Imaginen tener diez años y lo único que conocen es Gomel, una ciudad de Bielorrusia con inviernos tremendos y poéticos, donde hace poco terminó la guerra fría y a pocos kilómetros de donde nacieron explotó la central nuclear Chernobyl, un suceso que marca de manera profunda a toda la población que fue afectada de forma directa por pérdidas familiares o amigos y de manera pasiva a través de las secuelas que afectarán y matarán de manera silenciosa a miles de personas, incluso a la generación que nacerá luego, esos niños que se llamarán luciérnagas frente a la posibilidad de poder brillar.

Sin embargo en Gomel no se habla de eso. Lo que sí hay son salidas al parque, lluvias y cielos rojos, departamentos pequeños de clase trabajadora donde los amigos se reúnen, comen y escuchan música, vecinas chismosas, clases de baile y mucha escasez resaltada y al mismo tiempo disimulada por una niña de 10 años que llegó a un mundo marcado a fuego por el trauma, repleto de fantasmas y silencio, donde la contaminación es tan brutal que los padres corren a resguardar a sus hijos apenas caen las primeras gotas del cielo y que le temen a los alimentos que se cultivaban en la tierra, haciendo que la prohibición arrase con la libertad de la infancia, algo que Natalia Litvinova describe como bella y terrible en su novela Luciérnaga.

Esta niña vive en un edificio donde casi no hay hombres, ya que fueron muriendo con el paso de los años a causa de las secuelas de la tragedia, escucha a los adultos detrás de las puertas, está atenta a lo que dice la radio de la mañana mientras Tamara, su mamá, prepara el café, se hace muchas preguntas pero obtiene poquísimas respuestas.

HABLAR ACERCA DE LOS QUE OTROS CALLARON

Cuando su mamá estaba embarazada había regresado al pueblo de su infancia para ver lo que quedaba de la casa de sus padres que iban a vender. La desolación de ese tipo de anécdotas que Natalia narra a través de la información que fue recopilando acerca del pasado de las mujeres en su familia, es brutal. De esta manera nos ancla a la brutalidad del pasado, usa recursos oníricos y surrealistas para tener charlas imaginarias con su abuela materna Catalina, que tuvo una vida muy pesada y había sido secuestrada por los Nazis durante la segunda guerra mundial para luego ser considerada como una traidora, forzada a trabajar en los pantanos.

Natalia no conoció a Catalina y mucho menos los acontecimientos de su vida porque de esas cosas no se hablaba. Al comienzo de la segunda parte del libro, abuela y nieta están sumidas en el fango, mejor dicho Catalina lo está mientras que Natalia se cuelga y se estira de manera inhumana. El pantano es esa cárcel en la que había tenido que trabajar sacando turba, cosas que me cuesta entender hayan sido reales, a pesar de que tuve dos abuelos que estuvieron en la guerra y mame esas historias llenas de horror contadas con la "gracia" del paso del tiempo.

En un momento Natalia comprendió que entre los suyos no se compartían los acontecimientos que habían marcado sus vidas, por lo que tuvo que recurrir a la escritura para encontrar respuestas a sus dudas existenciales y que no la ahogaran como había pasado con esas mujeres y hombres que la criaron. Cuando la poesía, su práctica habitual, empezó a quedar apretada, necesitó expandirse para entender porque tampoco se hablaba de los traumas de su abuelo o de su papá, que después de tener un severo caso de estrés, no volvería a recuperarse y moriría al poco tiempo. Natalia, su madre y hermano se enteran de eso por carta, ya que él había regresado a Bielorrusia.

De ese padre quedan anécdotas amorosas como cuando la llevaba a clases de baile para que corrigiera la postura, cuando le compró un libro para colorear recién llegados a Buenos Aires o cuando trabajando en una fábrica de noche se había hecho amigo de un ratón que fallece en un incendio y a quien llora como si fuera un miembro de su familia. Aspectos absurdamente profundos encapsulados en pequeños relatos.

EL ARRIBO A LA TIERRA INIMAGINADA

Después de que un pediatra advirtiera a Tamara que lo mejor para la salud de sus hijos sería irse del país, seguido de una sesión espiritista que devela que Argentina es la solución a sus problemas, sucede el repentino traspaso de Gomel a la Buenos Aires de los años menemistas, llena de autopistas, barrios turbulentos, hoteles para familias porque la plata no alcanzaba a pesar de que habían vendido todos sus bienes, una estafa irrecuperable, colegios donde los niños y las maestras gritan y donde nuestra niña no comprende ni una sola palabra mientras sus padres a duras penas pueden mantenerse en pie, tratando de surcar las secuelas de sus propios traumas.

Cómo lograron transitar semejante giro cultural es un misterio. Sin contactos ni amigos llegaron en 1996, despues de ser rechazados en Rusia, algo muy habitual por entonces. Habían construido un imaginario pre-internet con unas pocas herramientas soviéticas, por lo que creyeron que llegaban a un lugar más cercano al Amazonas que al barrio de Congreso. A pesar de todo lo lograron y es por eso que Luciérnaga es una historia de resistencia y de la búsqueda de respuestas que destapa el trauma y en la que Natalia ayuda a que sus fantasmas puedan sanar, o al menos me gusta pensar eso, a través de relatos crudos, graciosos y fantasiosos que completan el rompecabezas antes de que sea demasiado tarde.