A finales de los ochenta, Disney venía con una mala racha en lo que refería a su producción animada: varias de sus últimas películas -como Policías y ratones (1986) y El caldero mágico (1985)- habían sido fracasos comerciales y de crítica. La situación era de tal deterioro que incluso habían surgido rumores de que la compañía podría cerrar su división animada si su próximo film no era un éxito acorde a las expectativas. Pero, como durante buena parte de su historia, el estudio se preparaba para redoblar la apuesta, volcando dinero y recursos como no había hecho en décadas.

De esa vocación por el riesgo, de apretar el acelerador cuando el acto reflejo podría conducir a ser conservador, es que nació La sirenita. Estrenada en 1989, fue un éxito rotundo, con el que además comenzó la era del Renacimiento de Disney, ya que, a partir de ahí, el estudio encadenaría varios sucesos: La bella y la bestia (1991), Aladdín (1992), El rey león (1994) y Pocahontas (1995), entre otros.

Fue también un proyecto con un largo recorrido previo: el cuento era propiedad de Disney desde 1941 e iba a formar parte de una antología cinematográfica inspirada en los trabajos de Hans Christian Andersen. Sin embargo, una huelga de animadores durante ese año y el creciente foco en los cortos de propaganda bélica llevaron a que esta versión inicial fuera eventualmente cancelada en 1943.

Lo cierto es que Disney no se anduvo con chiquitas al momento de preparar el que fue su primer film basado en un cuento de hadas desde La bella durmiente (1959). No solo se destinó el edificio principal de animación ubicado en Glendale, California, sino que también se abrió otra instalación en las afueras de Orlando, Florida. Además, se implementaron la mayor cantidad de efectos especiales desde Fantasía (1940), con diez animadores solo enfocados en algunas secuencias específicas, como la de la tormenta. Asimismo, se usaron 1000 colores diferentes en 1100 fondos, con más de un millón de dibujos realizados. Un esfuerzo de producción monumental para una película de gran ambición y despliegue.

No viene mal recordar la premisa del film, que terminó siendo una lectura bastante libre del relato original pergeñado por Andersen. La historia se centra en Ariel, una joven sirena, de apenas 16 años, que está fascinada con las perspectivas de la vida en tierra firme. En una de sus visitas a la superficie (que están prohibidas por su padre, el Rey Tritón), conoce y se enamora de Eric, un príncipe humano. Decidida a estar con su nuevo amor, Ariel acepta un peligroso pacto con Úrsula, una bruja del mar, para convertirse en humana por tres días. Sin embargo, los planes no salen como había pensado y eso lleva a una serie de decisiones y sacrificios que ponen en cuestión la convivencia entre los habitantes del mar y la tierra.

Es cierto que el cuento de Andersen es mucho más oscuro y triste, lo que además va de la mano de un trasfondo claramente vinculado a lo espiritual y religioso. Pero eso no significa que en La sirenita que pergeñó Disney no haya factores inquietantes: hay miradas antagónicas sobre la existencia que se trasladan a sutiles niveles de violencia. Es más, hay un proceso de aprendizaje -no solo para Ariel, sino también para su padre y su enamorado- que no excluye el peligro, el miedo y el dolor, junto con lo sacrificial.

Sin embargo, lo que sobresale es un recorrido que implica un crecimiento a través del contacto con una otredad que presenta más capas de lo que parece a simple vista. Lo identitario, las apariencias y prejuicios son temas fundamentales en el film, hasta el punto de ser los verdaderos motores de la narración.

Ese cruce de perspectivas que era la base narrativa y temática de La sirenita comenzaría a hacerse recurrente en las películas de los siguientes años de Disney. La otredad pasaría a tener un rol protagónico muy relevante, al extremo de conducir los conflictos centrales. Pensemos en los polos opuestos que eran los protagonistas de La bella y la bestia, además de su reflexión sobre la monstruosidad interior y exterior, y las reacciones a las que conducía el miedo a lo desconocido.

O la irrupción de lo mágico como un elemento que podía cambiar los sistemas de relaciones en Aladdín, un film ponía la lupa en una cultura como la árabe, totalmente distinta a la occidental. Tampoco se puede olvidar el choque de facciones de El rey león; el encuentro entre mundos de Pocahontas; y hasta el ocultamiento del distinto en El jorobado de Notre Dame.

Pero los animadores de Disney siempre supieron transmitir mensajes por otras vías, especialmente desde lo estético, otorgando al diseño audiovisual todo tipo de significados, incluso vinculados a lo sexual. Eso en La sirenita se puede notar claramente con el personaje de la villana Úrsula, que estuvo basado en la artista drag Divine, habitual colaboradora del legendario cineasta John Waters.

Es un ser, que aún con su carga innegable de maldad, no deja de tener una potente y atractiva ambigüedad desde sus actitudes y aspecto. También es alguien capaz de manipular a otros a su antojo y cuyo look es toda una declaración de principios sobre las construcciones ficcionales y los artificios.

Aunque claro, el personaje que ha generado mayor conexión con los espectadores y que se mantiene vigente como una de las grandes heroínas de Disney de todos los tiempos es Ariel. Sus dilemas existenciales, su vocación rebelde por ir contra la corriente y el amor incondicional que muestra por todos sus seres queridos -incluso a los que cuestiona, como su padre- fue clave para el suceso artístico y comercial de la película.

La sirenita, cuyo presupuesto fue de unos 40 millones de dólares, cosechó en la taquilla más de 200 millones, un número muy bueno para la época. Además, en la ceremonia de los Premios de la Academia, se llevó dos Oscars: a la mejor canción original (por el inolvidable tema Bajo el mar) y a la mejor banda sonora, ambas compuestas por el genial Alan Menken.

Pero el legado de La sirenita fue más allá: el film se consolidó como una de esas obras que construyen infancias, capaz de asentarse en el recuerdo de las personas que la vieron cuando niños y que buscan recuperar ese momento único en circunstancias posteriores. Se convirtió en un evento intergeneracional, una experiencia compartida por padres e hijos, un puente que conecta perspectivas aparentemente disímiles. Eso es precisamente un clásico: un film que ya tiene más de treinta años de antigüedad pero que todavía resuena.

Ahora Disney retorna a ese clásico, uno de sus más representativos, como parte de la iniciativa del estudio de hacer reversiones de acción en vivo de sus films más exitosos. La actualización que se estrenará en la Argentina el 25 de mayo pretende delinear una lectura más acorde al presente, con fuerte énfasis en un discurso políticamente correcto, que privilegia factores de diversidad y representatividad. Es una película que, desde sus trailers, insinúa un homenaje y a la vez una discusión con su referente, mientras agrega nuevas capas narrativas. Por eso se incorporan nuevas canciones (con letras de Lin- Manuel Miranda y música de Menken) y suman muchos minutos en el metraje: 135 contra los 83 del original.

¿Cómo resultará? La pregunta queda abierta, pero mientras tanto está la oportunidad de revivir o descubrir La sirenita, que en 1989 nos mostró que bajo el mar había un mundo apasionante y que abrazar lo diferente era una oportunidad para crecer.