H.G.O. había nacido el 23 de julio de 1919. En esta foto en un concurso del Club de tenis suizo.

Héctor Germán Oesterheld fue escritor, historietista y militante. Se cree que lo secuestraron en la ciudad de La Plata en abril de 1977, cuando ya había pasado a la clandestinidad y la dictadura había desaparecido a sus cuatro hijas. Hay testimonios de su paso por los centros clandestinos de Campo de Mayo, Vesubio y Sheraton, hasta principios de 1978, y sigue desaparecido. 

Durante mucho tiempo, el costado comprometido del autor de El Eternauta fue una suerte de misterio silenciado. El libro Los Oesterheld -que reconstruye la historia de toda la familia- recupera su perfil menos conocido: el de sus años como militante montonero. Aquí, algunos fragmentos: 

Los primeros acercamientos al peronismo

¡Peeeeerón! ¡Peeeeerón! ¡Peeeeerón!

Sí el 17 de noviembre la imagen del paraguas del secretario de la CGT, José Ignacio Rucci, protegiendo a Perón de la lluvia en Ezeiza sería parte de una imagen mítica, el día siguiente amaneció con un sol radiante. Al mediodía, iba a pegar directo en la cabeza de las casi cuarenta mil personas que gritaban el nombre del General en Gaspar Campos. Se trepaban a los árboles para verlo, o saltaban, en estado de euforia colectiva cada vez que aparecía en la ventana, escoltado por Isabel y López Rega. 

Héctor estaba ahí. Había ido con Beatriz y Miguel. Cuando veía que su hija y su novio coreaban consignas, sonreía, pero no cantaba. Cuando Perón salía a saludar, lo observaba en silencio. Ya se había convencido de que el peronismo era la alternativa de masas para lograr un cambio radical, pero la figura de Perón le generaba contradicciones. Sin embargo, en el tren de regreso a Beccar desde Gaspar Campos, se puso a cantar. La había causado gracia una de las consignas. “Los peronistas, joda, joda joda. Y los gorilas, lloran, lloran, lloran”. Lo repitió varias veces. El rinoceronte estaba en carrera. 

Héctor fue pasante de YPF en su juventud.

Historieta militante

La historieta de El Descamisado se llamó Latinoamérica y el Imperialismo, 450 años de Guerra y apareció en el número 10, el 24 de julio de 1973. El título de tapa decía “Se rompió el cerco del Brujo López Rega”. También con ilustraciones de Leopoldo Durañona, a diferencia de los unitarios, llevaba firma. La de Héctor por convicción, la de Durañona por candidez...

[….]

Para la época en la que apareció El Descamisado solían cruzarse en Columba, en donde Héctor les daba vida a Roland el Corsario; la Brigada Madelaine y al exitoso Kabul de Bengala. Pero cuando tuvieron que charlar sobre la historieta que iban a hacer, Héctor prefirió ir al departamento que Durañona tenía en Barrio Norte. Entró y se sentó en la mesa del comedor, sin sacarse el impermeable gris. Durañona dedujo que estaba cansado, porque se quedó en silencio, mirando un par de cuadros de la pared. Hasta que se encendió, de pronto, y le empezó a contar lo que tenía pensado: quería hacer la historia de América Latina y de la independencia de la Argentina pero desde el punto de vista de los colonizados, de los supuestamente vencidos, con personajes anónimos como héroes y con las luchas de liberación como eje. Su aspiración final, dijo, era que en las escuelas del país la usaran para enseñar el otro lado de la historia. Algo que, efectivamente, después sucedió en algunas comunidades rurales y villas. 

El guionista pasa a la acción 

Después de las acciones de agitación y propaganda, venían las reuniones de evaluación. A veces se hacían en el departamento que Ana y Luis Bruschtein habían alquilado en el barrio de Catalinas, en la Boca. Ahí, la noche podía estirarse con cena y sobremesa. A Luis, que en ese momento tenía 24 años y estaba a cargo de la prensa de JTP a nivel nacional, lo conmovía que un tipo reconocido como Oesterheld participara en reuniones y plenarios como uno más entre ellos, sin hacer pesar ni su edad ni su fama. A la vez, sabía que podía ser muy paternal: Ana le había contado que antes de alguna acción, Héctor siempre les pedía que lo dejaran a él chequear el lugar. En esas noches largas, cuando el temario del día ya estaba cerrado y se relajaban con una copa de vino, Héctor hablaba especialmente de sus hijas. Las leyes del tabicamiento impedían dar detalles, pero él no podía evitarlo. 

-Muchachos, tengo una casita con jardín en Zona Norte y no saben cómo me gustaría invitarlos a comer un asadito para que se conozcan con las chicas, pero si mi mujer se entera, me mata. 

Se lamentaba. Ellos, a su vez, aprovechaban para preguntarle sobre su vida pasada, la de geólogo, y de su vida paralela, la de guionista de historietas. 

Héctor con sus hijas Estela y Diana en la Plaza de Mayo.

La mirada de Elsa, su esposa

Él en un momento me dijo que iba a tomar sus rumbos, que se iba a trabajar a otro lado y que se iba a ir de casa por razones de seguridad. Le dije que hiciera lo que le pareciera. Así que se fue con Beatriz y Marina. Igual las chicas siguieron viniendo a casa. Y la casa seguía siendo la casa de mami, porque es así, yo no dejaba de ser la mamá que siempre había sido. Y Héctor también venía a casa cuando quería y se veían con las chicas acá. Esto fue en el año 75 más o menos. Me dijo que quería realizar su vida a través de algo que nunca había hecho y que ahora podía hacerlo. No sé a dónde fue, andaba por Belgrano, otra vez me dijeron que estaba por el Tigre. Mucha gente que viajaba en la línea de tren lo había visto. 

El origen de todo

Una de esas madrugadas, Héctor le habló a Graciela de El Eternauta.  

-Yo escribí sobre esa familia de clase media que a la noche se juntaba a jugar a las cartas y que de repente encuentra una causa mayor por la cual salir a luchar. Y a mí y a mis hijas nos pasó eso mismo… Entonces a veces me pregunto quién fue primero, si ellas con su militancia o yo con algunas ideas que ya estaban ahí… 

La familia Oesterheld.

La última huella

Los últimos en verlo a Héctor serían Javier Antonio Casaretto, Arturo Chillida y Juan Carlos Benítez. A los tres los secuestraron en Mercedes hacia fines de 1977 y permanecieron en el Vesubio hasta el 16 de enero de 1978. Antes de irse, cada uno por su lado, lo identificaría entre los que aún quedaban en la sala Q. Los tres coincidieron en la descripción: Oesterheld tenía la cabeza vendada. Casaretto, además, pudo ver que estaba jugando al ajedrez. 

Cuando a Ana, después de su paso por el Vesubio, la trasladaron al Sheraton, Héctor ya no estaba ahí. Era febrero de 1977 y ella era la única detenida en ese lugar. Uno de los guardias le comentó: 

-En esta misma celda estuvo un viejo que contaba historias. 

* Fernanda Nicolini es co-autora de Los Oesterheld junto con Alicia Beltrami. Los fragmentos de esta nota pertenecen a ese libro que fue editado por Sudamericana y se puede descargar aquí.