La exposición de Juliana Iriart se estructura por capítulos y, por lo tanto, se irá conformando en el tiempo por la sumatoria de piezas que la artista desplegará en los espacios comunes del Moderno durante tres meses. El primero de los capítulos, como momento de largada, sorprendió al visitante el pasado 8 de marzo al ingresar en el Museo: una campana dorada, de más de cien años -rescatada de un barco inglés en La Boca-, colgada del techo de la recepción, que el visitante puede hacer sonar y, de esta forma, sorprender a otros con una vibración que rápidamente se expande por los distintos ámbitos de la institución. La segunda pieza podrá verse a partir del sábado 29 de marzo. A lo largo de estos tres meses, el espectador podrá ver, oír, percibir y sentir sonidos sorpresivos, estructuras móviles, reflejos incompletos, color en el aire.
Las obras se irán respondiendo entre sí, vibrando en sintonía o dando giros bruscos, alimentándose de las sensaciones del público. No hay reglas, sólo el tiempo como guía. Iriart podrá ajustar la obra y devolverla modificada, virar o retroceder en sus ideas para pensar, nuevamente, hacia adelante. La exposición se completará al final y, entonces, será una pieza conformada por varias que, a su vez, también serán obras terminadas en sí mismas, aumentado su significado en la conclusión del proceso.