Solemos, nosotros los mortales, exaltar en íconos a las figuras que con sus obras han logrado destilar las ideas y el pulso con el que latían los hombres de su tiempo. Ellos descodifican el mensaje de su época, y a cambio les obsequiamos el tesoro más preciado por la humanidad: la inmortalidad. Al renombrarlos los multiplicamos en una secuencia, un orden, un logos, infinito. Este ejercicio, nos distrae acaso, de nuestra más latente amnesia, la de la conciencia de la muerte. Aquellos tópicos (el infinito, la secuencia, los paralelos y la circularidad del tiempo) fueron (algunas de) las grandes obsesiones de Borges y de Cerati. Que vuelvan a encontrarse sus obras entonces no puede tratarse de una absurda casualidad.

Tal vez una de las faenas más exquisitas para un artista sea la de plasmar estas secuencias en una obra. Con su Babel, la pintora argentina Cecilia Mendoza (Cez) retoma aquellas obsesiones. Para sintetizarlas, apela a dos técnicas que se miran en el tiempo como en un espejo: Una, la sanguina, la misma que utilizaban los maestros clásicos durante el renacimiento, como base de otras capas de pintura, que, como en la obra de Gustavo, nos quedamos esperando ante su repentina partida, dejándonos el vacío de lo inconcluso. La otra técnica, el zentangle, vanguardista, busca los senderos que se bifurcan y produce secuencias que resultan en una pintura circular cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna.

Cez nos propone dos interrogantes. ¿Puede el espectador ver dos veces la misma obra? ¿Puede acertar en dónde comienza y en dónde acaba?

Última fecha

jue

15

septiembre / 2016

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