Las obras reunidas en esta muestra presentan una continuidad estética, formal y conceptual, latente pero innegable.
Ahora bien, hay diferencias, y son de contexto geográfico. Ojeda Bar y Ercole acusan la innegable marca del contexto artístico local: tendencia a la figuración rota, cierto surrealismo con objetos representados flotando solos y absurdos en la nada, gestualidad en la pincelada suelta, empastes.
Kaliyeski es bonaerense y se formó en Buenos Aires pero desarrolló sus búsquedas artísticas en New York, desde fines de los 90. También en esa ciudad mostró sus primeras producciones y lo sigue haciendo, yendo y viniendo –hoy- entre una ciudad y otra.
En él hay más el animarse a la narración, a la figura clara y recortada con un fondo de publicidad vintage dominada por pin-ups y casas de película en cinemascope. El sueño americano, roto, tamizado por un argentino asombrado.
Ercole es como un trance de la Sturm und Drang anclado en Durero, pero desbordado hoy: lo que pasa y lo que no en el arte. Misterio, polisemia, acumulación y poesía clásica llenan la cera negra rayada de sus obras.
Ojeda Bar es la más viril de todos, y no sería casualidad en este tiempo de matriarcas. Hasta cuando colorea, vibrante y se diluye, esquiva, resulta vivificante y posesiva, pura testosterona. Más allá de la influencia de Bacon, comparte con él esa pulsión viril de poseer borrando, dominando la figura, deformándola y dándole nueva identidad, nuevo rumbo. Como un padre.
Estos chicos tienen mucho para decir sea goteando, rayando, superponiendo imposibles.