Las novelas góticas propiamente dichas fueron escritas en Inglaterra entre finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, en pleno Romanticismo. Las más famosas son El castillo de Otranto (1765) de Horace Walpole, El monje (1796) de M. G. Lewis y Los misterios de Udolfo (1794) de Ann Radcliffe. En estas historias, en particular las escritas por Ann Radcliffe, la protagonista era generalmente una joven inocente y virginal que debía afrontar una serie de peligros en un castillo tenebroso rodeado de bosques oscuros y lleno de pasadizos secretos. La novela gótica fue muy popular en su tiempo y un siglo después dio pie a novelas de terror como Carmilla (1871) de J. Sheridan LeFanu y Drácula (1897) de Bram Stoker. Estos dos libros son a veces considerados novelas góticas, pero en realidad no lo son, ya que predomina en ambos el elemento sobrenatural.

La continuadora de la novela gótica fue la británica Daphne Du Maurier (Londres, 1907-1989), cuya novela Rebeca (1938) puso al día la fórmula básica de las historias de Radcliffe y Walpole: la vieja mansión, la heroína ingenua y aterrorizada, el marido ambiguo, el ama de llaves siniestra, la influencia malsana de una persona muerta. El éxito de Rebeca fue tal que un grupo de escritoras especializadas en policiales (Agatha Christie, Ethel Lina White, Josephine Tey) escribieron respectivamente por lo menos una novela cada una que pude considerarse genuinamente gótica. A medio camino entre el policial inglés y el terror psicológico, estas novelas, debido a sus abundantes dosis de suspenso, resultaron ideales para el cine.

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Última fecha

mar

15

julio / 2014

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