Si la obra de Paola Vega se puede mirar como un lienzo continuo, es en los cambios dramáticos en las dimensiones de sus cuadros, donde se encuentran las variaciones y los pulsos.

Mantiene al mismo tiempo cuatro o cinco pinturas, que progresan todas juntas casi imperceptiblemente de un día para el otro. Así pasa de pintar una obra de 200 x 230 cm a otra contigua, de 20 x 30 cm. Recorre -pincel en mano- las paredes de su taller de donde cuelgan las pinturas haciendo toques y retoques, pero es quizás en la exigencia -y la novedad- del formato pequeño donde encuentra los desafíos más importantes y donde paradójicamente se siente más expuesta.

Hay un efecto “halo”, una bruma que se posa sobre los óleos de su última producción, imágenes borrosas que sólo se advierten después de acostumbrar al ojo. En el tránsito, en el ida y vuelta, se ve algo, pero ¿qué es? Paola dice: “Al final, no es nada”.

Última fecha

vie

18

octubre

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