Rolle, De Tomás Guarnaccia

Rolle, comunidad y ciudad suiza, no más de 5000 habitantes, lugar turístico, el lago Lemán como paraje bucólico. Allí nació el director Jean-Marie Straub.

Y allá vivió muchos años Jean-Luc Godard hasta que decidió irse este mundo el 13 de septiembre de 2022, un martes 13, por decisión propia, es decir, desde la prédica del suicidio asistido.

Y por esos paisajes anda la cámara de Tomás Guarnaccia recorriendo la ciudad, sus calles, sus habitantes – turísticos, el silencio de un espacio ideal donde JLG vivió durante décadas junto a su pareja, la directora Anne-Marie Miéville.

Y por esos lugares, con esa cámara que no para de moverse, de a poco y de manera cauta, se muestra el hogar godardiano, la fachada principal de la vivienda. No es una mansión ni ahí, al contrario, desde afuera, se atisba un espacio artesanal, de madera, seguramente reciclado, donde la cámara destaca la puerta de entrada.

Esa puerta en su momento cerrada adonde no pudo ingresar Agnes Varda en Visages Villages (2018), motivo por el que la abuela de la Nouvelle Vague calificó a JLG de “sucia rata”.

Pero un gatito da vueltas por ahí. ¿Acaso será la reencarnación de ese perro con voz de Adiós al lenguaje, uno de las últimas “obras” de Godard?

Sin embargo, nadie ingresa a la casa de Rolle, que parece una más, apartada del ruido, del mismo mundo.

Se asemeja a un lugar no habitado, que pasa desapercibido para cualquiera, hasta si se quiere abandonado. ¿Cuántas ideas habrán surgido puertas adentro? ¿Cuántas preguntas sobre el cine, la vida, el siglo 20, la imagen, la cinefilia, el video y la Historia se habrán concebido en ese lugar no histórico?

Y la cámara de Guarnaccia y la palabra escrita de Pedro Insúa culminarán su recorrido en el lago, en la finitud, en ese paisaje donde la vida le ganó la pulseada al cine.

Se fue Godard hace un año y medio o algo más.

A revisar, rever o descubrir una obra aluvional.