La trovadora bonaerense pasó por los vivos de Zibilia y habló sobre su vida en la pequeña localidad cordobesa de San Antonio de Arredondo. También repasó los pormenores del inminente Canta, un disco orgánico y de colaboraciones.
Para Sofía Viola, referente de la nueva canción popular argentina, cuando el Estado no garantiza los derechos y necesidades básicas, la respuesta está en el cooperativismo. “La salida es colectiva. Si todes ponemos o hacemos un poquito, avanzamos. Nos vamos apañando entre nosotres, porque de manera individual es muy difícil todo”, asegura la vocalista y multiinstrumentista, que pasó por los vivos de Zibilia, a propósito de su participación en Cantautoras, el ciclo colaborativo y virtual que organizó Café Vinilo.
“De la pandemia salimos mejores sólo si no nos evadimos y nos ponemos a trabajar con mucha conciencia en lo personal y en cómo somos con nosotros mismos. Hay más completitud y totalidad en el individuo”, evalúa la compositora que durante 2020 además formó parte de Sirenas rock, la docu-serie de Canal Encuentro que reivindicó el universo de voces femeninas locales.
Nómade por naturaleza, Viola podría estar en el conurbano que la crió o en la Chile que la adoptó de grande, pero se conecta desde la localidad cordobesa de San Antonio de Arredondo, donde se instaló tras la suspensión del último tramo de la Gira Posible, a causa de las recientes restricciones sanitarias. “Me alquilé una casa y me quedé a vivir”, cuenta y reconoce que siempre coqueteó con la idea de afincarse en la provincia serrana.
“En verdad, me adapto, no me acostumbro a nada. Ni a la ciudad, en la que surgen muchas más distracciones, ni acá, que son otros ritmos y es más solitario, porque tampoco es que conozco a todo el pueblo. Elegí habitar este presente en soledad, concentrarme y trabajar en un montón de pendientes, como lo espiritual y personal”, plantea la trovadora clase 89 y adelanta de forma exclusiva que el sucesor de La huella en el cemento (2018) se llamará Canta y saldrá en julio o agosto de este año.
Entre pájaros, el fueguito y un cielo estrellado, las prioridades son otras, pero la búsqueda siempre es artística. “Ha sido un trabajo hermoso, desde un lugar muy orgánico. Está bueno que sea así, sin prisa ni el condicionamiento de las redes sociales, haciendo de a poquito”, dice. Según Viola, que abrazó el folklore argentino en la Escuela de Música Popular de Avellaneda y profundizó en el latinoamericano a través de los viajes, el que viene es “un disco que se hizo solo”, a diferencia de los cuatro anteriores.
Formada en la escuela de Violeta Parra, reflexiona: “Me considero prolífica. Te hago un millón de canciones, sí, pero después, cuando hay que grabarlas, no soy tan segura. Me metes en un estudio y empiezo a dudar de mi existencia, de mi voz, de qué está bien y qué está mal”.
El quinto álbum de estudio de la ex integrante del trío Ikanusi y del dueto Las Reales Hijas de Puta incluirá todas las colaboraciones que viene publicando desde el año pasado, como la honda “Todo el amor”, junto a Perota Chingó; la entrañable “Pim Pum Pam!”, con Tata Barahona; o la dramática “No tengo na”, donde se suma Loli Molina. El mes que viene compartirá la última, "La de la luna", en compañía de Luciana Jury y Lautaro Matute.
“Son temas que durante mucho tiempo estuvieron sueltos en mis cuadernos”, dice y confiesa que hace dos años tuvo una crisis de sobreproducción (“le dije a mi mánager: ‘tenemos que hacer algo’”). Un poco antes también apareció la flamante “No te conozco”, vallenato para el que convocó a la orquesta colombiana Puerto Candelaria, que firmó la posproducción.
Sin proponérselo, cerró un ciclo vital que inauguró Shakira y el (ya) clásico Pies Descalzos (1995), por aquel entonces una fija de las radios: “En realidad, uno llegaba a ella y no se imaginaba que fuese colombiana, porque su propuesta era muy anglo. Desde aquel disco, inclusive, no había un colombianismo. De hecho, es más de Miami que de Colombia. Pero sí reconozco que en mi infancia fue una guía”.
Y así como se entusiasmó con la compositora de “¿Dónde estás, corazón?”, o con Tita Merello cuando tenía 9 años (“no cantaba muy bien, sino que interpretaba como nadie"), hoy por hoy le ocurre lo mismo con El Madrileño (2021), de C. Tangana. Encuentra puntos de contacto entre su búsqueda y la del español. Tanto que hasta planea incursionar en el reggaetón. Eso sí, advierte: “No me interesan las cadenas, los diamantes. Tampoco los sugar daddies. Quiero jugar con lo erótico de la letrística, aportar a un género que parece sexo sin amor”.