Zibilia reunió a cuatro referentes de diferentes disciplinas artísticas provenientes de Chaco que residen desde hace años en Buenos Aires para dilucidar, entre todos y con cada uno de ellos, cómo perviven sus raíces y sus paisajes natales, en aquello que hacen y sobre todo, en lo que crean.
Sonia Bertotti, directora de cine; Maxi Pachecoy, músico; Noe Antúnez, actriz y comunicadora y Cinthia Rched, artista, son reunidos un jueves de agosto a la tarde por Zibilia. El propósito: ofrecer una mirada de la Capital, desde afuera pero también desde adentro, porque hace mucho que viven acá. Recordaron el día en que llegaron, las primeras impresiones y contaron qué preservan de su provincia en el quehacer cotidiano o en su obra.
La tonada, las siestas, la horizontalidad y la importancia de crecer junto al río, fueron algunas de las coincidencias.
Sonia Bertotti
Sonia es directora de cine, docente de la UNSAM y la ENERC. Acredita una quincena de cortometrajes, 30 videoclips y un montón de premios. Tiene un humor particular y un agradable acento litoraleño.
¿Recordás el día en que llegaste?
Vine a los 18, no recuerdo el día exacto, pero recuerdo esa época ahora que casi tengo el doble de años. Tuve que hacer una mudanza, mi mamá vino conmigo y lo que tengo más presente es cuando me anoté en la UBA. Tenía que tomar el 37 y…¡lo tomé para el otro lado! Bajé y volví a subir y llegué y había mucha gente, fue muy duro, nunca había estado entre tanta gente.
¿Qué extrañás?
Cuando me vine a vivir acá, Resistencia me parecía la peor ciudad del mundo, y esto era lo mejor. Ahora me doy cuenta que es muy importante irse, debería ser ley, que uno debería irse por lo menos un año del lugar en donde uno nació, por más que después quieras volver. Porque te hace ver todo distinto.
Después empecé a extrañar la naturaleza. Al principio me agobiaba mucho la ciudad, no poder ver el horizonte. Me di cuenta que en Buenos Aires no se ve mucho el cielo, sobre todo en Capital, uno no ve el amanecer, no ves el atardecer. También extrañaba mucho el chipá, ahora hay por todos lados. Lo que sigo extrañando son los vínculos que se generan en la ciudades más pequeñas: es muy fácil verte con las personas, se hacen muy fáciles las reuniones sin tener tanto protocolo.
¿Qué preservás de Chaco en tu trabajo cotidiano o en tus obras?
Cuando empecé a generar contenido no sentía que utilizaba tanto lo que conocía. Soy docente y eso me ayudó a darme cuenta que siempre es más fácil y más genuino contar lo que uno sabe. Hace un par de años empecé a contar sobre lo que sé, sobre Resistencia. A mí me gusta mucho ir al río y empecé a usar mucho el río en las cosas que hago. Ahora estoy haciendo un documental sobre Resistencia y sus artistas.
Los medios chaqueños anunciaban en febrero que estabas trabajando en el corto La playita. ¿Se ve desde ahí Resistencia?
No, la playita está filmada en Corrientes y está a 15 minutos de Resistencia, y son ciudades muy diferentes. Lo que está reflejado ahí es la vida litoraleña, de ir al río, su idiosincracia. Y eso tiene mucho que ver con el litoral y no con Resistencia en particular.
¿Podés destacar alguna anécdota que denote tu lugar de procedencia en relación a colegas porteños?
Me resisto al acento porteño, por ahí uso muchas palabras que no son reconocibles acá.
¿Qué palabras?
Uso “ñeri”, compañerx. Uso también una palabra generacional que es “bando”, se usaba cuando yo era adolescente: es cuando una persona es muy creída. La gente de Buenos Aires que trabaja conmigo ya la adoptó.
Maxi Pachecoy
Maxi es músico, compositor e intérprete. Participó del rodaje del documental Pinta Argentina Colores del Alma junto a Gustavo Santaolalla y el Dúo Orozco Barrientos, donde también hay aportaciones suyas. Cuenta con cuatro discos editados, Allá donde el Río (2010), Sin Vacilar (2011), Eso Que Late (Sony/Popart, 2015) y Sueño lúcido (2018). El viernes 16 de agosto se presenta en el legendario Bar Notable La Academia para recorrer el último disco y lo mejor de los anteriores.
Sonríe con frecuencia, se dirige a las personas con carisma y entre otras cosas nos habla de las siesta.
¿Recordás el día en que llegaste?
El primer día no, ya había venido muchas veces con mi familia, entonces era un lugar bastante común para mí. No tanto el lugar como novedad, sino empezar a vivir la vida cotidiana de Buenos Aires. Tengo registro de un cambio de velocidad, los tiempos, la forma en que habla la gente, el ritmo. Es todo muy diferente a Chaco.
¿Entonces de Chaco extrañás la distensión?
Es otro paisaje, otro contexto, se siente diferente. La siesta es determinante. Allá existe la siesta, la sensación de corte, de parar al mediodía y almorzar con tu familia, compartir, descansar y después retomar la actividad. Extraño un poco esa calma.
¿Qué preservás de tu provincia natal en tu trabajo, tu vida cotidiana, en tus canciones?
En la música se ve bastante reflejado porque tenemos ritmos muy particulares como el chamamé. Y eso aparece en lo que hago fusionado con el pop y el rock. Siempre hay un dejo de río o de folclore, eso que de chico escuché en mi casa. Así como en Buenos Aires te subís a un taxi y escuchás un tango allá posiblemente escuches un chamamé, un ritmo folclórico.
Además de la siesta, ¿extrañás algo más?
Fueron cambiando las cosas que extraño. Al principio extrañaba mucho el río, soy muy de ir al río, de salir, me gusta pescar, el cielo abierto, esos paisajes. Mi primer disco de hecho se llamó Allá donde el río, que no es otro que el Paraná. Cuando vas seguido al río te das cuenta que algo pasa al estar en contacto con frecuencia. También tuve un período de extrañar mucho mis amigos, la familia, los paisajes.
¿Podés destacar alguna anécdota que denote tu lugar de procedencia en relación a colegas porteños?
Siempre la tonada te delata. Casi nadie te dice “¿sos del Chaco?”, “¿de dónde venís?”, “¿sos de afuera?”. Al vivir mucho tiempo en Buenos Aires la forma de hablar se empieza a mezclar. Sin embargo nunca me forcé a hablar de manera diferente.
Tu último álbum es Sueño lúcido, ¿qué podés contarnos sobre el espíritu del disco?
Hace relativamente poco me enteré qué es un “sueño lúcido”. Es una técnica o una manera de despertarte dentro de un sueño y poder tener control de lo que te sucede, adentro del sueño. Lo que se siente en un “sueño lúcido” no se siente en ningún otro lugar. Entonces empecé a practicar los sueños lúcidos y a tener diferentes experiencias. En ese momento comencé a trabajar entre las 12 y las 7 de la mañana, a componer canciones.
Noe Antúnez
Noe es una multitask de la comunicación, pero también de las artes escénicas. Actriz de teatro, cine y series, trabaja en doblajes, graba audiolibros y conduce para Coca Cola For Me. Señala que su tonada está un poco “lavada” por cierto canon de los medios, pero su “yeísmo” es delator.
Ya no les quiero preguntar sobre el primer día en que llegaron a Buenos Aires sino sobre sus primeras impresiones.
Pero yo sí me acuerdo: fue el 10 de marzo de 2003, vine con 18 años recién cumplidos. Y lo recuerdo porque si bien había venido con mi familia para organizarme a dónde iba a vivir, inscribirme en la Facultad, ese fue el momento en el que vine a vivir de verdad. Y me acuerdo el día porque era cuando empezaba a cursar, una locura. Tenía una razón: estiré al máximo lo que pude quedarme en Resistencia ese verano y me cayó la ficha de que estaba viniendo a vivir a Buenos Aires un mes antes. Vine a estudiar Periodismo, cursaba a la noche y llegué ese día a la mañana.
¿Y qué extrañás de Chaco?
La familia se extraña, los amigos. Buenos Aires desde el momento cero fue para mí un lugar de confort, una ciudad que me trajo buenas cosas y personas. Me pasaba que muchos me decían que los porteños son gente mala onda y no se qué -obvio que hay de todo-, pero yo siempre me crucé con gente que me abrió su corazón, muy copada. Con el paso del tiempo lo que extraño son los momentos: poder ir a cenar con mi familia, pasar un rato con mi abuela, la amiga que te toca el timbre o te llama y te dice “che amiga ya estoy yendo” y no tenés que arreglar previamente que la ves, te viene a buscar alguien para ir al río a Paso de la Patria…
¿Qué preservás de Chaco? Tal vez por el trabajo tu tonada es más neutra.
Totalmente. Laburo mucho con la voz y además, grabo doblaje y audiolibros. Además de laburar en radio hablo en español neutro. Lo que tengo que es muy chaqueño y que no lo cambiaría jamás y es algo que me jugó en favor en la carrera es el “yeísmo”. Es la forma de decir la “ye”, que acá si te escuchan piensan que sos de Zona Norte. Te dicen “te hacés el cheto” pero el chaqueño habla así, jaja.
¿Recordás alguna anécdota en la que haya saltado el “chaqueñismo”?
Sí, me pasó que cuando vine acá nunca me había subido a un subte. Me habían dicho: “Noe, cuidado cuando ponés la tarjeta en el lector, que no te la lleve, sostenela y no la dejes pasar porque sin tarjeta no podés pasar”. Y les hice caso y era hora pico y la gente empezó a putear, jaja.
Recuerdo también una vez una colega actriz, nos habíamos juntado para hacer una película y tuvo un fallido incómodo: “y hace cuánto llegaste al país?”, eso pasa mucho con los porteños. Entonces, ¡hay que explicar dónde queda Chaco!
En tu trabajo tenés muchas aristas diferentes...
Actualmente estoy trabajando como locutora, conductora y actriz de doblaje. Trabajo en una plataforma de entretenimiento que tiene Coca Cola, con un perfil bastante versátil, hago de todo, un programa de radio, TV, humor. También grabo audiolibros en español neutro y rioplatense, doblaje para pelis. Este año como actriz grabé también una serie de terror que se llama Mutación, para el INCAA, una de las primeras que se grabó en 360.
Cinthia Rched
Cinthia es pintora y profesora, egresada de la Escuela de Bellas Artes Manuel Belgrano, estudió con Osvaldo Attila, Gerardo Cianciolo y José Eidelman. Tiene muchas exposiciones en su haber y hasta el 23 de agosto se puede ver la muestra Travesía en Van Riel, con curaduría de Eduardo Stupía.
¿Recordás tus primeras impresiones sobre Buenos Aires?
Yo me vine a vivir cuando tenía 12 años y medio, lo recuerdo porque mi mamá me sacó de 7° grado. Sentí muy fuerte el desarraigo, para mí fue muy difícil mudarme. Y eso que mi mamá nos llevó a vivir a Villa Urquiza al frente de una plaza, tratando de que todo fuese lo más parecido a lo que teníamos. Pero lo que más me costó fue el tema de la libertad. Acá todo era mucho más contenido, los chicos tenían mucho más control.
Y llegaste a Villa Urquiza y viviste el desarraigo.
Para mí fue muy difícil porque tengo una dificultad física, una enfermedad motriz y en esa época no caminaba. Al toque entré a la secundaria y me desplazaba en andador. De por sí para mis compañeros hablaba un idioma distinto, no me entendían la forma de hablar, los modismos, y tenía un andador, e inclinaciones artísticas. Para ellos era un extraterrestre.
¿Regresás a Chaco con frecuencia?
Sí, voy bastante. A pesar de que hace casi 23 años que estoy acá me siento muy chaqueña, y la gente que se junta conmigo me siente así, sobre todo en la pintura. Es una actividad muy individualista, los pintores están mucho más encerrados, es una actividad muy solitaria. Yo soy la que les dice “¿no querés salir a pintar afuera?”, recluto gente para tener actividades en la vereda, voy mucho a La Boca. A pesar de que es un barrio muy porteño la vereda se sigue “haciendo”. Es un lugar donde siento que hay algo que me conecta con Resistencia, ver a las doñas charlando, compartiendo en la vereda.
¿En tus obras están presentes la naturaleza, los colores de Chaco?
Sí, mucho. Hay también contemplación, de lo que uno incorpora, es un lugar donde los ritmos son más lentos. La contemplación fue para mí la salvación misma de la vida. Una actividad muy pasiva pero que a su vez es muy activa.
¿Y en particular esta nueva muestra tiene algo de todo eso?
El año pasado me volví a Resistencia seis meses después de 22 años en Buenos Aires. Siempre tuve esa añoranza de querer volver una temporada más larga que esos veranos. Me fui en la época en la que están los lapachos florecidos, los chivatos. Fui específicamente para pintar lapachos y volví con 40. En la muestra hay mucho de lo que pude pintar allá y del río, del monte, como esa selva más de árboles, de vegetación. Hay paisajes de otros lugares, porque fue una selección muy grande de trabajos, hay mucha horizontalidad. Cada línea dice algo, cada una tiene su tensión, su forma de hablar. Las horizontales son muy tranquilas, que abundan en el paisaje chaqueño, como la siesta.
¿Y pintás también animales?
También he pintado algunos tatúes, carpinchitos, ñandúes y…¡el perro Fernando! El perro que no era de nadie pero era de todos. Dicen que tenía oído absoluto y se codeaba con los artistas de los 50, y está enterrado en el Fogón de los Arrieros.