellos.
¿Hay un prejuicio con los eventos de poesía?
Sí, pero no lo creo original. El que tenga un amigue que actúa o es cineasta está en la misma. A la primera invitación vas contento, la segunda ya no. Me parece saludable que haya gente a la que no le guste la poesía, como hay otros a los que no les gusta el fútbol. La lectura consciente demuestra que el lector no gana nada siendo prejuicioso.
Hay personas con las que no te sentís identificado ideológicamente pero que te gusta cómo escriben o viceversa…
El prejuicio no ayuda en nada en la vida, pero en la lectura es un sinsentido. Para mí la sepación obra-artista es ontológica. Yo no soy mis poemas y el proceso de creación aleja al autor de la obra. No podés obligar a alguien a que no se emocione por una obra, porque va más allá. Borges tiene esa estatua (señalando a la figura que está sentada en una de las mesas de La Biela) por haber sido autor de sus libros, no por lo que pensaba Jorge Luis.
¿Sos melancólico?
Soy. Empecé a darme cuenta de que tenía esa constante y no sé si la disfruto pero aprendí a habitarla. También me sirve para ver cómo la rompo para no estar solo en ese sentimiento.
De tu segunda novela ¿qué podemos adelantar?
Si sale todo bien, va a ser editada por Random House y se va a llamar “Turistas perdidos”. Es un experimento que quise hacer con la forma y el tiempo a la hora de contar una historia.
¿Acá tenés un método?
La narrativa me ayuda a tener más método: tengo la idea, la dejo macerar mucho tiempo antes de sentarme a escribir -solo anotando cosas básicas para no olvidarme- y un día decanta y tengo un proceso rápido de escritura pero porque ya sé a dónde quiero que vayan las cosas dentro de la incertidumbre propia de la novela.
¿Alguna vez, en esto de que la obra termina con el lector, te sorprendiste de una apreciación?
Hay gente que me dice que se ríe leyendome. Quizás hay algo de mí mirada irónica que se cuela en los poemas aunque yo no trate de hacer poesía irónica o con humor. Me parece loco pero, para mí, los poemas son a partir de las cosas y no sobre ellas. Si escribo sobre mi ex, eso es deudor de nuestra historia; en cambio si es a partir, puede terminar en dos caballos y así excederme como autor. Porque la obra excede al autor en tiempo, espacio y vida.
Repechaje final.
Plan favorito en Buenos Aires: Caminar por la ciudad, lo programado me aburre. Ir a lugares como el Centro Cultural Recoleta o el Borges me divierten porque puedo armar mi recorrido y tienen propuestas jóvenes e interesantes.
Banda: Bandalos Chinos, Babasónicos, Charly y Fito.
Dónde comer o beber: El Hipopótamo.
Un autor para descubrir: “El amigo” de Sidrid Nunez, Luis Chaves y Rebecca Solnit.
Qué tenés hoy en tu mesa de luz: Tengo Antonio Cisneros, Foster Wallace y muchos géneros variados para saltar de uno a otro y no hacer una lectura acartonada.