Para esta muestra, Sofia Wiñazki presenta una bandada de casi 50 pájaros: obras en pequeño formato, algunas en acuarela y otras en carbonilla. Unos paisajes -de los bosques, prados, llanuras y arborescencias tan emblemáticas de la obra de Wiñazki- y unas obras en cerámica completan la selección.
Ver un pájaro es verlos a todos. Antes que el ejemplar de una especie, cuando vemos un pájaro vemos una función, un elemento vivo, una marcha de pasitos cortos, un aleteo, un movimiento relámpago. Las obras de Sofía Wiñazki hacen detener a mirar, más que el pájaro, el instante en que ese pájaro ha quedado plasmado en el papel. Su estilo parece nutrirse tanto del apunte rápido y certero al aire libre como de la modulación más reposada, la del trazo perfectamente técnico e invariablemente sensible, a veces más obsesivo y perfeccionista en el detalle, a veces dejándose llevar por la fluidez de la pincelada acuarelística, sin que esto último signifique imprecisión o borroneo. Ella pone sólo lo indispensable para que la imagen palpite y respire en clave menor. Y consigue, ella sí, el milagro de que ese pájaro que estamos mirando ya haya volado para siempre
. Adaptación del texto de Eduardo Stupía para el prólogo de la muestra.