Miriam Odorico tiene tres obras en cartelera: UNA, La omisión de la familia Coleman y La habitación blanca. Dos las interpreta la misma noche, los viernes en Timbre 4. Entre sí, los personajes no solo son diferentes sino que casi parecería pertenecen a distintos planetas. Con poética feminista, UNA es un unipersonal que cuestiona la identidad, la realidad y los sistemas que nos rodean. Se pregunta por el ser y las imágenes. Hace casi 20 años que La omisión de la familia Coleman está en escena.

Con ellos la falta de comunicación, el egoísmo, la inmadurez y el amor entra en jaque. Se naturaliza el absurdo y se evidencia el desencuentro. Por otro lado, La habitación blanca es una obra íntima que combina drama con humor y reflexión. Una revisión del pasado, un viaje hacia raíces de fundacionales de nuestra identidad.

¿Cómo lo hace? ¿Qué significa formar parte de un mismo elenco hace 20 años? ¿Se conectan las tres obras en las que actualmente actúa? Luego de una tarde de entrevista, charla y risas nos adentramos en el mundo de Odorico.

¿Qué significa el teatro en tu vida?

Ya lleva tantos años conmigo que es difícil verlo como algo diferente a mi vida. Es mi trabajo, y lo que me gusta hacer, lo que elijo. También creo que es un muy buen lugar para hacer reflexionar a la gente. El teatro permite un cuerpo a cuerpo con el público que es inigualable.

¿Y el ser actriz?

Lo resumiría como una manera de ver el mundo.

Estás con tres obras en cartelera. Contanos de tu día a día ¿cómo es el back de una obra? ¿Tenés rutinas específicas?

Lo que hago antes de salir a escena va a depender de si la obra es un unipersonal o no. Con Los Coleman me pasa que hace ya tanto tiempo que la hacemos que el ritual es el disfrute del encuentro en sí. Reunirse con los compañeros, tomar el cafecito previo, charlar, acomodar las cosas. En La habitación blanca, que es nueva, todavía, pasamos algunas escenas y letras. Con UNA, que estoy solita, preparo mucho mi garganta, ya que la necesito tener bien caliente para poder estar más de una hora ahí hablando. Me gusta también perfumar la sala, pongo sahumerios, me muevo y caliento el cuerpo. Importantísimo el concentrarme en mí, apago el celular, no le presto atención a quiénes están en la sala, quién vino quién no. Me aíslo en mí.

¿Cómo es el proceso de construcción de los personajes?

Depende de cada personaje y del director. En el caso de UNA en donde hago diferentes, se trabajó con mucha precisión las energías de cada uno para que no se mezclen. Cuando se interpretan distintos hay que crear códigos muy precisos para que el público no se pierda. Es trabajar un poco con eso que se hace de chicos, cuando se juega. Se pasa de ser uno a ser otro sin explicación ni ponerle mucho pensamiento encima.

Hay algunos que los venís actuando hace varios años, ¿ya tenés esos papeles internalizados o siguen mutando?

Constantemente se van profundizando, uno va entendiendo y se va acomodando, pero no me parce que cambien. Lo que sí, cada presentación es diferente, porque depende de tantas cosas. En cada función uno tiene que hacerlo fresco, nuevo y como si fuera la primera vez.

¿Cómo haces entonces para llegar fresco, cuando no es tu primera vez en ese rol?

Creo que siempre es distinto pero ese es el desafío porque si no, lo que vemos es algo mecánico. La gente no lo recibe como tiene que ser y no se produce esta comunión con el público. No es fácil explicar cómo lograrlo, pero tiene que ver con tratar de estar en ese momento ahí al 100 por 100.

¿Cómo hacés para representar dos roles tan disímiles e intensos —UNA a las 20 hs y La omisión de la familia Coleman a las 22 hs—, en una misma noche?

Cada obra es cada obra y es como entrar en una casa e ir a visitar al vecino de al lado y luego entrar en otra cosa. Es tratar de estar absolutamente disponible para recibir eso que está pasando en ese momento, ya sea en conexión con otros o sola sobre el escenario, e intentar conectar con el público.

La cuestión del decir y lo que no se dice es algo que aparece en estas tres. ¿Cuál es para vos el lugar que cada uno ocupa a la hora de actuar? ¿Qué pasa con lo que se dice con la voz? ¿Y con lo que el cuerpo despliega?

Yo creo que es un todo. Así como pasa en la vida, al actuar el cuerpo es el primero que expresa. Para que el público salga de la función y piense cómo le creí a ese actor o a esa actriz, se tiene que dar esta unión orgánica entre lo que se dice y lo que se hace. Debe ser una sola cosa; salvo que desde dirección se postule que vayan separados.

Ya que estamos hablemos un poco de UNA, ya que postula ideas muy interesantes que nos tocan a todos, como los sistemas establecidos, la mujer, el cómo nos ven. ¿Cómo te tocan a vos?

Cuando Gianpaolo escribió la obra y la escuché leída por primera vez, me enamoré de todo lo que se decía y eso es porque todo me toca. El tema de las etiquetas es algo que me llega muchísimo. El cómo uno etiqueta a las personas y como los otros nos etiquetan y quedamos ahí congelados. Cada sello nos va modelando como una escultura. Por eso la protagonista trata de romper con todo y quedarse en un limbo. Creo que uno tendría que tratar de hablar menos y no juzgar. Todos somos mutantes, por eso en esta búsqueda de encontrarse a ella misma se pierde descubriendo que es muchas, tantas como par de ojos la miren.

Hay una frase que me quedó muy marcada: “El error más grande es la presunción de que la realidad es para todos la misma” y ahora que tengo la oportunidad de charlar con vos, no puedo no preguntarte. ¿Cómo es para vos esa realidad?

A mí el tema de la construcción de la realidad me parece alucinante. Está buenísimo presentarlo así en la obra de una manera tan sencilla cuando es algo tan profundo y tan filosófico. Paradójicamente no es algo que uno escuche cotidianamente. A mí me llega mucho algo que dice Angélica en la obra, esto de que la realidad se sostiene gracias a nuestros sentimientos. Si los sentimientos y la voluntad no son firmes, la realidad se desvanece. Y cuando te pones a pensar en esto, es muy verdadero. La realidad es un castillo de naipes.

¿Cómo es estar sola en escena, el saber que siempre los ojos están puestos en vos?

Es mi primer unipersonal, ahora me acostumbre pero es estar solo solo. Es fuerte, nadie te tira una cuerda o un salvavidas. A mí me gusta, porque me gusta la obra, pero no sé si lo volvería a elegir.

En contrapartida, en La omisión de la familia Coleman son muchos y encima están casi todo el tiempo todos en escena. ¿Qué significa para vos, pertenecer a esta familia hace tanto tiempo?

La pasamos tan bien, nos gusta tanto la obra, la cuidamos, la queremos, la defendemos, la gente la disfruta. Entonces, me siento como pez en el agua.

¿Cómo es tu vínculo con Memé, se conocen hace 20 años…?

El personaje es hermoso. Ella está al borde, en un límite y que hay que tratar de caminar por ahí, cosa que a mí me encanta, me divierte mucho hacerla.

La pieza se realizó en distintos países y se tocan temas universales pero ¿cómo crees que otras culturas tomaron la forma de familia que ustedes traen a escena?

La verdad que en Europa salió muy bien, de hecho hay una anécdota que condesa la experiencia. Cuando la hicimos en Irlanda nos preguntaron si nos habíamos basado en una familia irlandesa… entonces me hace pensar que siempre las familias son un lio, porque qué se yo, las personas somos así. En cuanto a China y Sarajevo bueno ahí no sé bien. Ya que la hicimos subtitulada y no sé cómo se escribieron esos subtítulos.

¿Algún lugar preferido para representarla?

Acá. El público argentino es espectacular.

En La habitación blanca, se parte de un nostálgico viaje en el tiempo y se llega a una pregunta súper contemporánea: quién soy. Pregunta que también surge en UNA. ¿Cómo ves el vínculo que puede existir entre el ser y el teatro?

Me parece que el teatro nos ayuda a reflexionar sobre muchísimas cosas. Es un poco intentar comprender desde adentro a las personas que encarnamos.

¿Qué lugar tienen las segundas oportunidades en esta última pieza?

La señorita Mercedes, que es el personaje que yo interpreto, viene justamente a traer a la luz lo que no se quiere ver. Hubo algo en la infancia de estos chicos que los marcó, como nos pasa a todos. La infancia es un territorio en donde los niños son sensibles y frágiles y cada cosita puede marcarnos para bien o mal. Y si no existe la instancia de volver sobre eso, esa marca ya sea una herida o no, queda ahí para siempre. En esta obra la señorita Mercedes viene a ver si estos chicos eligen tomar esa segunda oportunidad que se les ofrece.