La obra de Diana Aisenberg es una invitación a la luz plena, a la tierra sin sombras. La luz del estado de gracia, la luz envolvente y sin sombras de las estampitas, o lo inmaculado de la pureza infantil. Niñas activas, con sus colitas, sus trencitas, sus zoquetes, su vestimenta impecable, en la aspiración por un mundo mejor donde cada acción se constituya en una afirmación de la alegría, o del trabajo positivo reflejado en rostros perlados de esfuerzo, convencidos de obrar bien.